Quien fuera secretario de Estado de Cultura y de Agenda Digital nos advierte en este libro de los peligros de un futuro cada vez más presente en el que el ser humano ya no será la medida para interpretar el mundo
VALÈNCIA. Se acerca silencioso a través de un océano como nunca la humanidad ha conocido; hemos estado alimentándolo sin saberlo y ha crecido, ha crecido engullendo y haciendo suyos todos esos datos que arrojábamos a lo que creíamos un inofensivo estanque en el que pasábamos el rato entre correo y vídeo e imagen ocurrente. Con el tiempo el estanque se expandió y como ocurre con muchos peces y reptiles en cautividad, a mayor recipiente, mayor tamaño de las criaturas que viven en su interior: resulta que los datos no se disolvían en el maremágnum de la red, sino que caían ordenadamente hasta las fauces de un ser que nadie había puesto allí y sin embargo es hijo de todos: cada vez que rellenábamos un formulario para hacer uso de un servicio y cada vez que suspirábamos por servicios más predictivos que nos hiciesen perder menos segundos en nuestras búsquedas estábamos cediéndole parte de nuestros genes a la bestia, que lejos de tener malas intenciones, solo era coherente con su propia naturaleza fagocitadora de información. Ahora nuestra creación más sobrecogedora emerge desde las profundidades de un medio cuyas posibilidades -tanto positivas como peligrosas- nunca hemos logrado anticipar del todo para acudir a nuestro encuentro sin importarle si estamos preparados o no para darle una bienvenida apropiada: hay quienes tienen la voluntad de echarle un lazo al cuello y llevarla a su corral monopolístico pero todo augura que eso solo puede salir mal, porque por primera vez en la historia, una creación humana puede terminar por desbordarnos y apartarnos de un coletazo del centro de todas las cosas.
Suena apocalíptico porque potencialmente lo es: vamos adelante a toda máquina hacia un presente en el que los inteligencias artificiales y los algoritmos van a tomar parte de nuestras decisiones primero, presumiblemente casi todas después. La comodidad por encima de todo: ya entregamos con una sonrisa inconsciente un mapa detalladísimo de nuestras pasiones a cualquier compañía que quiera vendernos una funcionalidad que haga nuestro día a día más ligero, más automático, y a la que no se lo vendemos, nos lo roba legal o ilegalmente. Un mapa que permite prever como nunca hasta ahora qué canción nos va a alegrar la mañana, dónde iremos de vacaciones, qué rostro y qué cuerpo y qué mente nos pueden gustar más, en qué promesas depositaremos nuestra papeleta, qué pastilla elegiremos, la roja o la azul. La cuestión es que para interpretar este mapa la inteligencia humana no es suficiente, por lo que hemos optado por delegar en sistemas que puedan encargarse de esa tarea titánica que es filtrar volúmenes inmensos de datos y convertirlos en un producto nutricio -y rentable en el mercado-. Esas ballenas virtuales ahora todavía a nuestro servicio son las que evolucionarán hasta convertirse en el prodigioso y terrorífico Ciberleviatán del que trata de prevenirnos el doctor en Derecho, exsecretario de Estado de Cultura y de Agenda Digital y liberal convencido José María Lassalle en su libro homónimo publicado por Arpa cuyo título se completa con El colapso de la democracia liberal frente a la revolución digital.
Dice Lassalle: “es más fácil chatear con alguien que está a miles de kilómetros de distancia que con nuestra pareja durante el desayuno. Y no solo porque se está más pendiente del smartphone que de las personas con quienes compartimos nuestra vida, sino porque cada vez es más importante íntimamente sentirse parte de una comunidad virtual que física”. Sin ser del todo ciertas la primera y la última afirmación, o al menos aplicables a una cantidad mayoritaria de población de las sociedades en que el fenómeno de la hipnosis por smartphone afecta, sí hay que reconocerle al autor que vamos camino de que lo sean, y no hay duda de que la segunda es ya una realidad: seguramente estemos prestando más atención a la pantalla iluminada de nuestros smartphones que a las caras de los congéneres con los que nos cruzamos día a día, sean desconocidos de los que nos acompañan en la ruta hacia nuestras obligaciones o seres queridos. “El estrés de datos en tiempo real es tan intenso y poderoso que va anulando nuestra capacidad de respuesta bajo un síndrome de infoxicación”, explica Lassalle: el Ciberleviatán al que se refiere el autor haciendo uso del Leviatán de Hobbes, que a su vez hace referencia al demoníaco y policéfalo bicho serpentiforme del libro de Job -Hobbes, Job-, es la forma de gobierno no elegido -gobierno real- al que nos dirigimos, en el que las inteligencias artificiales que ya se encargan de gestionar lo que Lassalle llama nuestra “libertad asistida”, acabarán por responsabilizarse por completo de las necesidades un ser humano infantilizado e indeciso más Homo digitalis que Homo sapiens, lo cual supondría la destrucción final del sueño de libertad de nuestra especie, que siempre ha glorificado eso de llevar las riendas de su propia existencia, salvo en el caso de quienes prefieren dejar al volante a un ser superior.
Sin duda el Ciberleviatán alcanzará también la categoría de ser superior -y no será necesaria la fe para ser testigo de sus capacidades- a partir del día en que el intelecto humano no pueda comprender por sí mismo los descubrimientos que las hijas incorpóreas de nuestras máquinas hagan por la humanidad: si todo sigue tal y como parece que va a seguir, los futuros premios Nobel habrá que concedérselos a las inteligencias artificiales en las que hayamos delegado para hacer ciencia. Este punto de inflexión del que han hablado otros autores como Ray Kurzweil, esa singularidad en nuestra historia en la que habremos creado algo más inteligente que nosotros para servirnos -esperemos que solo nos sirva- que tendrá que tirar millas por su cuenta en lo que al conocimiento se refiere mientras nosotros nos limitamos a disfrutar de los beneficios de su genialidad -en el mejor de los casos-, sonarán las trompetas que darán comienzo a la era del ciberleviatanoceno. Quién sabe qué vendrá después, o qué seremos entonces.
La responsable de la cuenta paródica ‘Hazmeunafotoasí’, disecciona las entrañas de la influencia en su libro ‘Cien años de mendigram’ (Roca)