VALÈNCIA. ¿Abrumado por tantas series? ¿Angustiada porque no sabe cuál elegir? Acostúmbrense. Es inevitable. En 2018 se ha batido el récord de producción televisiva: 495 series originales. Un aumento del 85% en los últimos siete años, desde 2011. Muchas series en demasiadas plataformas. Y creciendo: por primera vez la producción de ficción para plataformas digitales como Hulu, Netflix y Amazon superó en cantidad a las creadas para canales de televisión, de forma que el aumento de series desarrolladas por este tipo de empresas ha sido de un 385% desde 2014. Así que habrá que tomárselo con calma y entender que, como con los libros y con las pelis, no vamos a poder verlo todo. Y que a lo mejor no hace falta. Que perderse una serie, o veinte, por muy de moda que estén, no es ningún drama.
¿Estamos sobrevalorando las series? Ahora son el producto cultural estrella y parece que si alguien no ha visto la serie de la que todo el mundo habla no solo se está perdiendo algo esencial, sino que, además, está fuera de onda, out, no puede entrar en las conversaciones. En cuanto aparece una nueva serie de cierto interés se crea una enorme ansiedad: ¿Cómo? ¿Que aún no la has visto? Pero, ¿cómo es posible? Tienes que verla sí o sí. Es lo mejor. Y si, con suerte, te pones a verla la semana siguiente volverá a repetirse la conversación porque otra serie genial, fantástica, imperdible, lo-mejor-que-he-visto-nunca habrá llegado. Es como los partidos de fútbol del siglo, que hay dos o tres cada mes.
Es el maldito hype. ¿Sabían que hype procede de hyperbole? Es decir: hipérbole, exageración. Es un término de marketing, aunque nació en el mundo de los jugadores de videojuegos y fans de cómics y las redes lo han hecho suyo. Vivimos en un constante estado de excitación ante la llegada del próximo producto de consumo de la industria del entretenimiento, sea la peli Marvel, la serie de Netflix o el enésimo partido del siglo. Ya existen hasta tráilers de los tráilers. Y los consumidores participamos despreocupadamente en el fenómeno haciendo gratis y con gran alegría la campaña publicitaria de cualquiera de esos productos. Es como ese estúpido hábito de llevar prendas de ropa, bolsos, zapatos o gadgets electrónicos con la marca comercial bien a la vista como si fuera un adorno, presumiendo de ella, cuando, en realidad, lo que sucede es que nos han convertido en hombres y mujeres anuncio.
Vivimos en la tiranía de una expectativa brutal que, en general, acaba distorsionando nuestra experiencia de visionado. Cualquier serie parece imprescindible y las vemos bajo presión. Dame ya emoción, venga, desde el minuto uno, no te entretengas, que me han dicho que mola mucho pero de momento aquí no pasa nada. ¿Saben que hay gente que ve las series dándole al avance rápido, a 1,5x o incluso al doble de la velocidad normal? Como lo oyen. El poder del consumo en toda su crudeza, que en el capitalismo triunfante todo es cuestión de cantidad y no de calidad, qué te habías pensado.
Pero es que además no solo hay que verlas, hay que opinar y juzgar, con una necesidad imperiosa de tener una opinión muy clara desde el primer capítulo. Pero una opinión rapidita y poco elaborada, no me vengas con florituras que ya tengo diez series más esperando; con un me gusta/no me gusta vamos bien. Los matices, para el vino. Y a veces surge el “pues no es para tanto”, o ese cierto desconcierto que nos dejan algunas ficciones que nos parecen entretenidas, sí, pero nada más. Verlas o no verlas no marca ninguna diferencia en nuestra vida o en nuestro ánimo por más que el hype se empeñe en lo contrario.
Ahora que es el final del año y toca hacer balance es inevitable plantearse todas estas cuestiones. ¿Cuántas de las series que nos han parecido maravillosas y no hemos parado de recomendar trascenderán? ¿Cuántas recordaremos no ya en unos años, sino dentro de unos meses? Es verdad que no podemos saber lo que el paso del tiempo les hará a algunas de estas ficciones, como no lo sabemos para los libros, las películas o las canciones. Pero sí sospechamos que tanta abundancia nos marea un poco y nos despista. Al fin y al cabo, si pensamos en otros ámbitos de la cultura, ¿cuántos de los libros que hemos leído han resultado trascendentales o han valido la pena? ¿Cuántas películas hemos olvidado?
Pero aun así, la emoción es real. Hemos sufrido con Camille Preaker en Heridas abiertas y odiado a su madre, hemos pasado miedo con los fantasmas de la familia Crain en La maldición de Hill House y con los hombres perdidos en el hielo de The Terror. Hemos reído con The good place, con La maravillosa Mrs. Maisel y con Mom. Hemos entendido el dolor de Mr. Pickles en Kidding y sufrido la injusticia y la violencia con June y Serena en El cuento de la criada. Compartimos el desconcierto de Howard en el mundo dividido de Counterpart y el empoderamiento y anticonformismo de Nola Darling.
Hemos aplaudido la entereza y el desafío a las normas de las protagonistas de The good fight y de Glow y nos hemos dejado arrastrar por la ira de James y Alissa en The end of the f***ing world, la extraña obsesión de Chris en I love Dick y el juego perverso de Eve y Villanelle en Killing Eve. Hemos visto y casi olido la Sevilla del siglo XVI en La peste y hemos amado a Anamari y Paco en Arde Madrid. Nos dejó atónitas la historia de la comunidad Rajneeshpuram en Wild wild country y entendimos muchas cosas de la España de la transición y de nuestro presente con El día de mañana (nunca olvidaremos a Justo Gil) y Fariña.
Y en 2019 sufriremos con el final de Juego de Tronos porque será nuestra última visita a Poniente, le daremos una nueva oportunidad a True Detective, esperaremos que nos deslumbre de nuevo Mindhunter en su segunda temporada (Netflix) y veremos con cierta desconfianza que han hecho en la segunda temporada de Big Little Lies, entre otras cosas que llegarán.
Puede que la función de la mayoría de las series sea mantenernos pegados a una pantalla durante horas sin mayor trascendencia, mientras dejamos de hacer otras cosas. Que muchas de ellas, aunque ahora nos lo parezcan, no sean relevantes. Productos de relleno que puede que recordemos vagamente con una sonrisa en el futuro. ¿De relleno de nuestras vidas? Sí y no. La ficción no es un relleno, ni es baladí. La necesitamos como necesitamos comida y cobijo. Los relatos existen desde siempre, son herramientas necesarias para enfrentarnos a la realidad, a la vida y a nosotros mismos. Así que disfrutemos de las series a nuestro ritmo (aunque no a 1,5x, eso es compulsión capitalista), con nuestro gusto particular y sin dejarnos llevar por la presión del hype, las redes y todo el aparato de la industria del entretenimiento. Si no se ha visto la serie de moda, y si no se ve nunca, no pasa nada. Hay mucho donde elegir. Feliz año nuevo.