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Pedro Miralles: la cerilla del diseñador valenciano más efímero

Cómo a pesar de apenas una década de trabajo el legado de Miralles es una soflama del buen diseño. Un análisis de sus principios de contradicción. 

22/02/2020 - 

VALÈNCIA. En el feed de Instagram, una pieza, un aviso. La ‘camarera veloz’ de Punt Mobles, 1986. Diseñador, Pedro Miralles. La imagen muestra un transportín bar, un engranaje de bandejas, prácticamente dispuesto a correr en solitario. Un protorobot sutil y armonioso que parecerá sonreír en su avance. Es fácil, también, imaginar al propio Miralles esbozando su creación, entrecruzándola con decenas de hilos artísticos que, partiendo de su almena de ideas, terminan ‘cosiendo’ la pieza. La camarera corre, corre veloz.

Y así con la lámpara Egipcia, con Sillón 115, el biombo Voyeaur, con el taburete Dry Martini, con la alfombra Perspectiva, con el escritorio Compás, con el aparador Poynton, con la consola Alfiler. 42 obras que definen una forma y un tiempo (tan corto y en cambio tan inabastable) de hacer diseño.  En los ochenta pero sin los ochenta, de cualquier década. 

Pedro Miralles, el diseñador de València, y por eso, de cualquier parte, que definió una fracción de nuestras maneras contemporáneas, tan reivindicado como ensombrecido por lo que pudo haber sido. 

“Un relato debe nutrirse de referentes e imágenes. Hay que aprovechar la Capitalidad del Diseño para reivindicar figuras olvidadas. Si somos capaces, todo estará bien”, desliza al respecto un diseñador de los que mira las piezas de Miralles haciéndose preguntas.

Sí, hemos venido a hablar de Pedro Miralles. No es quizá su rastro una huella tan olvidada, porque ha habido exposiciones recientes como la de Las Naves en homenaje en los 25 años de su muerte, o estudios ingentes como el de su mejor relatora, Pilar Mellado, Pedro Miralles. Diseño y Emoción. El Legado de una década (1983 – 1993). Pero, en esta constante dualidad, existe la percepción común de que esa década trepidante ha ido diluyéndose sin terminar de ensamblar a Miralles como uno de los nuestros.

En cambio, la luz de su obra resplandece como si fuera nueva ante todas aquellas miradas que lo descubren casi por primera vez. 

Miralles, del final al principio, murió en 1993 con 38 años. Esa trayectoria cortada prematuramente obliga a encajar su creación en solo unos años, bien fértile. Y desde entonces, el desfile de la hipótesis: qué podría haber sido si… Una pequeña trampa que no debería evitar otra máxima: qué fue. 

Y fue un estudiante de Arquitectura en la Politécnica de València (sus estudios hacían adivinar una vida fructífera en cruces creativos). Al acabar, comenzó a trabajar en Madrid. Primera dualidad y principio de contradicción. Ni diseñador madrileño ni diseñador valenciano, pero al mismo tiempo ambas cosas, abrió en la calle Canillas su estudio, Nuevas Manufacturas (NMF). Poco antes había trabajado con el diseñador de moda Jesús del Pozo. Arquitectura, moda, diseño. La macedonia comenzaba como si la mayor simplicidad fuera la superposición de capas. Segunda dualidad.

 — “Valencia, por ejemplo, es como un arsenal. Si alguien pone una cerilla en el lugar adecuado, saltará como un volcán” (Pedro Miralles, 1993, Revista Diseño Interior). 

Justo desde NMF y la calle Canillas pudo estar, tal vez, más en València que si lo hubiera estado. Su relación intrínseca con Punt Mobles, Luis Adelantado, Andreu World o Ebanis enuncia una creación que nunca abandonó su origen. En paralelo, su visión toma cada pieza, cada mueble, como un fin completo que sin gritar por si solo desborda pasión en el prójimo. Una simbiosis narrativa. En una entrevista, hace un par de veranos, el diseñador maestro Vicent Martínez mencionaba al mueble como objeto acompañante capaz de apasionar por sí mismo, y entonces Martínez nos recordaba al propio Miralles remitiendo a esta cita:

— “Me pregunto a menudo cúal es la capacidad que tienen algunos muebles u objetos de seducirnos provocando en nosotros una turbación semejante al enamoramiento. Creo que se debe al entorno emocional que son capaces de desarrollar, haciéndonos entrar en una relación inquietante y afectiva, capaz de transmitir una poética propia” (Pedro Miralles, 1993, Revista Diseño Interior). 

En esa órbita sentimental la compleja composición de Miralles, de la arquitectura al cine pasando por la moda, muestra la inclusión de todas las fuerzas motrices en pos de un último objetivo: objetos que narran mientras -como suele indicar Pilar Mellado- aportan sencillez, robustez y confort. 

La tercera dualidad y principio de contradicción tiene que ver con un latiguillo fácil en torno a su condición. El diseñador de la Movida. Su cercanía a Del Pozo, Almodóvar o Ouka Leele entronizaron su perfil como influyente de los ochenta. Y, sin embargo, la vis pública no pareció transmutar su creación, garantizando que sus obras no tenían fecha, que distorsionaban el tiempo para sobrellevar cualquier contingencia temporal. Más bien, un diseñador en la Movida. Javier Pastor enunciaba hace unos años en Disseny CV uno de los méritos de Miralles: “su atención por la proporción y los detalles, en un momento en el cual el diseño se regía más por la espectacularidad y la provocación que por la reflexión profunda”. 

No se dejaría llevar por los atajos de la efervescencia, como si fuera a adivinar que solo tenía una década para hacerlo todo. 

No ronda ahora ninguna efeméride en torno a su figura pero, justo por ello, conviene. 

“Si somos capaces, todo estará bien”. Encendamos la cerilla al volcán. 

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