CASTELLÓ. Cariño, ternura, sacrificio, devoción… Dentro de la maternidad se engloban muchos conceptos, algunos felices y otros no tanto. Esta dimensión comprende una infinidad de sentimientos que en cada familia se viven de una manera. Tal y como lo contempla el autor Florian Zeller en La madre -obra que forma parte de su trilogía familiar compuesta también por El padre y El hijo- la maternidad puede cuestionar "los límites del vacío, la soledad y la cordura". Así lo expresa en esta obra, en la que busca generar un dilema personal y moral que traspase las fronteras del telón.
El próximo 27 y 28 de septiembre se sube al escenario de La Rambleta la actriz Aitana Sánchez-Gijón para dar vida a La madre que Zeller imagina en su libreto. En el momento en el que Sánchez-Gijón se sube a escena, se mete en la piel de una madre preocupada y cuidadosa pero también deprimida y "esclava de sus infiernos". Bajo la dirección de Juan Carlos Fischer, su historia toma una nueva forma en la que "la madre" se convierte en la protagonista de un relato de abandono por parte de su propio hijo y que se resuelve en un drama teatral.
Bajo esta premisa, en La madre se habla de la soledad, la locura y de las situaciones angustiantes que se viven dentro del núcleo familiar por el síndrome del nido vacío: "Hablamos de una mujer que se siente rechazada por todos, que ve que lleva toda su vida dedicada al cuidado de los demás y que no recibe nada a cambio". Para contar este relato la pérdida funciona como el concepto central de la obra, y ayuda a entender el miedo al nido vacío por parte de las mujeres: "Yo misma tengo ese duelo del vacío, pero mi vida está llena de otras muchas cosas maravillosas", apunta Sánchez-Gijón, "en esta obra hablamos de la importancia de tener una vida plena, sobre todo con uno mismo".
Para la actriz protagonista, La madre, sirve para hablar de "cómo históricamente tantas mujeres han asumido, sin cuestionarlo, el rol destinado para ellas de ser cuidadoras y de desarrollar su vida en el círculo familiar": "Las mujeres seguimos con el lastre de ser cuidadoras. A pesar de habernos emancipado del sistema en el que vivimos, seguimos teniendo un mecanismo automático por el que asumimos mucho más de lo que tenemos que hacer. En el caso de Ana -su personaje- se produce un vacío enorme ahí, que lleva al chantaje emocional y la posesividad para intentar mantener esos vínculos".
Sobre el escenario, dos actores y dos actrices dan vida a esta historia. Por una parte, Aitana Sánchez-Gijón da vida a La madre, a Ana. Le acompañan su hijo, interpretado por Álex Villazán, y Juan Carlos Vellido, dando vida a un padre ausente. Por otro lado, Júlia Roch quien, tal y como lo desvela su compañera de elenco, da vida a varios personajes según suceden las situaciones que transitan por la cabeza de Ana: "Puede ser la llamada joven, la hija, la novia del hijo, una amante o una enfermera. Cobra distintas personalidades según van sucediendo las cosas".
Para Sánchez-Gijón, la manera que tiene Zeller de "deconstruir las situaciones" resulta clave para que se comprenda esta historia, que está plagada de escenas que invaden la mente de Ana de forma intrusiva: "Lo que hace Zeller es repetir escenas que aparentemente parecen iguales, pero no lo son, lo hace con una estructura un tanto compleja que plantea un puzzle a los espectadores. Esta estructura similar, que muestra cosas diferentes, da pie a que se vean las maneras de abordar las situaciones que tiene la protagonista". Esta estructura, que fascina a Sánchez-Gijón, sirve para "meterse en la cabeza de su protagonista" y asomarse al gran vacío existencial que está viviendo.
Con esta obra, Sánchez-Gijón reflexiona sobre la respuesta que se se busca en el espectador para que estas situaciones no se perpetúen: "Considero que es un relato que empieza poco a poco a cambiar. Los hombres también empiezan a asumir esa labor de cuidados, aunque aún no lo suficiente", apunta la actriz. Para que este mensaje cale, el espectador se cuela en el relato familiar que se vive en una hora y media, en el que el estrés y la ansiedad hacen que el público sienta cierto desconcierto y todo tipo de sensaciones: "Hay momentos cómicos en los que el público se ríe por diversas situaciones, pero creo que es más por puro desconcierto. Hablamos de una mujer desesperanzada a la que el espectador acompaña e intenta comprender dentro de esta conversación". Una conversación que tiene lugar dentro del teatro, que se convierte en una casa donde las paredes retumban con cada discusión.
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