Hace unos cuantos años, Pedro Sánchez apareció ante el delirio universal socialista como un nuevo Kennedy, con una gigantesca bandera española de fondo. En 2016 tuvimos primero al Sánchez centrista, que se inventó un pacto surrealista con Ciudadanos (sumaban 130 escaños, a apenas 46 de la mayoría absoluta) que sus archienemigos de Podemos debían votar gratis, y que fue la sesión de investidura derrotada por margen más amplio de la historia de la democracia española, con esos 130 votos a favor y 219 en contra (y la abstención de Coalición Canaria, único voto que puede considerarse que Sánchez logró medio seducir con su "pacto de emprendedores"). Más adelante, también en 2016, llegó el momento del Sánchez rojo, incompatible con el PP y la corrupción, que por negarse a investir a Rajoy con la abstención de los socialistas fue pasado a cuchillo en un comité federal sangriento.
Susana Díaz, la líder andaluza que periódicamente, por esas fechas, se nos vendía como la esperanza de la izquierda "centrada" española por parte del aparato del PSOE y sus adláteres mediáticos, ante la hilaridad general, se las prometía muy felices, pero en 2017 Pedro el Rojo le arrebató la victoria en una campaña en la que afirmó que haría todo lo contrario de lo que hizo durante su anterior etapa al frente del PSOE. Las bases le creyeron, se ilusionaron, y Sánchez recuperó la secretaría general del partido. La recuperó para no hacer... nada durante un año, salvo ponerse de perfil en la crisis catalana y ganar la moción de censura a Mariano Rajoy en 2018 casi sin querer.
Ahí comienza el Sánchez presidente, por encima del bien y del mal, dedicado intensamente a... ¿gestionar el país? ¡Nada de eso! Una vez en la Moncloa, Sánchez fichó como jefe de gabinete a su consultor electoral de cabecera, Iván Redondo, que había trabajado para el PP anteriormente, y se dedicó a montar continuas estratagemas electorales desde el poder, su afición favorita. La que le salió mejor fue la de las elecciones de abril de 2019, en las que Sánchez se erigía como muro de contención del fascismo. Pero, a continuación, se pasó meses tratando de pactar con la versión soft del "fascismo" (Ciudadanos y Albert Rivera) mientras ninguneaba al socio que le había aupado a La Moncloa un año antes: Podemos.
En noviembre de 2019, Sánchez gana de nuevo, pero pierde posiciones (aunque las elecciones dejan en estado catatónico a Ciudadanos), y no le queda otro remedio que pactar con Unidas Podemos un gobierno de coalición, que se estrena con una pésima gestión preventiva de la pandemia del coronavirus, a la que siguen unos meses de cierre total y control centralizado de la misma, que después continúan (en uno de esos giros de 180 grados del presidente que obedecen, como todo en él, a la lógica electoralista) desentendiéndose de la gestión de la pandemia, que pasa, con todas las consecuencias, a las comunidades autónomas.
En este último año, dos han sido las principales obsesiones de Sánchez. Una de ellas, polarizar el discurso público con una archienemiga que está encantada de cumplir dicho rol: Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, que cuando ocupó el cargo parecía que iba durar dos días y ahora, tras un año de enfrentamiento con Sánchez y unas elecciones después, parece Churchill. Otro hito de la afición de Pedro Sánchez por la táctica electoral, pues Ayuso convoca elecciones aprovechando la ventana de oportunidad que le da el pacto entre Ciudadanos y PSOE para hacerse con el gobierno de la Región de Murcia, de recordado éxito.
El Gobierno se afana en decir que Madrid no es España (está bien que hagan la aclaración, porque sorprendía ver al presidente del Gobierno enfrentándose, en la campaña y antes de la campaña, con la presidenta de Madrid como si fueran dos Estados diferentes, o bien el mismo país, dividido entre ambos); que esta victoria aplastante del PP en Madrid no es para tanto; y que no tienen ninguna intención de adelantar las elecciones generales y se proponen agotar la legislatura.
Esto último es lo único que, sin duda, es cierto: el Gobierno alargará la legislatura todo lo que pueda, con nuevos Presupuestos o sin ellos (ya tienen aprobados los de 2020, y con esos pueden tirar un par de años más sin problemas). Porque ahora mismo no cabe ninguna duda de que el PP está recuperando posiciones; porque se habrá comido ya del todo a lo poco que quedaba de Ciudadanos y al menos habrá logrado contener a Vox, cuyos votantes, en alguna medida, pueden estar tentados de volver a la "casa común" de la derecha, el PP; y porque, además, es posible que se produzca un adelanto electoral en Andalucía. Por algo el PSOE está montando a toda prisa unas primarias allí; bueno, por eso y para intentar echar a Susana Díaz, la antaño esperanza blanca del socialismo español y que por ahora cuenta en su haber con haber perdido la Junta de Andalucía por primera vez en la historia de la democracia española y con haber entronizado dos veces al frente de la secretaría general del PSOE a Pedro Sánchez.
Andalucía ha sido siempre el gran granero electoral socialista, si bien es cierto que más en las elecciones autonómicas (donde ganaban sistemáticamente las elecciones) que en las generales, más sensibles al clima político general; por eso, precisamente, quien estaba al frente de la Junta de Andalucía tendía a convocar las elecciones conjuntamente con las Generales, hasta que se disociaron en la convocatoria de 2012 (que ganó el PSOE, entonces con Griñán al frente, por los pelos). Cuando el PSOE perdió la Junta en 2018 se vio como un accidente sin importancia; ya recuperarían el poder cuatro años después. Pero ahora eso no está nada claro, pues algunas encuestas comienzan a avisar de que el actual gobierno conservador podría revalidar la mayoría, concentrando el voto (como pasó en Madrid) en el socio mayoritario, el PP. Un escenario muy tentador como para no adelantar elecciones, porque una nueva victoria sí podría revertir el férreo dominio socialista de Andalucía para muchos años. Y con Madrid, con Andalucía, con Galicia y Castilla y León, cuatro comunidades en las que el PP podría sacar mucha ventaja al PSOE (más Murcia, donde todo comenzó), ya no está nada claro quién de los dos, PSOE o PP, ganaría unas elecciones generales.
La victoria de Ayuso ha fortalecido una tendencia que ya llevamos años observando: el repliegue hacia el bipartidismo y la decadencia de las nuevas opciones. Una tendencia que inicialmente benefició más al PSOE, pero que ahora puede fomentar el reagrupamiento del voto conservador en torno al PP, mientras no está tan claro que los votantes vean el PSOE ahora como la inevitable "casa común" de la izquierda. Una nueva esperanza, o un Gran Ojo sin párpado (según su metáfora cinematográfica favorita... y su afinidad ideológica), se eleva -como siempre- en Madrid: los resultados de Más Madrid, más que satisfactorios en el contexto general de decadencia de los partidos de izquierda, constituyen un claro motivo de preocupación para Pedro Sánchez y el PSOE, porque Más Madrid (Más País, si de nuevo dan el salto a la política nacional, con socios regionales o en solitario) es un partido mucho más fronterizo con el PSOE que el actual Podemos, con discursos, prioridades y maneras de funcionar más modernas y sensibles a las tendencias de la población que tradicionalmente vota al PSOE; sobre todo, las clases más jóvenes y dinámicas.
El contexto, en resumidas cuentas, ha pasado en apenas unos meses de prometer días de gloria electoral al PSOE de Pedro Sánchez a que se atisben serios problemas en el horizonte. A ver qué maniobras electorales nos deparan ahora los aprendices de brujo de Moncloa, además de repartir los fondos europeos a manos llenas. Que no es poco, pero quizás no baste. Conviene recordar, en fin, que las victorias electorales del PSOE en España no son, ni mucho menos, algo común en el contexto europeo, donde los partidos socialistas, en la mayoría de los países, viven un progresivo deterioro electoral que en muchos casos les han conducido ya a la irrelevancia. Si el PSOE logra decepcionar a bastante gente lo bastante, no cabe descartar que se produzca un trasvase de votos a una opción alternativa que pueda superarles, como estuvo a punto de lograr Podemos en 2015 y 2016 y como, por la mínima, consiguió Más Madrid el pasado martes. Y a partir de ahí, cualquier cosa puede pasar.