El Gobierno democrático ha mandado que te espíen. Por supuesto que lo niega. El INE alega que es para recopilar información estadística sobre los ciudadanos. Dejad que me ría cuando lo leo. Lo quieren saber todo sobre nosotros. Vuestros datos les permitirán hacer negocio y chantajearos si llega el caso
Sé que tienes debilidad por tu hermano. Hace tiempo que me di cuenta, pero no quise decirte nada. Hay cuestiones que mejor no tocar. Pero lo que haces no está bien. Aunque hayas sido educado en la ignorancia de la fe católica —costumbre extendida entre los adolescentes de hoy—, te recuerdo que el incesto es un pecado muy grave que puede llevarte, si no media el arrepentimiento, al infierno, que es muy parecido a una conferencia de Victoria Camps a favor del diálogo en Cataluña.
Te dejas observar, espiar, seducir por tu hermano. No se le escapa ni una. Es celoso y quiere saber con quién y adónde vas. Cuenta tus pasos a cada momento. Conoce tus gustos y tus secretos. Estás en sus manos, en las manos de tu hermano favorito.
Deberíais ser más prudentes y no dejaros ver juntos con tanta frecuencia. Da que hablar. Se os ha visto flirteando en el metro, en los parques, en un mercadona y en las sesiones de Akuarela Playa con José Coll como pinchadiscos. Si no podéis resistir la tentación, al menos sed discretos y no manchéis el buen nombre de la familia, que luego todo son habladurías. Hay mucho maledicente que de un grano hace una montaña de arena. Las apariencias lo son todo en la vida.
¿Has leído 1984 de George Orwell? Fue uno de los libros más vendidos el año en que el locuelo de Donald Trump llegó a la Casa Blanca. En esa novela, Orwell describe, inspirándose en el estalinismo, un régimen totalitario en el que un Gran Hermano lo vigila todo. Nada escapa a su control. Tu hermano favorito —tu móvil de cuarta generación— se parece a ese Gran Hermano que se ha sabido adaptar a los tiempos, haciéndose líquido y más eficaz gracias al contubernio entre los estados y las corporaciones tecnológicas manejadas por pelirrojos siniestros como Mark Zuckerberg (recuerda que el traidor de Judas era pelirrojo).
Sabes; me da un poco de repelús el mundo en que vivo. El Instituto Nacional de Estadística (INE), dependiente del Gobierno que nos ha tocado sufrir como penitencia, ha pagado casi medio millón de euros a Movistar, Vodafone y Orange para seguir nuestros pasos gracias a la localización de los móviles. Empezaron a rastrear nuestros movimientos la semana pasada y continuarán en Navidad y el año próximo.
Las compañías de telefonía han jurado y perjurado que no facilitarán las identidades de los titulares de los teléfonos. ¿Te lo crees? ¿De verdad piensas que no se usará esa información contra ti o a pesar de ti? Alguien ha dicho que los datos son el petróleo de este siglo. Tú y yo somos dos títeres manejados por algoritmos, un negocio boyante para ellos, los muy cabrones.
Caro lector, cuando leas estas líneas si no tienes nada mejor que hacer, el INE ya sabrá que estuviste de picos pardos con tu amante en un hotelito en San Antonio de Benagéber. Tampoco se le habrá escapado que terminaste de farra con tus amigotes en el Barrio de Alicante, y habrá tomado buena nota de que faltaste al trabajo simulando una lumbalgia, decisión que contará siempre con mi comprensión y respaldo.
Las compañías de telefonía han jurado que no facilitarán los titulares de los móviles al INE. ¿De verdad piensas que no se usará esa información contra ti o a pesar de ti?
El problema es que ni a ti ni a casi nadie os importa que el complejo estatal-tecnológico haya secuestrado vuestra privacidad. Os da lo mismo que la intimidad haya saltado por los aires. De hecho, muchos estáis encantados con traficar con vuestras vidas en las redes fecales, a la vista de propios y extraños. ¿Y a cambio de qué? Como mucho, a cambio de un like. Hoy ni siquiera podéis aspirar a los quince minutos de gloria de Andy Warhol.
Años antes de que Orwell publicara 1984, otro inglés, Aldous Huxley, dio a conocer su novela Un mundo feliz en 1934. Son dos distopías que están cumpliendo casi al pie de la letra. A veces, el pesimismo acierta. Nunca ha habido un mayor control de los estados falsamente democráticos sobre sus súbditos. Ofrecen nuevas versiones del pan y circo por el bien de nuestra felicidad. ¡Cómo no! Nos hacen creer que somos libres cuando la libertad es una palabra prostituida en boca de tiranos pasados por las urnas, y el azar está amenazado de muerte.
Como en la novela de Huxley, me diréis que siempre quedará un salvaje que cuestione las reglas y se niegue, por ejemplo, a tener móvil o descargarse el wasap. Creedme: no representan ningún peligro para el statu quo. Son los raros que el sistema tolera para dárselas de pluralista y generoso. Antes o después acaban fuera de juego, o se adaptan a lo que hay. Son los raros como yo, que tengo la osadía de apagar el móvil y no decir adónde voy cuando salgo a la calle. Cualquier día de estos me detienen por alterar el orden público. Y un par de hostias no me vendrían nada mal.