El mundo del espectáculo está en un callejón sin salida. Cae. Pero nadie atiende. Lo están llevando a la ruina absoluta. No existen planes de presente, pero aún menos de futuro. Eso es lo preocupante
Un amigo que se dedica desde hace más de dos décadas al mundo del espectáculo -añadan cualquier otro sector autónomo- se sincera. Confiesa que no sabe qué hacer con su vida. Sólo sabe de lo suyo, un mundo al que entró muy joven. Ha trabajado con los grandes. Ha vivido de todo en los últimos doce años, desde que la primera crisis, la económica, le dio el primer susto. Le anularon un montón de compromisos que tenía firmados a lo largo de la geografía nacional. Ayuntamientos, instituciones, colectivos, peñas y demás se quedaron sin posibles para fiestas. Le tocó asumir la responsabilidad de frenar el negocio familiar.
Como pudo sobrevivió. Hasta que llegó la pandemia. Le pilló de nuevo con el pie cambiado cuando las cosas parecían remontar. Ahora está perdido. El mundo del espectáculo no es de individualidades sino de pequeñas empresas que dan trabajo a un montón de gente que se mueve por delante y por detrás de los escenarios, entre bambalinas. Se ve al cantante, al actor o la bailarina, pero no a los técnicos, los “pipas”, los iluminadores, técnicos de sonido, alquiler de infraestructuras, logística, promoción, administración… El espectáculo, me recuerda, es un mundo de submundos imprescindibles entre sí pero nunca figuran y menos aún se valoran. Son la luz de la escena oculta; el trabajo oscuro, pero más que valioso.
Él, añade, está al día de pagos e impuestos con la diferencia de que paga el cien por cien aunque no facture, pero entendería que si solo le permiten que sus espectáculos puedan albergar un treinta o un cincuenta por ciento de aforo, al menos lo lógico sería que pagara al Estado por esa proporción. Pero no. El Estado no perdona. Ni a él ni a otros sectores que se han ido o se están yendo al garete sin soluciones. Hablamos de un sistema cruel que no mira por todos. Hacienda no somos todos.
Mi amigo, que no quiere figurar por su nombre y al que llamaré X, está realmente preocupado. Más bien diría que asustado. De él dependía un buen número de familias, pero también la suya.
“Supongo que me reinventaré, aunque lo veo complicado”, dice. Lo peor, sostiene, es que ya no es el hoy o el día a día sino el mañana. Porque el horizonte, por mucho que nos digan, es tan oscuro como el primer día. Y nadie dice nada. Ni a él ni a miles de pequeñas empresas de las que un 30% de las dedicadas al espectáculo en la Comunitat Valenciana, como ponía en evidencia en estas páginas mi compañero Álvaro G. Devís, según datos de la Asociación de Espectáculos y Eventos de la CV, han echado la persiana. No les dan solución alguna.
X insiste en que en su caso no pide ayudas, porque sólo unos privilegiados o próximos al poder de turno, pueden beneficiarse de ellas. Y pone como ejemplo los ERTE que los trabajadores de su empresa están todavía a la espera de poder cobrar. Sólo reclama soluciones, como el resto del sector. Pero sobre todo horizonte. Medidas que alivien la soga en la garganta y, al menos, algo de cariño, esto es, ser al menos escuchados, algo que no consiguen porque no deja de ser un colectivo muy separado por disciplinas y géneros y pocas posibilidades de unión y fuerza para manifestar una contundencia o tener un interlocutor es los espacios públicos.
Pregunta, “¿cómo es posible que se indemnice a los grandes festivales de música sin esfuerzo, pero a nosotros ni se nos escuche ni se alivie transitoriamente nuestra situación impositiva?”. No sé qué contestarle. Sabe que el año que vienen no diferirá mucho de este. Por ello tiene la agenda parada. Habla de alternativas. Habrá que diseñar un plan de futuro, buscar soluciones aunque sea a medio plazo, dar ilusiones…Pero sobre todo ser conscientes de que a este paso no sólo caerán decenas de empresas sino individualidades. Y en ellas caben desde pequeños artistas a grandes, desde enormes escenarios a los más pequeños, desde creadores emergentes a pintores consagrados…Así hasta el final. Estamos ante un problema enorme. Y sólo estamos hablando de un sector muy concreto como es el del mundo del espectáculo. Ahora añadan el resto y saquen cuentas. Hasta en aspectos de creación ¿Qué pintor crea a su coste si no quedan apenas galerías para exponer?
Está situación debería hacernos reflexionar sobre los gestores púbicos que nos acompañan o gestionan nuestros impuestos, o deberían de ser los encargados de buscar enfoques para rearmar el espectáculo cuando las cosas mejoren, sea en unos meses o en un año. Da igual. Pero habrá que ir diseñando un plan B que no existe ni se le espera. Todo porque el sector público no se da por aludido, aunque luego hable de economía productiva.
Al sector público no le preocupa lo privado porque el submundo que maneja lo tiene resuelto con los presupuestos generales que salen de nuestros impuestos, incluido los de X y demás combatientes, llámese circo, danza, teatro, música o experimentación.
El sector público desde hace tiempo va a piñón fijo con lo suyo, aunque nos cueste el doble que nos costaba por las restricciones. Hagan cuentas. ¿Si una representación de ópera saneaba o reducía costes con un aforo completo y costaba 10.000 euros por función, ahora al ser del 50%, por poner un porcentaje, quiere decir que cada butaca nos cuesta el doble?
Es de lógica. Pero a estas alturas invitaciones, palcos, inauguraciones dispensables y pasajeras o canapés que no falten. Háganlo extensible a cualquier escenario institucional. Pero, no pasa nada. Nosotros, dirán, a lo nuestro. Creen o han asumido que el espectáculo o la "cultureta" es suya ya que la pagan con nuestros impuestos. Total. No hay solución porque no existe problema. Es lo que consideran.
La situación en el mundo del espectáculo es gravísima. Como en otros muchos campos. Es muy fácil llenarse la boca desde las administraciones hablando de la Cultura, pero muy torpe dejarla morir sin ni siquiera escucharla. Estos gestores públicos dan pavor. Pero eso sí, fotografiarse en estrenos y presentaciones o dar premios para justificarse, que no falte. Su vanidad, indiferencia e ineptitud en aspectos de previsión y análisis lo dice todo. Por suerte, más pronto que tarde se lo recordaremos. Se lo están ganando a pulso.