Un grupo de blancos ricos van de vacaciones a un resort de Hawai. Están todos, de algún modo, tratando de encontrarse a sí mismos y se muestran desorientados y vulnerables. Fuera de su entorno son inocentes e infantiles. Las crisis de la mediana edad golpean a unos, la adicción al trabajo a otras y constatar que todas las relaciones que mantienen se tratan de meras transacciones económicas son algunas de las tramas principales de esta mini-serie de HBO, que no sería lo mismo si no estuviese envuelta en sexo y drogas
VALÈNCIA. En los años 90 hubo memorables películas con el formato de historias cruzadas que venían a decir de forma nítida que los estadounidenses son unos desgraciados que no saben ser felices, aunque sea esto lo único que intenten. La década empezó con Gran Canyon en 1991 que apuntaba a la hipocresía que producen diferencias sociales y el racismo como origen de la infelicidad y la deshumanización de los habitantes de Los Ángeles. Luego vino Vidas Cruzadas, de Robert Altman, sobre un relato de Raymond Carver, que con un mensaje menos trascendental también mostraba a una colección de desgraciados angelinos cuyas desdichas venían unidas por la casualidad.
En 1999 llegó Magnolia, de Paul Thomas Anderson, que fue la que más gustó. Calificada de clásico de forma instantánea, otra vez teníamos un barrio de Los Ángeles lleno de personajes tristes y extraviados en la gran urbe, todos deseando amar o ser amados o en busca de la redención imposible, un cuadro muy exagerado, pero que tocó techo. Porque los inventos posteriores, como Traffic o Crash, especialmente esta última, eran ya garrafón puro.
Antes de Magnolia, hubo una que se quedó criticando en la costa Este. Happiness, de Todd Solondz, que retrataba a la gente bien de Nueva Jersey. Como esta película venía desde los confines del cine indie, resultó la más simpática y la más gamberra, especialmente por aquellos diálogos entre padre e hijo en el que el primero le explicaba al segundo su pequeño gran problema, que era pederasta, la obsesión estadounidense en aquel momento. Si no me equivoco, fue Muñoz Molina, pero pudo ser cualquier otro quien escribiera en El País que se le había acercado un crio en un restaurante americano, le había tocado la cabeza para saludarlo y se montó un escándalo. Solondz desafiaba a la mentalidad del momento tratando el fenómeno desde el humor de poner esa perversión en manos de un buen padre totalmente racional y honesto con sus hijos, pero pedófilo.
Lo bueno de The White Lotus viene por todo lo que tiene, como obra coral de historias cruzadas, de esa Happiness. Se trata de los huéspedes de un resort veraniego en Hawái, todos ellos ricos, todos ellos blancos y, por lo general, vacíos y superficiales, acostumbrados a comprarlo todo con dinero. Same old song. La trama más importante es la de una familia de cuatro miembros que viajan con una amiga de la hija, ella "racializada", que están flanqueados por la historia de una mujer mayor alcohólica que acude a depositar en el mar las cenizas de su madre, por un lado, y la de un matrimonio recién casado en luna de miel, donde ella es de clase trabajadora y él un rico hijo de mamá, por otro. Mientras tanto, los empleados del hotel saltan de unos huéspedes a otros, chocan o salen despedidos, según el caso.
El guión que ha escrito Mike White juega con una doble vertiente. Los ricos son muy tontos, muy inocentes, como niños, también muy vulnerables, pero en cualquier momento te la pueden meter doblada porque no les importa nadie más que ellos. Como en este viaje de alguna manera todos tratan de encontrarse a sí mismos fuera de la rutina de sus vidas y sus espacios naturales, están especialmente ridículos. Por desgracia, los gags están muy subrayados y la fotografía está muy recargada y es, en ocasiones, realmente relamida, pero no deja de ser una gran comedia a grandes rasgos. Es ácida y como habla sin tabús de sexo y drogas, en un fenómeno del que ya hablamos, hace pasar un buen rato no exento de carcajadas.
Luego The White Lotus también emparenta con algunos de los ejemplos cinematográficos mencionados porque se dirige al llamado público inteligente. Es para listos. Para los más listos de la clase, porque tiene un mensaje sobre el tema que genera mayor neurosis actualmente en Estados Unidos, el white privilege. Una sub-trama, sobre la relación de la mujer mayor depresiva con su masajista, es brillante en este aspecto. Quizá la evolución de este personaje por momentos parezca una letanía y sea la más irregular de la mini-serie. No obstante, su desenlace es una genialidad y es realismo soviético. Esa gente existe tal cual.
En lo referente a la familia y la niña "racializada" el argumento está bien construido, pero se pone muy estupendo y a un espectador europeo que ponga en duda la honestidad de la nueva moral renacida de los estadounidenses, le chirriará un poco, aunque para el que esté muy concienciado con estas cuestiones, tendrá todos los cromos: racismo, colonialismo... El propio autor ha confesado que espera críticas en este sentido por haber retratado de forma idílica a los lugareños de la isla hawaiana, como un lugar mágico de vida pastoral, como "una fantasía", en definitiva, según sus propias palabras. La cuestión es que en este desenlace, el humor deja de ser ácido de repente para no pisarle el callo a ningún chaval cancelador, suponemos, que hacen mucha pupa.
Sin embargo, por encima de todo lo citado, hay un personaje que se eleva, es la salsa de The White Lotus y una de las mejores interpretaciones de los últimos años. Se trata de Armond, brillantemente encarnado por Murray Bartlett. Es el gerente de hotel, profesional como pocos, pero con un pasado alcohólico y adicto. Los huéspedes del hotel y ciertas casualidades sacarán su lado oscuro. Esa evolución sí que es mágica y, casualmente, una serie que se recrea tanto con las imágenes imitando pobremente a Sorrentino, que ya es de por sí bastante autoparódico, aquí consigue que valga oro cada fotograma que llena Armond con sus sonrisas y sus pesares. Curiosamente, el desenlace de la serie, lo que ocurre con este personaje, ha cosechado críticas entre los espectadores estadounidenses. No es un final feliz, lo que es lógico en una comedia negra, pero parece que para su mentalidad tampoco es aceptable. El autor, no obstante, sí que ha dejado en este punto un mensaje muy claro y universal. Tener dinero permite cometer errores, equivocarte. No tenerlo, no.