Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel, o en un cajón… Suena la música y la voz de Joan Manuel Serrat en esta canción que estremece los cimientos anímicos. Hay demasiadas cajas de la memoria en cada casa, cajas de galletas metálicas con sus dibujos campestres que guardan estampitas religiosas, relicarios con un mechón de pelo o un trozo del manto de Santa Teresita, los dientes de leche sin identificar de niñas y niños centenarios, cajas chinas de ColaCao que comparten los hilos y agujas de la costura con fotos pequeñas, amarillentas y una suscripción de por vida de la revista Lluvia de Rosas. Hay cajas que conviven con el óxido del tiempo, con los golpes de la vida, cerradas con grandes gomas elásticas. Son cajas que huelen, que te asaltan con una bocanada del jazmín que trepaba en las tapias de la casa de Gavarda, junto al lavadero, que arrasó la pantanada de Tous aquel 20 de octubre de 1982. Los aromas encogen el corazón y traen vivencias, sonrisas, lágrimas, una posguerra dolorosa, de rabia contenida, de dolor y añoranzas. Un pasado donde las familias lloraban las ausencias y crecieron tristes, temerosos de un destino que marcó para siempre sus vidas, y las de sus descendientes.
Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de espinas, y te acechan detrás de la puerta, te tienen tan a su merced como hojas muertas. Carpetas cerradas con grandes lazos de cintas de tela seca y frágil. Documentos que recuerdan el paso de una guerra, la muerte y la vida, las rupturas familiares, el miedo y la humillación. Papeles que viajan de generación en generación en silencio, y solo el paso del tiempo permite abrir estas carpetas. Muchas familias guardaron silencio en la posguerra de este país. Sellaron sus bocas y sus ojos, enterrando la crueldad y las injusticias para seguir viviendo. Transitaron compartiendo aquellos miedos y aquellas luchas. Y se fueron, muchos en silencio.
Las mudanzas de una casa abren de par en par demasiadas cajas, demasiados recuerdos. Airean los momentos felices, los sonidos infantiles, el agua corriendo por el afluente Guadazaón del río Cabriel, la siega, la trilla en la era de Reíllo, la matanza festiva del puerco...
Las mudanzas de una casa abren de par en par demasiadas cajas, demasiados recuerdos. Airean los momentos felices, los sonidos infantiles, el agua corriendo por el afluente Guadazaón del río Cabriel, la siega, la trilla en la era de Reíllo, la matanza festiva del puerco, la espera cada tarde del tío Claudio que regresaba de cerrar las ovejas y que subía a los niños a su burra para entrarles en el pueblo. Reíllo que vio la guerra desde Carboneras, el pueblo vecino, que sufrió el hambre y la miseria, una abuela que parió a seis hijos, hombres que crecieron entre carencias, enfermedades, que vivieron con los surcos de la tierra grabados en sus manos y en su mirada. Las cajas de la mudanza, que rodean mis días, se han abierto de par en par, como en los cuentos fantásticos, con esa bailarina que cobra vida y abandona su caja de música, o los soldaditos de plomo de alguna infancia familiar que forma en posición de firmes. Con las risas bulliciosas de dos hijos pequeños que descubrieron la felicidad viviendo entre las calles de un pueblo en la montaña. Sientes cada sonido, palpas cada papel con ternura, dolor, felicidad. Las pruebas de vida nos acompañan y dejan la huellas precisas.
Hay políticos dispuestos a cerrar las cajas y las puertas de la Memoria Histórica, tapiar el pasado y seguir humillando a una ciudadanía que quiere enterrar dignamente a sus muertos y a una sociedad que necesita confluir y convivir con la verdad de aquellos terribles años de guerra. Hay una extrema derecha que abre su campaña electoral en Paracuellos del Jarama con el tendencioso objetivo de resucitar el odio y la confrontación. Y lo hacen sin ningún pudor ni respeto. Vox ha sido el único grupo político que no ha suspendido su campaña electoral ni ha querido mostrar respeto por la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba.
Miles de personas han visitado la capilla ardiente del que fuera una de las piezas clave de la historia cercana de este país. Hombre de estado, político discreto, autor de puentes de diálogo y confluencia, impulsor de futuro, justicia social, igualdad y progreso para este país. En torno a su cuerpo sin vida se han reunido los protagonistas de esta joven democracia, desde la transición, desde todos los partidos políticos. Respeto a un hombre que representaba toda la extensión del concepto servidor público. Miles de personas le recordaron este fin de semana. Se ha ido una buena persona.
en un año, en unas semanas, en un par de días, en veinticuatro horas, la vida puede emprender su último vuelo. Y desaparecemos.
En un año, en unas semanas, en un par de días, en veinticuatro horas, la vida puede emprender su último vuelo. Y desaparecemos. Nos vamos dejando una estela de tristeza insoportable. Ana se ha ido, casi al mismo tiempo que Rubalcaba, al quien admiraba, porque ella vivía de lleno la vida del partido socialista desde Morella y desde Cervera, habitaba en la primera línea de las reivindicaciones, de la igualdad, de los derechos y libertades. Aure se fue también hace poco, en medio del sueño de la noche. Emprendió su último vuelo con esas hermosas y elegantes alas que ha desplegado en muchas ocasiones para alzarse y planear sobre la vida. Aure nos ha dejado a Melania y esos enormes ojos oscuros que seguirán volando en nuestros horizontes.
Hace unos días, en Morella, Ana y yo nos abrazamos con fuerza, con todo el cariño que nos une, con esa estima que nos ha acompañado largos años, con esa sonrisa que Ana regalaba y que le nacía de su mirada. Luchadora de muchas batallas, mujer fuerte, valiente, generosa, tejedora de sueños, empeñada en la felicidad, en el amor, en la amistad. Ana era una guerrera de la alegría, de esas personas que siempre están a tu lado, al lado de mi querido Adolf, de su hija Ana, creciendo con ellos, luchando por ellos. Con ellos, siempre. Contigo Ana.