Estas palabras las pronunciaba hace dos años una “ciudadana” saudita en un reportaje, en parte anónimo, para el New York Times. ¿Por qué escribo la palabra ciudadana entrecomillada? Porque las mujeres en Arabia Saudita no tienen los mismos derechos que el resto de ciudadanos de sexo masculino. ¿Por qué el reportaje fue “en parte anónimo”? Porque se basó en testimonios a través de redes sociales, que es la única forma de comunicarse las mujeres saudíes con el mundo exterior, de forma anónima en caso de que su respuesta sea subversiva.
Una respuesta tan subversiva como la petición de asilo de dos hermanas saudíes que habían viajado con su madre hasta Estados Unidos para visitar a su hermano, estudiante en una universidad. Desaparecieron este verano y hace tres semanas aparecieron sus cuerpos atados entre sí de cintura y tobillos, en el río Hudson. Rotana Farea, de 22 años, y Tala Farea, de 16, no querían volver a Arabia Saudita.
Poco más se sabe de la investigación sobre Rosana y Tala. Su muerte ha sido sepultada por el clamor mundial ante el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en el consulado de su país en la ciudad turca de Estambul. Incluso ha precisado de la intervención de la CIA, que ha concluido en menos de un mes que el príncipe heredero saudí Mohamed bin Salmán ordenó el asesinato del periodista crítico con el régimen.
Pero, claro, la muerte de dos mujeres no es importante para elevar el clamor internacional. Y mucho menos la de dos mujeres saudíes. No son las primeras. Ni las últimas. Ni se sabe quién será la siguiente. Porque no hay cifras ni estadísticas, no sólo de las lapidaciones por adulterio, ni de las decapitaciones en la vía pública. No hay datos porque la mujer saudí no tiene derechos. Ni su muerte ni su vida importan para que haya un clamor internacional contra el régimen saudí, que sin embargo, sí que protesta por la venta de bombas destinadas a bombardear Yemen.
Es por ello que el clamor popular no se levanta porque una joven fuera detenida por pasear en minifalda, con "ropa indecente”, por un complejo turístico. O porque las niñas no puedan hacer deporte en los colegios públicos. O que las mujeres no puedan hablar con un hombre que no sea de su familia, O que no pudieran conducir. Manal al Sharif estuvo encarcelada por participar en la campaña Women 2 Drive (Mujeres al volante) contra la prohibición de que las mujeres conduzcan en Arabia Saudí. Se trataba de una campaña pacífica en la cual las mujeres se grababan conduciendo y haciendo públicas en la web las imágenes, hasta que lograron cambiar la ley hace unos meses.
Una mujer saudí es una eterna menor de edad, necesita un tutor para cualquier acto civil de su vida, un mahram que suele ser el padre, hermanos, esposo e incluso sus hijos. Las mujeres no pueden ejercer sus derechos en la vida pública y privada. Las mujeres no pueden viajar, abrir una cuenta en el banco, tener trabajos remunerados, recibir educación superior ni casarse sin el permiso de un tutor varón. Es más, no pueden ni salir a la calle sin su acompañante masculino, aunque sea su hijo de seis años.