PUNT DE FUGA  / OPINIÓN

Ramiro de Maeztu y la nada de la derecha española

23/07/2021 - 

Este pasado lunes Ignacio Camuñas, ex ministro de la UCD, en un acto junto a Pablo Casado negó que en 1936 se produjera un golpe de Estado y atribuyó a la República la responsabilidad de la Guerra Civil. Para muchos se trata de un exabrupto más de una derecha desatada que ahora se atreve a verbalizar sin complejos lo que antes pensaba, pero se callaba por pudor y por vergüenza. En mi opinión lo que declaraciones como estas señalan es precisamente lo contrario, el enorme complejo que arrastran con respecto a su historia. La derecha española se niega a hablar de su pasado y es solo cuando se ve acorralada que recurre, como en esta ocasión, al negacionismo histórico y a la mentira. Mirar de frente a los hechos les obligaría a reconocerse en una larga y dilatada trayectoria de crímenes y horrores de la que todavía hoy son deudores. Hacer eso exigiría un grado de fortaleza y de patriotismo que sí tuvieron las derechas francesa, alemana o italiana al terminar la II Guerra Mundial pero que lamentablemente no tiene la española.

Ahora bien, hacer tabula rasa con el pasado supone no solo aparcar sus episodios más tenebrosos, sino que les obliga a renegar de su biografía política por entero. Significa renunciar a la memoria de sus organizaciones, sus autores y la labor que estos realizaron. Al ignorar su historia, la derecha española ha renunciado a poder comprenderla, a hacer un balance crítico y a producir nuevas ideas dialogando con ella. El resultado es que ha sido incapaz durante las últimas cuatro décadas de producir un pensamiento fecundo y mínimamente original y se ha limitado a trasplantar en España, normalmente de un modo bastante chusco y cutre, doctrinas llegadas de fuera. Esto da pie a una paradoja, la derecha española es patriota solo en lo folklórico, pero no existe una cultura o un pensamiento político conservador propiamente hispánico. Y eso ha sido desolador no solo para los sectores conservadores sino para el país en su conjunto.

Renunciar a la historia tiene un alto precio. Esto es lo que denunciaba a principios del siglo pasado de manera incansable Ramiro de Maeztu atribuyendo el declive de España a partir del siglo XVIII a la renuncia expresa a su tradición hispánica para importar las ideas liberales traídas desde Francia y Gran Bretaña. Durante aquel primer tercio del siglo XX en España se produjo un enorme desarrollo del movimiento obrero, de sus sindicatos y de sus partidos que contaron con algunos muy buenos dirigentes pero que, en general, no dispusieron de una intelectualidad que estuviera a la altura de sus homólogos europeos. No hubo en aquel momento en España un Gramsci, una Rosa Luxemburgo o un Connolly que combinaran un compromiso político revolucionario con una obra teórica extensa. En el campo de la derecha se dio la combinación inversa de factores: no existía un movimiento de masas, más allá de lo que quedaba del carlismo, y tuvieron unos líderes por lo general bastante mediocres. Ahora bien, sí que contaron con algunos pensadores realmente reseñables.

Durante la II República algunos de estos intelectuales se agruparon en un pequeño partido llamado Renovación Española encabezado por dos referentes destacados: el ya citado Ramiro de Maeztu, como su hombre sabio, y José Calvo Sotelo, como su dirigente más sobresaliente. Hoy en día, la derecha española no cita estos nombres si no es para acusar a la República de haberlos matado (lo que no es riguroso, pero tampoco hubiera sido algo injustificado). Lógicamente no se trata de dos figuras que resulten especialmente cómodas o que sean fáciles de reivindicar: ambos fueron colaboradores destacados de la dictadura de Primo de Rivera, conspiraron desde el principio contra la República, simpatizaban con el nazismo alemán y el fascismo italiano, eran profundamente elitistas y consecuentemente antidemócratas, fanáticos religiosos y antisemitas explícitos. Eran todo eso y más.

Ramiro de Maeztu criticó amargamente a las élites españolas como las grandes responsables del declive de España al haberse extranjerizado separándose de los ideales hispánicos para abrazarse a la Ilustración. Para él, el fundamento del hispanismo era el catolicismo y su misión histórica era su universalización. Maeztu era muy crítico con el exclusivismo que percibía en el judaísmo y con el supremacismo que detectaba en los países protestantes. En contraposición, decía, España no había establecido en sus provincias americanas y, en menor medida, asiáticas y africanas un régimen de segregación, sino que había optado por fundirse con sus pueblos nativos para elevar su condición moral. Maeztu abogaba por restablecer la fortaleza de los lazos con las Repúblicas hispanas americanas y denunció el intervencionismo norteamericano, al mismo nivel que la subversión comunista interna, que se expandía mediante la llamada “diplomacia del dólar”.

José Calvo Sotelo fue el mejor orador de la derecha española en Las Cortes republicanas y supo ganarse una posición de liderazgo en ese bloque a pesar de que no pertenecía a ningún partido con una fuerza electoral apreciable. Sirvió en los gobiernos de la dictadura de Primo de Rivera quien le encomendó la reforma de la administración local, convenientemente modernizadora, para luego nombrarlo Ministro de Hacienda. Desde ese Ministerio trató de introducir el que hoy conocemos como IRPF y le presentó su dimisión al dictador cuando éste echó el freno a sus proyectos para perseguir el fraude fiscal. Para financiar el programa de inversiones públicas de la Dictadura impulsó la creación de monopolios estatales. Cuando se creó Campsa como empresa pública que monopolizaba el comercio de petróleo, la compañía angloholandesa Shell amenazó con realizar un embargo de crudo contra España, y el gobierno respondió firmando acuerdos comerciales de aprovisionamiento con la Unión Soviética.

Evidentemente todo esto no es más que un reflejo más bien anecdótico del pensamiento de Ramiro de Maeztu y de Calvo Sotelo, no pretendo coger la parte por el todo. A lo que voy, es a que dentro de un ideario profundamente reaccionario y rechazable de todo punto de vista, también habían planteamientos en ambos que todavía hoy tienen mucha miga e invitarían a un debate de calado. La cuestión es que la derecha española prefiere apartarse de todo lo que puede aportar su historia para no tener que soportar el tormento de diferenciar lo que es defendible de lo que deberían condenar sin paliativos.

Todo ello tiene grandes consecuencias para el debate político en España. Tenemos una derecha que no tiene proyecto alguno para su país y cuyo leitmotiv consiste básicamente en derruir todo lo que trata de levantarse desde otras partes. Como diputado me encantaría poder debatir con los portavoces del PP o de Vox sobre sus ideas, sobre el papel del catolicismo, el corporativismo en la economía o sobre su idea de España y, sin embargo, llevamos mucho tiempo constatando que al otro lado no hay nada. Hemos llegado a tener situaciones absurdas en que los políticos de la derecha acusan a los portavoces de la izquierda de “politizar” el debate o de que se nos acuse de “ideologizar” la labor parlamentaria. Precisamente eso es lo dramático, que en la derecha española no haya ni una ideología que produzca ideas, ni una política consistente, solo la nadidad de la nada.

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