VALÈNCIA. En estos tiempos de pandemia, como en cualquier situación extrema y dramática, estamos viendo lo mejor y lo peor del ser humano: el egoísmo y la solidaridad, el cálculo político (demasiado) y el sentido de la responsabilidad, el enfrentamiento y la colaboración. En realidad, estas cosas las vemos todos los días, pero se hacen mucho más evidentes en momentos como estos, que son de los que requieren tomar decisiones relevantes que afectan profundamente a la vida cotidiana. Tiempos en los que nos hacemos inevitablemente conscientes de nuestra condición de seres gregarios y de que nuestras acciones tienen efectos en los demás.
Probablemente, una de las peores enseñanzas de esta pandemia sea la constatación de que, incluso en una situación en la que todos vamos al desastre y dependemos unos de otros, hay quien es incapaz de actuar en consecuencia y solo lo hace cuando pesa una prohibición y/o un castigo. No hablo de los negacionistas, que al fin y al cabo son idiotas pero coherentes y actúan según su creencia, por muy ridícula y destructiva que sea. No, me refiero a la “gente corriente”, a nuestros iguales, esos que, por más que se repita que salgamos de casa solo lo imprescindible lo harán, aunque sea muy prescindible; los que van a forzar los límites de las restricciones porque son más listos que nadie y oye, si no me pillan eso que me llevo. Según el día y el ánimo tenderemos a fijarnos en quienes empeoran el mundo, como los estúpidos de los que acabo de hablar, o en quienes lo mejoran, que realmente son muchos más de los que creemos. El problema, como estamos comprobando dramáticamente, es que los que lo empeoran, aunque sean pocos, nos joden a todos.
¿Y por qué les cuento todo esto si yo tengo que hablar aquí de series? Pues porque hoy toca una producción de ciencia ficción, The expanse, que habla de estas cosas entre viajes interplanetarios, gravedad cero y asteroides. De la responsabilidad individual y colectiva, de las decisiones incómodas que hay que tomar por el bien común, de momentos y situaciones inusuales que ponen a prueba nuestros valores y nuestras creencias. Nada nuevo en el mundo de la ciencia ficción, ese género imprescindible que nos permite proyectar futuros que hablan del presente y plantear estas cuestiones esenciales, además de, en este mundo pandémico, ofrecer paralelismos inquietantes.
Situémonos. Dentro de dos o tres siglos, los seres humanos han colonizado el sistema solar; la Tierra, gobernada por Naciones Unidas, y Marte, con una sociedad muy militarizada, son países (sí, países, es correcto) independientes y viven en estado de guerra fría permanente. En el cinturón de asteroides, entre las órbitas entre Marte y Júpiter, las colonias se agrupan bajo la Alianza de Planetas Exteriores (OPA) y son los parias del sistema, mano de obra explotada para la extracción de materias primas. Por ello, han surgido piratas, grupos de delincuentes de variada índole y también fuerzas de resistencia nacionalistas y obreristas. Comienza la serie con dos hechos aislados, la investigación policial sobre la desaparición de una rica heredera terrícola y el accidente en el que se ve envuelto un carguero de hielo en el espacio, que pronto comienzan a entretejerse en el marco de una amenaza a toda la humanidad, que incluye terrícolas, marcianos y cinturonianos (belters, en el original).
La serie, que va por su quinta temporada en Amazon Prime Video, adapta las novelas de Daniel Abraham y Ty Franck, escritas bajo el seudónimo de James S. A. Corey. El comienzo es entretenido, pero titubeante, como si las líneas argumentales no acabaran de encajar, ni tampoco la mezcla de géneros entre thriller y ciencia ficción. Da la sensación de que no sabe muy bien a dónde va y los personajes están peligrosamente cerca del cliché, especialmente el detective que parece más bien una parodia. Pero hay que perseverar, porque va creciendo y mejorando espectacularmente cuando comienza a centrarse en el meollo de la cuestión. El argumento pasa a mayores, el foco se amplia, los personajes se alejan de clichés y todo adquiere una gran profundidad: se trata de la imposibilidad de evitar los enfrentamientos, la violencia y la desigualdad, incluso cuando el mundo se enfrenta a su destrucción. Los protagonistas se ven obligados a luchar por mantener un equilibrio de fuerzas que evite la guerra y la devastación y, por el camino, van a tener que tomar decisiones difíciles, crueles e injustas. Y un aprendizaje doloroso: buscar el bien puede llevar al caos.
Esta no es exactamente una historia de buenos y malos. Hay personajes claramente del lado del bien, por supuesto que sí, pero no tantos del lado del mal. No hay un mal al que vencer así con mayúsculas, solo gente que toma decisiones que, a veces, provocan destrucción o alteran profundamente el estado de las cosas. Y eso les pasa a los propios héroes del relato, que son muy imperfectos. Lo que sí hay es cálculo político, mucho cálculo político. Promover o impedir la guerra, evitar o provocar los enfrentamientos no tiene que ver con ser malvado, sino con desarrollar estrategias políticas para conseguir un fin, que puede ser más o menos noble: acabar con la explotación de los cinturonianos, mantener la hegemonía de la Tierra o conseguir, por fin, que Marte sea verdaderamente habitable.
Cálculo político, gente que actúa según sus creencias y otra que lo hace sin tener en cuenta las consecuencias en los demás; seres humanos que asumen responsabilidades y, sin mirar diferencias de origen, clase o condición son capaces de unirse y arriesgar por el bien común, aunque no siempre lo logren. No sé si les suena.
Al fin y al cabo, como toda la buena ciencia ficción, The expanse es profundamente política, puesto que habla de la comunidad, de mantenerla o crearla, de relaciones de poder, de construir sociedades, de la desigualdad de origen y de clase. Como en la extraordinaria Battlestar Galactica (la segunda serie, 2004-2009), todo ello lo hace sin dejar de ofrecer aventura, imaginación, belleza y sentido de la maravilla, otro de los grandes valores de la ciencia ficción. Amamos el contenido y la profundidad, pero también la posibilidad de ver naves surcando el espacio, planetas de paisajes inéditos, el brillo de las estrellas o formas de vida no humanas. Uno de sus grandes aciertos es el modo en el que integra con total naturalidad elementos del mundo futuro, como la gravedad cero, mostrándolos, más que explicándolos; prácticamente no hay ni una de esas típicas parrafadas técnicas que tanto se nos atragantan en producciones de este tipo. Así que, acéptenme el consejo y no la dejen en los primeros capítulos. Le cuesta un poco arrancar, pero el viaje vale la pena.