VALÈNCIA. Siempre que Joan Peris afronta la preparación de una nueva obra, acostumbra a navegar por las escenas para, después, empastarlas todas. Pone en pie a sus actores, los hace interactuar, prescinde del trabajo de mesa. Con El malfet d’Inishmaan ha sido diferente. Los protagonistas de la comedia negra de Martin McDonagh corren el riesgo de caer en la caricatura, así que el veterano director dedicó cerca de un mes a ajustar el tono de los personajes. Comparte que definirlos ha sido complicado, porque el elenco caminaba sobre un hilo tan filo que podían pecar de reduccionismo.
“Los actores nos hemos acostumbrado a regalar, a mostrar demasiado. Hemos de ser generosos, pero más austeros, no hacer lo que sabemos que funcionará, sino mover a la gente de una manera distinta. Si hubiera tratado esta obra como una comedia al uso, hubiera acabado montando una farsa sainetera barata, fácil de hacer, pero sin la calidad que yo buscaba”, se extiende el director del montaje.
Este montaje coral, protagonizado por Pilar Almería, Josep Manel Casany, Héctor Fuster, Dani Machancoses, Pilar Matas, Isabel Requena, Laura Sanchis, Bruno Tamarit y Guille Zavala, sigue la línea de producción propia de la Companyia Teatre Micalet de textos de repertorio universal y dramaturgia contemporánea interpretados en valenciano por actores de diferentes generaciones, como Nadal a casa els Cupiello, de Eduardo De Filippo, y la obra que celebró su 25 aniversario y fue reconocida con el Premi de les Arts Escèniques Valencianes 2019 al millor espectacle de teatre, El jardí dels cirerers, de Chéjov.
Elegir uno de sus guantazos
Peris estaba pensando a que nuevo texto hincarle el diente y surgió entonces el nombre de Martin McDonagh, un autor de teatro y cine angloirlandés conocido por su adscripción a la corriente dramatúrgica in-yer-face (en toda la cara), surgida en Gran Bretaña en los años noventa. Las propuestas de este grupo comandado por Sarah Kane son explícitamente violentas y verbalmente soeces, grotescas, socarronas y agudas en pos de una reacción visceral de la audiencia.
Denominado por el antiguo crítico del periódico The Daily Telegraph, Charles Spencer, como “el hijo bastardo de J. M. Synge y Quentin Tarantino", McDonagh suele trasladar las convenciones del cine a las tablas. En los últimos años, su carrera paralela en la gran pantalla le ha dado una mayor notoriedad. Suya es la tragicomedia que le procuró en 2018 sendos Óscar a la mejor actriz y al mejor actor secundario a Frances McDormand y Sam Rockwell, respectivamente, Tres anuncios en las afueras (2017).
Joan Peris estuvo barajando adaptar La reina de la belleza de Leenane u Oeste solitario, pero finalmente se decantó por una historia entrañable y costumbrista ambientada en las islas de Arán en los años treinta, no exenta de la dosis de malaúva marca de la casa, El cojo de Inishmaan.
La obra arranca con la conversación de un par de tenderas que van haciendo referencia al protagonista del título, “un chaval tullido al que no besaría ni una chica ciega”, cuya única característica destacable, bajo su parecer, es que se pasa el día mirando a las vacas. Lo chocante es que las que así cotillean son las personas que más lo quieren en la aldea, sus tías adoptivas.
“McDonagh escribe muy bien. Es un gamberro canalla que, sin embargo, tiene algo muy bonito: compasión por sus personajes. Escribe animaladas, pero no son más que una expresión de la normalidad y la naturalidad con la que hablan las personas, en este caso los vecinos de un pueblo que se ríen de un cojo malhecho. Es bullying, sí, pero no es mala leche, la justa que todos tenemos”, expone Peris.
Bienvenido, míster Flaherty
El protagonista está acostumbrado a la crueldad de los comentarios de quienes le rodean, igual que la asalvajada Helen, de la que está secretamente enamorado, a pegarle al cura cada vez que se sobrepasa, o el vocero oficial de chismes a intentar matar a su madre sin éxito. Todo es crudo, todo es rudo, pero el espectador siente palpable el cariño que esconden los personajes.
La vida cotidiana y tediosa en la isla da un vuelco cuando se conoce la noticia de que el director de cine Robert J Flaherty, autor del primer documental de la historia, Nanuk, el esquimal (1922), planea instalarse en el condado de Galway para rodar Man of Aran. Es entonces cuando la obra da un giro y del género tragicómico pasa al de relato de iniciación. El malfet decide hacer carrera en Hollywood.
Salvo en la escenografía, que plasma el aspecto rocoso e infértil de esas tierras inhóspitas, la compañía valenciana no ha recurrido a los tópicos asociados a Irlanda, ni siquiera en referencias a su folklore.
Joan Peris considera que como Romeo y Julieta o Bernarda Alba, las emociones que transmite la obra de McDonagh tienen un componente universal que traspasa: “Ese aislamiento, ese afán de libertad y de salir del marcaje que te impone la sociedad son comunes a todas las poblaciones pequeñas y cerradas. Da igual que sea Inishmaan o Massalfassar”.