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El anhelo del dedazo

  • Rivera se dirige a sus simpatizantes antes de un mitin a los pies de las Torres de Serranos. Foto: MARGA FERRER
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Esta semana hemos podido asistir al espectáculo del estallido de los procesos de selección de líderes en Ciudadanos, partido que se presenta como máximo adalid de la transparencia. El espolón de proa ha sido la constatación de que en las primarias en Castilla y León la candidata de Albert Rivera, Silvia Clemente (fichada recientemente del PP, en una decisión más infausta que el fichaje de Lopetegui por parte de Florentino Pérez en pleno mundial), de la que surgieron diversos escándalos de corrupción y nepotismo en los medios poco después de su fichaje, había ganado con pucherazo. De manera que el partido rehizo las cuentas y dio por ganador al candidato alternativo a la apoyada por el aparato y por el propio Rivera.

Podemos pensar, malévolamente, que tal vez siempre ha ganado el candidato del aparato: lo hizo Silvia Clemente cuando aún no querían desembarazarse de ella y luego le han escamoteado su "victoria" al constatar que no convenía en absoluto hacerse con ella y con las sospechas al respecto de sus actuaciones pasadas. Las críticas y denuncias que han surgido después revelan que las irregularidades en las primarias de Castilla y León no son la excepción, sino tal vez la norma. Que en Ciudadanos, en definitiva, las primarias sirven para otorgar legitimidad a lo que ya sabemos desde el principio que va a suceder.

En España los procesos electorales internos en los partidos se han abierto paso con muchas dificultades. Como estructuras inherentemente jerarquizadas que son, los partidos han de incorporar una cúspide y un organigrama que organice y ordene el conjunto; que mande, en definitiva. El sistema electoral tampoco ayuda: un modelo de listas cerradas, confeccionadas por los partidos, con candidatos casi siempre desconocidos para la ciudadanía, cuya aparición en las listas (o posición en las mismas en puestos "de salida", es decir, que previsiblemente obtengan escaño) depende de su pertenencia a una "familia" con poder en el partido, o de tener un buen padrino, o sencillamente del divino dedo del amado líder.

En 1998, hace poco más de veinte años, esa dinámica comenzó a cambiar... En apariencia, al menos. El nuevo líder del PSOE, Joaquín Almunia, que había llegado a serlo merced al procedimiento habitual (el dedo del líder anterior, en este caso Felipe González), pensó que necesitaba algún refrendo de la militancia para legitimarse, y decidió implantar el procedimiento de elecciones primarias entre la militancia, con el objeto de escoger al candidato del partido para las próximas elecciones generales.

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