Fue el programa de consagración de Jordi Hurtado en televisión, un concurso delirante y teatral que recreaba un camarote de los hermanos Marx en cada entrega. Al verlo ahora, hay 20 programas en la web de RTVE, treinta y cinco años después, impacta por el atuendo y la imagen de los ciudadanos de aquella época. Parecía que tenían veinte años más por cómo vestían y se comportaban. Y sobre todo salta a la vista el sexismo, con unas azafatas siempre al mínimo de ropa para llevar y traer tarjetitas y demás
VALÈNCIA. Ahora resultará inverosímil, pero hubo un momento en el que Jordi Hurtado pertenecía al pasado ochentero y en las conversaciones nostálgicas la gente se preguntaba qué había sido de él. Fue al inicio de los 90, cuando tuvo una trayectoria errática hasta que dio con la tecla con Saber y ganar, que no es que sea un espacio longevo, sino el espacio longevo por antonomasia.
A Jordi Hurtado se le quería porque había trabajado en un concurso al que se le tenía mucho cariño, Si lo sé no vengo. Recuerdo a un amigo una vez, en un momento de crisis adolescente, -esto es, el resultado de la ingesta de calimocho, suspender todas y ser rechazado por el sexo opuesto de manera sistemática- preguntarse qué había pasado con su existencia, con lo feliz que él era yendo al colegio hasta que llegaba el viernes, momento en el que su madre le hacía palomitas para ver el 1, 2, 3, lo que consideraba llegar al éxtasis, el placer supremo, lo mejor que le podía pasar en la vida. Sin embargo, todo se había vuelto complicado. Tengo grabada esa ridícula conversación sobre todo porque mi caso no era muy diferente, aunque a mí no me dejaban trasnochar tanto y esa temprana felicidad suprema salida de la caja tonta, si la recuerdo con algo muy al principio, era con Si lo sé no vengo.
Divertido, trepidante y original. Esos son los tres adjetivos que tengo en la memoria. Sin embargo, la memoria ya no vale para nada. Al menos desde que en rtve.es hay casi un par de docenas de programas colgados. Volver a verlos en una tarde abúlica de verano ha sido un momento magdalena de Proust en esta casa de los que ya no se recordaban.
Pinchamos en uno de 1987. Concursante valenciano, médico de formación que trabajaba de locutor de radio. El espacio comenzaba con la leyenda "Un concurso de locos habitado por Jordi Hurtado...". La sintonía era un rock and roll con la torpe electrónica de la época que sonaba muy cercano a la música del Renegade en CPC. Del atuendo de Jordi poco se puede decir ya que era un esmoquin, prenda para la que no pasan los años, las gafas tampoco extrañan nada, son las de Vestrynge cuando era derecha dura, y también las que se llevan ahora en un guiño kitsch y retro al pasado. Si acaso, llama la atención que Jordi llevaba su pelo rizado ligeramente amulleteado, más largo por detrás que por delante.
El impacto serio llega con la primera azafata que aparece. Siempre se ha presentado a la mujer, incluso hoy y en los telediarios, explotando su faceta sexy, pero aquí la distancia en el tiempo ya muestra cuánto ha cambiado la sociedad, que ahora disimula mucho mejor los mismos sesgos e instintos. La chica aparecía con un bañador con las ingles a la vista casi al estilo Miley Cyrus, tacón altísimo y pelo requetefrito. El resto que salían iban de la misma guisa. Cuando salían vestidas de enfermeras, era con ligueros blancos. Hasta las del ballet que ejecutaba un número en mitad del concurso, que son las que tradicionalmente han salido siempre más desnudas, iban más presentables ataviadas como las secundarias del clip de Kiss Lick it up. En 1987 el sistema ya había absorbido el heavy metal.
Haber hecho alusión a la condición de la mujer en aquel momento hubiese sido considerado ridículamente conservador. Cuando José Luis Moreno ya planteó directamente desfiles de lencería puede que se hallase el punto de inflexión y empezara el cambio de mentalidad. Aunque su programa estaba orientado a la tercera edad que no tenía adónde ir un sábado noche. En un concurso vespertino ideal para verlo con los peques de la casa no sé qué pretendían.
La gracia del concurso estaba en que era un circo de tres pistas. Las pruebas se iban acumulando, algunas se hacían a la vez, se solapaban y, mientras tanto, con un plató lleno de actores y cómicos, con un estilo camarote de los hermanos Marx, al concursante se le iban haciendo preguntas. Cada prueba, le daban dos mil kilómetros para un viaje, cada respuesta, 10.000 pesetas. El hombre intentando hacerse el chistoso para estar a la par con el concurso, la actitud profesional de Jordi Hurtado y el absurdo de las pruebas, con tantos años vista, a lo que más recuerdan es a Faemino y Cansado. No sería de extrañar que sus múltiples sketches sobre pruebas y competiciones tuvieran aquí su punto de referencia.
Si vamos atrás en el tiempo, en 1985, aquí todavía estaba Virginia Mataix de co-presentadora. Al comenzar, Jordi decía que para concursar había que enviar una foto reciente, "no la del bautizo", y las "encantadoras vecinitas", vestidas como de aerobic daban apoyos a la presentación del concurso. Sin embargo, lo más espectacular ya curados de espanto sobre el tema sexual es la edad de los concursantes. Si el del programa comentado de 1987 parecía que tenía 40 y tenía en realidad 27, el de este parece que tiene 52 y eran 23. Ese fenómeno habitual en futbolistas durante años, en este plató era escalofriante.
E hilarante hasta el delirio es que, tras presentar al concursante, le piden que cuente una experiencia desagradable de su vida. España quiere saber. Y el hombre recuerda que cuando tenía siete años, en el colegio, la profesora para ridiculizarle le llevó a la clase de las chicas, le bajó los pantalones y le dejó en calzoncillos, los cuales estaban rotos. Así, todo gratuito, porque sí, como si fuese lo más normal presentarse y siempre contar después una experiencia traumática. El público aplaude y la presentadora se parte para decirle finalmente: "yo creo que aquí vas a pasar un rato muy agradable".
En el 88, la concursante, curiosamente, también es médico que no ejerce, trabajaba en un taller de arquitectura. La magdalena de Proust con estos detalles me trae otra visión que siempre me acompañó. En el parque del Retiro, ver a un doctor con un cartel ofreciéndose para tomar la tensión donde decía "Médico en paro". Para esos detalles no pasa el tiempo.