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‘Provocación’, carpetazo de Lem al siglo XXI

Impedimenta trae a su catálogo otra de las prodigiosas obras del autor polaco, en este caso, el colofón a su inteligentísimo y preclaro proyecto literario de la Biblioteca del Siglo XXI.

6/07/2020 - 

VALÈNCIA. Por un lado está quien, si le diesen a elegir entre dos modalidades de viaje en el tiempo, escogería viajar al pasado, y por otro, quien apostaría por darse una vuelta por la cuarta dimensión para conocer el futuro. En ambos casos la sorpresa está garantizada, o bien porque pocas cosas son como habíamos decidido que eran en nuestro manuales de historia, los grandes reptiles tenían más pelo, protoplumas y aspecto de avestruz del que nos dijo Spielberg, los libros sagrados resulta que contenían bastantes licencias e imprecisiones, y toda la gente que poblaba el mundo unos siglos atrás era muy bajita; o bien porque la deriva de nuestras sociedades ha acabado por unos derroteros que no contemplábamos, y lo que encontramos en el siglo XXIII —por no irnos mucho más allá— es una realidad humana indescifrable para nuestro cerebro y modelos de persona de este tiempo de inicio del milenio. Hay quien considera que elegir viajar al pasado, por muy espectacular que pueda ser ver animales ya extintos surcando mares, tierra y cielos o a los homínidos en sus cavernas, o a los grandes personajes de las crónicas y leyendas, no deja de ser invertir una preciosa posibilidad en lo que ya ha sido, habiendo todavía tanto por ser. El pasado no existe, no es nada, no está en ningún lado, pero ha existido. El futuro, tanto si lo entendemos como un tren que se acerca a nosotros, como si sentimos que somos nosotros los que vamos montados en el tren acercándonos a él, es una etapa repleta de estimulantes interrogantes: ¿cuál será nuestro —o mejor, su— aspecto dentro de doscientos años? ¿Nos habremos convertido en cíborgs dejando atrás definitivamente al Homo sapiens? ¿Cuánto tiempo viviremos? ¿En qué estado estará el planeta? ¿A qué nos dedicaremos? ¿Habremos dado con vida extraterrestre? ¿Existiremos siquiera? Claro. Aquí no hay que dar nada por supuesto.

El caso es que hay gente, como el genial escritor polaco Stanisław Lem, que sin mediar ser todopoderoso que les regale ese tour temporal, son capaces de ver con extraordinaria claridad y lucidez tanto el pasado, como el presente y el futuro. Su presente, que ahora, es nuestro pasado, como también es pasado el que fue parte de su futuro. Lem estaba tan seguro de sus predicciones, que en este Provocación perteneciente a su Biblioteca del Siglo XXI que confeccionó allá por el siglo XX, no duda en afirmar categóricamente que lo que piensa que va a pasar, sin duda va a pasar, porque a su parecer, ya van por ahí los tiros. Lo peor es que en realidad cuesta pensar que se equivocaba. Lem fue un escritor capaz de escribir sobre una máquina que se volvía tan inteligente que trascendía hasta el infinito y más allá a sus creadores, quienes la habían engendrado para entrevistarse con ella y hacer uso de su vastísima capacidad intelectual para empujar el conocimiento humano, y conseguir que asumas que ese personaje máquina que te habla con algo peor que una fría condescendencia es efectivamente muy superior. Eso ocurría en Golem XIV —también parte de esta prodigiosa biblioteca—, sí, pero es que en este libro que acaba de publicar Impedimenta —hogar editorial del polaco en los últimos años— con traducción de Abel Murcia y Katarzyna Mołoniewicz, Lem sigue demostrándonos su extraordinario talento para desarrollar premisas y estructuras tan particulares como el análisis de una supuesta obra escrita por un autor imaginario para mediante esta excusa, aportar nuevas ideas a algo tan estudiado y escrito como el Holocausto, y luego presentar un supuesto libro faraónico en el que se detalla de una forma tremendamente original lo que hace toda la humanidad simultáneamente durante un minuto, después la introducción a un libro no escrito en el que se presenta una teoría que vincula evolución de la vida con destrucción y cataclismo, y por último, una inteligentísima historia militar de este siglo hasta su fin (su fin en el calendario) que termina con la gran provocación auténtica del libro y con nosotros con la mandíbula descansando en la mesa y la mente sospechando que quizás no sea casualidad que Lem se encuentre dentro de Golem. 

De dónde sacaba el autor polaco ideas tan fascinantes como las del último episodio de este volumen, que recuerda a Vacío perfecto —como Golem XIV y otros tantos títulos de Lem, también en el catálogo de Impedimenta— porque está planteando en base a ese mismo recurso del estudio de la obra ficticia, es todo un misterio. Consciente él mismo de su capacidad para conjurar futuros y dar en el clavo, se permite jugar con nosotros remitiéndose a otros de sus libros para reforzar la idea de que efectivamente ha caído en sus manos un testimonio verídico acerca del camino que va a seguir la industria de la guerra hasta el fin de la centuria. Lem nos dice que su ficción no es ficción, sin saber que ahora, en esta época tan de gorrito de papel de plata en el cogote, por mucho menos a uno le montan un culto desconfiado y agresivo y viene Trump y te lo compra, fascinados como están el presidente y sus millones de seguidores con cualquier cosa que suene a complot, conspiración o verdad revelada en chats para adolescentes, neofascistas, adolescentes neofascistas, y demás perfiles anónimos con banderas e imágenes del anime en sus fotos de perfil. De veras: a Lem hay que leerlo y hablar mucho de él en cualquier conversación que se preste a ello, hay que recordarlo y tenerlo presente, pedirle insistentemente a nuestros conocidos que hagan el favor y compren sus libros, y por supuesto que los lean. Nadie más que él nos va a hablar de fascinantes caminos por recorrer como la intelectrónica y los ejércitos de sinsectos nacidos de un replanteamiento de la quizás no demasiado acertada búsqueda actual de inteligencia artificial, teniendo a nuestro alcance como tenemos la NO inteligencia artificial, o lo que es lo mismo: algo tan plausible como el instinto artificial. ¿Por qué no, verdad? Pues así todo el tiempo con Stanisław Lem.


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