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Ni Alemania se salva

14/06/2021 - 

VALÈNCIA. En un curso universitario de redes sociales, asisto a la primera sesión, en la que el profesor avisa: “Por el idioma, los alemanes no usan Twitter”. Es palmario que la diversidad cultural altere la variabilidad al elegir red para darle al clic, y el docente, con el ánimo de aportar información de servicio, advierte a los matriculados en caso de que a alguien le dé por ejercer la comunicación social en la lengua de Goethe, ese arte de pegar palabras que ha permitido prodigios como el sustantivo de ochenta letras.

Aunque la desmesura germánica en la palabras compuestas sea tan cierta como que los rumores de plagio hagan dimitir a ministros, una misma, que se hizo un Erasmus autofinanciado en el Land de los hermanos Grimm, recuerda que los alemanes conocen la economía de las palabras, como dignos nietos de la reina Victoria. Lo decía Bastian Sick, el vigilante del buen uso del lengua cual Fernando Lázaro Carreter en alemán, que entonces reventaba las ventas editoriales con un título que hablaba de la muerte del genitivo a favor del dativo. El recurso de la abreviatura existe en alemán, tanto como la precariedad en la ciencia alemana y los tuits para denunciarla.

Tener una física al frente de la locomotora europea no impide que la ciencia alemana, la más potente del continente, también tenga sus sombras. Si Günter Wallraff tuviera que volver al camuflaje de la observación participante para escribir Cabeza de turco, hoy le bastaría una bata blanca. Las pocas perspectivas de empleo permanente en ciencias para estudiantes de doctorado y posdoctorado representa un problema de largo recorrido en la política universitaria alemana, con mayores efectos negativos sobre las mujeres y los extranjeros (estar sin contrato significa para muchos no tener visado), pese a que el número total de personal científico se haya duplicado en los últimos veinte años, gracias al aumento de proyectos financiados por terceros.

Al igual que Volkswagen se abrevia oralmente como fau ve, el Telefonmobil como Handy y Auf Wiedersehen como Tchüssi, la ley de contratos científicos temporales, en alemán Wissenschaftszeitvertragsgesetz, se convierte en WissZeitVG en los tuits de protesta en Alemania, donde investigadores y académicos se movilizan contra las precarias condiciones laborales de la ciencia con el lema #IchBinHanna, en las tendencias de la red desde el jueves, mientras en España circula en paralelo la #LaCienciaNoSeHaceSola. A pesar de su enrevesada gramática, solo en un par de días, la indignación de la nueva generación de científicos en Alemania generó más de 14.000 tuits, una terapia de grupo de doctorandos y postdocs en la que se relatan experiencias como la de la psicóloga e investigadora en adicciones, Miriam Sebold, de 36 años, y que actualmente trabaja con su undécimo contrato, que vence en 2023.

Ente similar a la niña de Rajoy, Hanna es una estudiante de doctorado de biología, protagonista de un vídeo animado divulgativo de 2018 con el que el Ministerio Federal de Educación e Investigación (BMBF) explicaba la ley, en vigor desde 2007, que establece que el personal científico se pueda contratar temporalmente por un máximo de doce años. La animación aconsejaba al personal joven a planificar su carrera en una etapa temprana con el fin de no atascar el sistema de investigación. Así, los creadores de la bióloga Hanna defienden el recambio rápido de personal como beneficio para la economía: a fluctuación en los puestos universitarios promueve la fuerza innovadora, en la que limitar el tiempo de los contratos abre la entrada de nuevo personal.

En la carrera por la permanencia científica, el problema en cuestión se llama ‘principio de rotación’, que los futboleros conocen bien: no tener dos jugadores en la misma posición dentro del campo obstaculizándose sus funciones como estrategia para evitar la sobrecarga física y el descenso del rendimiento y para mantener el estado de competitividad. En términos balompédicos, el debate universitario se traza en dos líneas: o no se reparten bien los minutos de juego, o bien el crecimiento de la cantera se les está yendo de las manos a las universidades.

No extraña que no se culpe a los baby boomers de bloquear las sillas. Ni los veteranos ni el personal permanente atascan las universidades, sino los incentivos que fabrica el sistema universitario sin desarrollar perspectivas laborales reales, produciendo un excedente de personal que está capacitado solo para las necesidades del centro correspondiente, y que encuentra dificultades cuando, con más de 35 años y un doctorado, recibe cartas de rechazo en la administración o en el sector privado por sobrecualificación.

La protesta tuitera manifesta que la gran mayoría no consigue un puesto permanente durante años, y otras tantas nunca. Según el Informe Federal sobre Jóvenes Científicos, el plazo medio de contratación de los doctorandos es de 22 meses, y para los posdoctorales de 28 meses. Muchos investigadores se quejan de haber trabajado solo con contratos temporales durante años sin posibilidades para la planificación profesional ni familiar, lo que hace del abandono un estándar en investigación.

Se trata de un profesorado en constante cambio, con una enorme carga administrativa y la preocupación de ser expulsados de la comunidad científica después de doce años. A menudo, los contratos no se ejecutan lo suficiente para terminar la habilitación, lo que implica riesgo personal y mucha incertidumbre. Cada año, el reservorio de doctores supera el número de nuevas cátedras a cubrir. Esto significa que el empleo científico temporal no sirve para el avance del conocimiento ni califica para un puesto permanente, sino que el honor científico, llamarse “Doctor” en el DNI o en el seguro médico, queda excluido a quienes puedan invertir suficiente capital económico, cultural y social.

Iniciativas como las "95 tesis contra la WissZeitVG" critican las regulaciones y los intentos de reforma, y solicitan una nueva ley ante una legislación que implica todavía bajas posibilidades de carrera, vida y planificación familiar a largo plazo, y discriminación contra las mujeres y otros grupos marginados, vulnerables a los largos períodos de inestabilidad. Pero el círculo vicioso resulta difícil de romper. Las universidades aceptan tantos estudiantes de doctorado y posdoctorado por financiación: ganan dinero por todo los estudiantes que se matriculan y gradúan, pero para supervisarlo todo, hay que cubrir puestos docentes por un salario bajo, la única forma en que pueden justificar su docencia para postularse para una cátedra, cuyo rendimiento laboral real es de tiempo completo, aunque se remunere como parcial o incluso no se pague nada.

No se trata de exprimir a los aspirantes como sea posible antes de que tengan derecho a un punto permanente, sino que las universidades se benefician de atraer personas a un callejón sin salida profesional, enrolándolas a seguir un proyecto durante 15 a 20 años, y solo unos pocos terminan con un trabajo de por vida. Esto no tiene sentido, dicen los expertos, cuando es posible calcular con bastante precisión los puestos vacantes en los próximos años: alrededor del 20%. No estamos solos, el sistema alemán, la tercera potencia científica mundial después de Estados Unidos y China, también necesita reorientarse con urgencia. Recuérdelo cuando mire el origen de su smartphone.

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