la cultura invisible / OPINIÓN

Aquellos críos que jugábamos al rock

11/05/2019 - 

 Uno no esperaba verse en un documental como ése. Así que no hubo sorpresas por esa parte. No por no merecer ni que fuera una mención en un trabajo de investigación y documentación profundo, sino por la consciencia de que era imposible encontrar en un metraje de noventa minutos acerca del pop o el rock, con lo poco que cabe, espacio para un cantautor, aunque punk, que siempre va a pesar menos que una banda de rock o de pop. Así que no iba con expectativas generadas de que la proyección me diese ninguna hostia de emoción, me pusiera blandengue o me hiciese viajar a mí mismo. Y consciente de ello, aunque en los noventa diera más de doscientos conciertos por todo el territorio estatal, asistía al estreno por afinidad hacia la productora, por interés personal por la música, y porque tras mi artículo sobre el concierto de Green Day en Vila-real me habían avisado de que aparecían escenas inéditas en vídeo de aquella gesta. Pero no esperando otra cosa. Y cierto es que al sentarme comprendí, por la cantidad de gente vinculada a la música, a la cultura, amigos y amigas, que había en la platea del Auditori para ver Castelló Rock City, que no podía haber faltado a una cita así. Que algo así no vale la pena que te lo cuenten. Que lo que se podría contar no interesa demasiado, y lo que interesa no se podría contar.

Me equivoqué. Fueron saliendo caras, en las entrevistas, que me cogieron en volandas y me llevaron a recuerdos impagables. El documental, en términos personales, me llevó a lugares llenos de sentimientos y emociones. A segundos o minutos de mi propio metraje, de mi propia historia de la música rock, y pop, y punk de Castelló. Uno llega allí, casi como si fuera un intruso, con la cabeza baja y las manos hundidas en los bolsillos de la chupa vaquera, y se encuentra con que siempre ha estado ahí, que la música y la cultura de la ciudad y la provincia lo han criado a uno, le han enseñado casi todo, y lo han acompañado en lo bueno, en lo malo, y en lo peor. Sobre todo en lo peor, que es donde necesitamos estar orgullosos de lo que somos.

UNO LLEGA ALLÍ, CASI COMO SI FUERA UN INTRUSO, CON LA CABEZA BAJA Y LAS MANOS HUNDIDAS EN LOS BOLSILLOS DE LA CHUPA VAQUERA, Y SE ENCUENTRA CON QUE SIEMPRE HA ESTADO AHÍ…

Comienza la cinta con el Trío Los Rebeldes, de finales de los cincuenta y principios de los sesenta, los conozco bien. Pascual Cándido, Candi, me vendió las primeras púas de guitarra, las primeras baquetas de batería y también los primeros paquetes de tabaco, que creía que eran para mi padre, claro. Y conozco a la que habla en el documental, la hija de otro de los miembros, Manuel Soriano, y madre del director de fotografía, Cristian Font, los recuerdo a ambos desde siempre, frecuentaban la casa de mis padres.

Aparece también entrevistado Miguel Ángel Villanueva; de pronto salgo despedido de la butaca y me marcho volando a los trece años, cuando montados en el bus íbamos algunos sábados hasta Castellón para comprar vinilos en Discos Medicinales. El otro día precisamente encontraba el Combat Rock de los Clash con el sello de la tienda. Llegábamos a la «capi», pisábamos algún garito temprano para tomar un tubo de cerveza… de uno salimos corriendo porque debía molar buscarles problemas a niños como nosotros, con aquella cara de pardillos y nuestras botas de punks. Recorríamos la ciudad y volvíamos a casa en silencio, mirando los vinilos en el bus.

Salen también Roberto el Feo y Óscar Albella de El Último Ke Zierre. A los trece y catorce años no me perdía un concierto suyo. Entonces cantaba Natxo todavía, el primer vocalista. A los quince años compartíamos local de ensayo Mala Hierba, donde yo tocaba la batería, y un grupo llamado Eskombro. Recuerdo el día que alguien dijo que EUKZ habían venido a fichar a su cantante para que sustituyera a Natxo. Era Roberto el Feo. Han pasado treinta años y sigue cantando con ellos.

Luego salió Alejandro Carda, que, además de tocar el teclado en el grupo Cuentos Chinos, fue quien grabó mi maqueta y mi disco. Docenas de horas encerrados en su estudio se me pasaron por delante, docenas de horas de construir música, de discutir, de brindar de madrugada… Polka Waves fue una segunda casa para mí.

Lorenzo Millo también tuvo un papel importante en el documental. Y viéndolo allí en la gran pantalla lo recordaba pinchando rocanrol cada viernes en la cabina del Impossible Submarino, el bar que regenté un tiempo con José Luis Cuevas en el fondo del mar.

Aparece entonces Julio García Robles, de la discográfica y tienda de discos Matraka Diskak, y cuenta cómo fue que Eskorbuto grabaron aquí el Demasiados enemigos (1991) en su sello. Yo tenía dieciséis años. Recuerdo la entrevista que les hicimos en el Hostal San Juan para el fanzine Sàtira Coenta. Recuerdo aquella mañana con ellos, la formación original de la banda, y creo que han pasado mil vidas. Éramos unos críos.

Después apareció Ximo de La Pacheca, donde toqué antes de la reforma del local y creo que fue uno de los grandes conciertos que he dado. O así lo recuerdo. También salió varias veces Alejandro el Goma y su Ricoamor… Si pudiera escoger un lugar y una hora para cogerme una borrachera solo ahora mismo, serían las dos de la mañana de un sábado cualquiera en el Ricoamor de final de siglo. Y nada lo superaría. Por algo sale en mi primera novela.

Y por fin, Carlos Grimal creo que fue, dio el dato como un hito histórico, Green Day tocó en la okupa de Vila-real en 1993, y allí estaban unos pocos segundos de imágenes en movimiento.

Llegaba el final… Uno tras otro habían aparecido diferentes protagonistas de la música rock de Castelló. De la escena. Había más, sí. También grupos, los había a patadas. Grupos, locales, protagonistas, canciones… Hubo mucho y el documental sólo es una parte, pero una parte que todos podemos hacer nuestra. Sentarte en la butaca y viajar. Y luego te vas a casa. No sabes qué documental ha visto el resto del público. Pero tú has visto el tuyo, y ha valido la pena.

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