Escribo esta crónica maldita con la extraña sensación de sentirme apestada por haber aterrizado procedente de zona roja. Cuando comienzan a señalarte por colores y confinarte por ley, poco falta para que te encierren en un guetto. Ocurre esto en la capital de Europea, en el ínterin en que el Gobierno belga acaba de envainársela, al darse cuenta de que no puede controlar con test doble y cuarentena a todos los viajeros -trabajadores y turistas- que van y vienen desde la zona roja que ellos mismos han marcado en un mapa, sin que ni el país en cuestión, ni siquiera la Unión Europea, ni los criterios científicos avalen esa decisión unilateral.
Escribo esta crónica desde la desolación de mis cuatro paredes y la indignación del incumplimiento del periodo de comunicación, porque el resultado del primer test no ha llegado en tiempo ni en forma. El resultado, pues, no es el test, sino una nueva resolución que el Gobierno belga se ha aprestado a aprobar tres semanas después de su decisión de marcar y controlar a todo el que cruce como apestado. A partir del 1 de octubre, se acabaron los tests y la cuarentena, bastará con una autoevaluación en el momento de comprar el billete del avión, donde el viajero dirá si tiene fiebre o no, si se ha ido de fiesta o se ha quedado en familia, si ha estado en contacto con personas contagiadas o no es sospechoso de haber contraído la covid…
El Gobierno belga es muy crédulo, un pelín ingenuo y un tanto pragmático: se ha dado cuenta de que no hay tests para todos ni policías que controlen la cuarentena de los miles de funcionarios y trabajadores que van y vienen a las instituciones europeas. Porque no se puede cerrar la capital de Europa, según les recordó la Comisión Europea en una resolución dictada hace tres semanas y que debía haberse aprobado hace unos días en un nonato Consejo Europeo, aplazado hasta el jueves porque el escolta de su presidente, Charles Michel, tenía covid. Han tenido que sentirlo en sus propias carnes para darse cuenta de la incongruencia y exageración.
Lo que vino a decir la Comisión Europea a Bélgica, de tapadillo, y a toda la Unión en general, fue que a partir de ahora ella es la que va a marcar a los países en un mapa de colores, pero que ello no empece para que, a poder ser, no cierren las fronteras por muy rojo que esté el panorama y el mapa. Pero como no es competente, necesita la aprobación por el Consejo Europeo para tomar las riendas del control de la libertad de circulación durante la segunda ola de la pandemia. Y esto no vale sólo para Bruselas, sino para todos los países miembros, para recordarles que el espacio Schengen es sagrado y que no se puede coartar porque sí una de las cuatro libertades de los ciudadanos europeos.
Llega esto además, en un momento en que está a punto de ponerse en marcha la interoperabilidad de las app’s de control y rastreo del contagio de covid a través del móvil. La consecuencia que se deduce es que de nada van a servir tests y cuarentenas preventivos, porque pronto vamos a necesitar el control digital en el móvil para coger un avión, subir a un autobús, trabajar, entrar en la universidad, ir al médico…, es decir, para vivir. Será la única forma de que la aplicación móvil sea operativa, que se obligue de forma indirecta a su instalación y uso por parte de la población. No olvidemos que, entre las recomendaciones de la Unión, se insistía en su voluntariedad…*
*(Extracto de la tarjeta SIM que me dejó en herencia la Tieta, en los momentos previos al CaosPrevio y a la llegada de ELLA. Mientras, en la ZonaZero-Este, LasFin y LasTec se hacían con el control de las escuelas a través del programa de Educación Digital, iniciado en febrero de 2020 y coincidiendo con la llegada del virus, de manos del privatizado Sberbank ruso -próximo capítulo- y su presidente, el ex ministro Herman Gref.)