El usted se bate en retirada ante la pujanza del tuteo. Es otra señal, por si no hubiera suficientes, de la decadencia de estos tiempos. El tuteo se impone en nombre de un falaz igualitarismo que algunos ingenuos defienden. La mala educación lo preside todo
Vivimos en un mundo de gustos plebeyos, donde la masa, hoy denominada gente, tiene la última y equivocada palabra. Cualquier muestra de distinción es cuestionada. Nada ha cambiado desde que Eugenio d’Ors lo advirtiera en una de sus famosas glosas: “En España ser diferente es pecado”.
La persecución del distinto, junto a la cruzada contra toda forma de excelencia, es consecuencia del carácter gregario español. Por eso es tan fácil gobernarnos, sea en una dictadura o en una democracia. Que se lo digan al presidente maniquí. Nuestro individualismo es de boquilla; verborrea que muere en la barra de un bar.
El odio a las élites, entendidas en su mejor sentido, es decir, como aquellos grupos que elevan el listón moral de un país, se refuerza con nuestra proverbial falta de educación. Voces destacadas, personajes ilustrados y reformistas como Cadalso y Larra denunciaron la mala educación como uno de los principales males de este país, en contraste con otras naciones europeas más cultivadas. Hoy nadie lee a Cadalso ni a Larra, ni falta que hace, prueba suficiente de que a las mejores cabezas sólo les queda un destino en España, y es el olvido, cuando no el destierro o un tiro en la nuca.
La educación es el triunfo de las formas, y es verdad imbatible que las formas son siempre más importantes que el fondo. Antes se practicaba la cortesía, la urbanidad, el saber estar. Porque la educación hace posible la convivencia entre personas de distintas maneras de pensar. La educación es siempre preferible a esa memez de la empatía (horrible palabro adoptado del inglés), pues ¿quién tiene, a estas alturas, tiempo y ganas de ponerse en el pellejo del otro?
La educación es siempre preferible a esa memez de la empatía, pues ¿quién tiene, a estas alturas, tiempo y ganas de ponerse en el pellejo del otro?
No me habléis de empatía; habladme de educación, elegancia y de buenos modales, de que te devuelvan el saludo; de ceder el paso, no importa si a un hombre o una mujer; de dar siempre las gracias; de pedir las cosas con un “por favor”. Eso que nuestros padres y abuelos, sin haber sido bachilleres ni universitarios, aprendieron de sus padres y abuelos con naturalidad.
Quizá el ejemplo más lacerante del avance de la mala educación sea el tuteo. Es otra plaga bíblica para la que ya no hay remedio, El tuteo se ha impuesto al uso del usted en nombre de un falso igualitarismo. A más desigualdad, a más pobres en la calle, más tuteo. Con el tuteo hemos abolido las clases, creerán algunos. Ya somos como Ana Patricia y don Amancio, dirán otros, los muy ingenuos.
Cuando hace años el infame Zapatero tuteó a ciudadanos que habían sido invitados a un programa de televisión, me percaté de que el mal no tenía cura. Si un presidente del Gobierno (¡y qué presidente del Gobierno!) no sabía comportarse en público, ¿cómo podíamos exigírselo a los de abajo?
Vayas a donde vayas, el tuteo te está acechando. Es imposible escapar a su perniciosa influencia, ya sea en el supermercado al pagar la cesta de la compra; en el bar donde tomas el desayuno; en el centro de salud cuando te recibe la doctora; en las taquillas del metro; en la ventanilla de cualquier administración. En todos los lugares y a todas las horas del día te amenaza el tuteo fascista. Es una costumbre horripilante a la que me resisto siempre que puedo, pero me cuesta. Me lo ponen difícil.
Recordad que el tuteo se reservaba para la familia, los amigos, los conocidos y los colegas. Reflejaba una cercanía con tu interlocutor. Pero esta forma de proceder ya no se lleva. A tal extremo ha llegado la desfachatez de los tuteadores (no confundir con los insufribles tuiteros) que en el banco donde guardas tus escasos ahorros —¡en tu banco!— te han retirado el tratamiento del usted, hermosa palabra que deriva de “vuestra merced”. “¿Hemos hecho la EGB juntos?”, le espeté a la gestora de un banco catalán con oficinas en Paterna. Al principio no me entendió, luego se lo expliqué y se enfadó un poquito conmigo.
Aunque pueda pasar por un tipo estirado y distante, y tal vez puede que sea ambas cosas, lo cual no me importa en absoluto, me agarro al usted como un náufrago a una tabla de salvación, aunque sea consciente de que es una palabra que, como tantas otras de nuestro idioma, está condenada a desaparecer.
La agonía del usted, su declive acelerado, nos recuerda que este mundo no es el nuestro, el que conocimos siendo niños y jóvenes a finales del siglo XX. Sólo pervive en nuestros recuerdos. Era sin duda mejor que el del ahora. Entonces la gente aún reconocía la importancia de la educación en el trato entre personas civilizadas.