VALÈNCIA. El 8 de abril, en el pico de una pandemia mundial, devastadora e inimaginable, el director general de la OMS dijo: “No politicen el coronavirus a menos que quieran más bolsas de cadáveres. Yo he sido político, sé lo difícil que puede ser, pero pongan la política en cuarentena porque hay miles de vida en juego”.
Mi osadía me lleva sin tapujos a responder a la pregunta que cinco meses, 800.000 contagiados y más de 30.000 muertos (cifra oficial del Gobierno, pero sabemos que la real supera los 50.000) después, ha lanzado la OMS: “No sabemos qué está fallando en España”. O están ciegos o no entienden nada de lo que nos pasa.
España es el país europeo con más muertes por coronavirus en la primera ola; es también ahora, en el inicio de la segunda, el que más muertes diarias reporta y el que mayor recesión económica sufre en todo el mundo. Además, los españoles somos los ciudadanos del planeta que peor valoramos la gestión de la crisis por nuestro Gobierno -sólo por detrás de chilenos y tailandeses-. La desafección alcanza registros nunca vistos: el 60% de los españoles tiene poca o ninguna confianza en las soluciones de nuestros gobernantes.
¿Cómo no va a haber desafección hacia la clase política si la clase política está más alejada de la realidad que nunca?
Llevo sólo un año y medio en política. Me estrené en la XIII legislatura, la fallida, y sigo viendo lo que acontece como una ciudadana más: perpleja y alucinada con lo que sucede. Me revuelvo en el escaño de lo que oigo en los Plenos y me avergüenzo los miércoles en la sesión de control al Gobierno.
Desde mi escaño pienso, como muchos españoles, que el Hemiciclo se ha convertido en un plató de televisión, en una isla con supervivientes que temen convertirse en náufragos, en la casa de Gran Hermano donde unos despellejan a otros cuando entran en el confesionario.
Vidas sesgadas, familias rotas y, además, arruinadas. Pero se encienden los focos y palabras gruesas se lanzan de un bando a otro. ¿Quién será el afortunado que abrirá hoy los telediarios? ¿Quién se hará viral o ‘trending topic’ con qué barbaridad? Un show difícil de tragar. Confrontación, hostilidad, polarización, guerra cultural.
Necesitamos una tregua política. Parar esta dinámica tóxica. Tenemos que abandonar la lucha partidista para dar soluciones a los ciudadanos, a los que nos votaron. Porque para eso nos pagan.
Hasta ahora, cuando mi familia y mis amigos me preguntaban eso de “tú, María, ¿cómo aguantas?” yo me encogía de hombros, casi avergonzada. Bueno, sin el casi. Sin embargo, en las últimas semanas, he encontrado la respuesta. Cuando se apagan las luces y se baja el telón, en los bastidores del Congreso –las comisiones- ocurren cosas por las que merece la pena este trabajo. Cosas que de verdad suponen mejoras para la vida de los ciudadanos. Y he de deciros que, aún a riesgo de que no me creáis, allí dentro existe el diálogo, el debate sosegado, la búsqueda de acuerdo y también el consenso. Os lo prometo.
Es cierto que, casi siempre, lo impulsamos desde Ciudadanos como partido de centro y moderado que somos. Nosotros siempre intentamos tender puentes a uno y otro lado, y en ocasiones lo conseguimos. Sólo por eso ya vale para celebrarlo.
En los últimos diez días, y a modo de ejemplo, hemos conseguido aunar los votos de los grupos parlamentarios más ideológicamente separados en distintas iniciativas. A propuesta de Ciudadanos, hemos arrancado –con cero votos en contra y solo la abstención de Esquerra- el compromiso del Gobierno para finalizar, de una vez por todas, los Corredores Atlántico y Mediterráneo. Además, que sean incluidas estas infraestructuras en el plan de reformas que el Gobierno presentará a Bruselas en unos días y que sea una prioridad cuando se ejecuten los fondos europeos.
Hemos conseguido el consenso de todos los grupos, todos, y se ha aprobado por unanimidad la modificación del Código Penal para la erradicación de la esterilización forzosa o no consentida de personas con discapacidad.
Consenso también en que se reconozca el deceso por Covid-19 como fallecimiento en acto de servicio para los miembros del Ejército y los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Y cierro este elenco de ejemplos con el consenso conseguido para que el Gobierno, a través de la Dirección General de Tráfico, incluya o cree protocolos especiales en sus normativas de tráfico para proteger a las personas vulnerables, entendidas estas como los peatones, ciclistas o conductores de patinetes.
Me juego una mano, sí, sólo una porque necesito la otra para seguir escribiendo, a que no habéis leído nada de todo esto en ningún medio. Ni ha sido viral en grupos de Whatsapp ni os lo ha comentado el vecino al cruzaros en el portal.
Visto lo visto, y después de mi experiencia en estos meses, llego a una conclusión: si de puertas para afuera, cuando todo el mundo nos ve, la política es un espectáculo dantesco, un ‘reality’ que los ciudadanos compran y consumen como si de Netflix se tratara… ¿Qué pasaría si el público se quejara, dejara de consumir telebasura, cambiara de canal y bajara la audiencia?
La política no deja de ser un reflejo fiel de la sociedad misma. Un binomio, sociedad-política, que se retroalimenta y al que le dan alas las redes sociales y los tertulianos, columnistas y asesores de comunicación.
Ciudadanos, españoles, votantes, plantaos. Decid basta, gritad que no queréis ver este espectáculo, pedid una tregua, exigid diálogo y consenso. Porque existir, existe. Porque poder, se puede. Solo hay que pedir a los representantes que dejen de alimentar la bestia de la confrontación y empiecen a recorrer la senda del consenso y las soluciones.