VISTABELLA. Cuando le dijo a su madre que quería ser cura, Ignacio Pérez de Heredia y Valle (Laguardia, Álava, 8 de febrero de 1930) escuchó como respuesta que tendría que estudiar mucho. Muchas décadas después, la improvisada mesa de trabajo de su retiro estival de Vistabella habla de un hombre que sigue estudiando y trabajando. Su vitalidad y rapidez mental desmiente el dictado de su DNI: a sus 95 años, prepara la edición de un nuevo tomo de los editoriales de la revista de la Real Cofradía de Lledó. Muy cerca de esos textos, una exhortación del Papa Francisco: Amoris laetitia (La alegría del amor). Recién elegido como nuevo Hijo Adoptivo de la ciudad de Castellón por el voto unánime de los grupos municipales, viene a engrosar una lista compuesta por José Clará Piñol (1922), Rafael Guerra del Río (1934), Vicente Cantos Figuerola (1935), Francisco Gómez Hidalgo (1937), Luis Revest Corzo (1963), Gonzalo Puerto Mezquita (1983), Casimir Meliá Tena (1989) y Ricardo García Cerdán (2014).
Antes de ser ordenado sacerdote en Tortosa el 26 de octubre de 1952, Pérez de Heredia ya era profesor de Latín en su seminario. Tras siete años dando clases en sus aulas, el obispo Manuel Moll le destina a Castellón como coadjutor de Santa María, que durante su estancia (1959-1961) pasa de Iglesia Arciprestal a Concatedral, con la creación de la Diócesis de Segorbe-Castellón en 1960 y con Josep Pont i Gol como primer prelado. Es este quien le envía a Roma a estudiar Derecho Canónico en la Universidad Pontificia Lateranense de Roma, pero un año después, la instrucción es seguir con sus estudios en Múnich. Allí obtiene la Licenciatura con la calificación de Summa cum laude y después el Doctorado (Magna cum laude), siendo nombrado asistente de la Cátedra de Historia del Derecho Canónico. Con el tiempo se convertirá en una referencia como experto matrimonialista. En 1974 elabora los nuevos Estatutos de la Cofradía de Lledó, en vísperas del cincuentenario de la Coronación de la Mare de Déu. De Alemania vuelve entonces con un encargo de la Conferencia de Obispos Valentinos: elaborar un informe sobre las posibilidades de que el Centro Superior de Estudios Teológicos del Seminario de Moncada se convirtiera en Facultad de Teología, como finalmente sucede en 1974. Entonces también empieza a dar clases de Derecho Canónico en el Colegio Universitario CEU San Pablo, Pérez de Heredia empezará a dar clases de Derecho Canónico y será director de área. En paralelo, en 1984 se convierte en canónigo de la Catedral de Segorbe y en 1987 empieza a prestar servicio como asesor jurídico a la Conferencia Episcopal Española; lo hará durante 30 años. En 1995, con 65 años, deja las clases y el obispo Cases le nombrará prior de la Basílica de Lledó. Al año siguiente deja este cargo para volver a las aulas de la Lateranense en Roma, donde será profesor y decano de su Facultad de Derecho Canónico hasta el año 2000, su segunda jubilación como docente. Antes, en 1999, es nombrado monseñor por el Papa Juan Pablo II como Capellán de la Casa Pontificia, y asimismo recibe el título de prelado de honor de Su Santidad. En su último año en Roma surge asimismo el encargo que le llevará a su tercera jubilación, a los 77 años: el arzobispo de Valencia, Agustín García Gasco, impulsa un Instituto de Estudios Canónicos -agregado a la Lateranense- del que Pérez de Heredia será creador, alma mater y decano hasta 2007, cinco años antes de la creación de la Facultad de Derecho Canónico (2012). Junto con la de Teología, ambas forman hoy parte de la Universidad Católica de Valencia.
- ¿Qué ha supuesto para usted, monseñor, el nombramiento como Hijo Adoptivo de su ciudad, a partir de una propuesta de la Real Cofradía de Lledó?
- Pues en primer lugar, con lo de “adoptivo” me sentí como si no hubiera tenido nunca un pueblo propio (ríe). Siempre he dicho que soy hijo de Castellón, Lo he agradecido mucho, em sent molt honrat de ser fill de Castelló i ho agraïsc molt. Pero bueno, en definitiva ha sido una alegría y estoy muy agradecido: siempre he ido por el mundo como hijo de Castellón.

- El catedrático emérito recuerda con cariño sus años en Roma y Múnich
- Nació el 8 de febrero de 1930 en Laguardia, la capital de la Rioja Alavesa. ¿Ha vuelto mucho por allí?
- Pues no, apenas tres veces, aunque tengo mucho amor a mi pueblo porque es muy bonito, con su espectacular pórtico de la Virgen… una de las veces fui para conocerlo todo bien y luego otra con la familia, en un encuentro de los Pérez de Heredia. Y paseando por sus calles veo una mesa con muchos libritos en la que hojeando un libro me encuentro con mi madre. Llamo a mi hermano, y me dice que se celebraba el 75 aniversario de la fundación de la escuela, de la que mi madre había sido directora. Mis hermanos Juana y Roberto habían ido a esa escuela. Hicimos una celebración. Ah, y también visitamos Heredia, un pueblo entre Álava y Vitoria. Fui una vez con mis sobrinos cuando eran pequeños.
- ¿Es cierto que, como escribió Salvador Bellés, fueron unos problemas de salud de sus padres los que le trajeron a Castellón?
- Así es. Mis padres (Felipe Pérez de Heredia y Vicenta Valle) eran profesores de escuela, mi madre tenía un expediente magnífico. Mi padre estaba en Lapuebla de Labarca y mi madre, en la recién estrenada escuela de Laguardia. De mi madre conservamos todos los papeles de mención honorífica que le hacía el Gobierno vasco cada año. Nos vinimos a Castellón porque mi madre tenía algún tipo de insuficiencia pulmonar y el clima de Laguardia es muy duro, por lo que les aconsejaron buscar un clima más benigno. Hicieron oposiciones los dos en 1929 y eligieron Castellón. La escuela de mi padre era el colegio Ejército, pero la de mi madre estaba sin terminar: el actual [CEIP] Cervantes, en la Ronda Magdalena. Así que mi madre, sería en el curso 1930-1931, tuvo que volver a Laguardia, y yo con ella hice varios viajes de ida y vuelta. Vivimos primero en la calle Colón y de allí, al Pany d’Espresati [actual Paseo Ribalta, impares]. Esa casa fue bombardeada en la guerra. Esa fue mi vida de infancia.
- El 29 de agosto de 1936, su padre es fusilado junto a más de 50 presos encarcelados en el barco Isla de Menorca. Perderlo a los seis años de esa forma debe marcar inevitablemente una biografía.
- Yo era muy pequeñito, sí. Me acuerdo de cuando nos dieron la noticia: vinieron unos señores muy bien vestidos, con sombreros. Y mi madre les pidió que esperasen y nos sentó en una chaise-longue. Se excusaron de muchas cosas, pero para mí fue algo rarísimo. De mi padre me acuerdo de dos cosas importantes: la primera es una escena en la que él y unos amigos maestros estaban sentados en el Kiosco Campos del Parque Ribalta y yo -manías de niños- insistía en probar lo que estaba bebiendo mi padre. Tendría cuatro o cinco años, me acuerdo de mi insistencia y de que al final, él me lo dio a probar. Debía ser cerveza y no me gustó; y él me dijo que “muy bien, ya hemos aprendido, vete”. Me acuerdo de su cara, del sombrero y de su amigo Vicente Ramírez allí y del kiosco. La segunda escena que recuerdo es la primera detención, que duró sólo horas; él no tenía ninguna actividad política, sí una pequeña academia, era un gran maestro y había muchas envidias… , mi hermana sabía muchas cosas de ello, estaba ya estudiando el bachiller. De aquella primera vez que lo arrestaron recuerdo también su regreso a casa y el traje que llevaba. Recuerdo también el cochecito Fiat de la Brigada del Amanecer que circulaba algunas veces por el paseo.
- Debió de ser muy doloroso.
- Mira, te cuento otra cosa: cuando yo ya era seminarista, tendría 13 o 14 años, ya vivíamos en Amadeo I e iba a misa a San Agustín. Bajaba por Colón y en la librería Surco había un señor que estaba en la puerta, sentado en una silla de mimbre. Y se levantaba y se ponía a llorar y me decía “yo maté a tu padre”. Y yo “no diga usted eso” y tal. Y es que era quien pidió que hicieran a mi padre secretario de la Asociación Católica de Maestros.
- Y él pensaba que eso había influido en su final.
- Sí, lo llevaba fatal.
- ¿Cómo fueron las cosas después de la toma de Castellón por las tropas de Franco?
- Ese verano del 38, los de la IV [División] de Navarra vinieron a mi casa porque eran amigos de mi padre. Le querían mucho y estaban muy enfadados, pero mi madre les recalcaba que no se podían vengar de nadie, que esa no era la manera. En absoluto. Ellos querían buscar a algún responsable. Fue una lección muy grande. Aunque casi no había opciones, ellos buscaron un medio para sacarnos de Castellón en ese momento, en plena Batalla del Ebro. Por cierto, 25 años después yo estuve en la celebración de la efeméride de aquello, salí fotografiado en La Vanguardia. Mi tía desde Vitoria se preocupó y organizó un taxi pero cuando este llegó a Castellón, nosotros ya estábamos de viaje. Ellos buscaron un camión militar y llevaron a mi madre, a mi hermana y a mi hermano pequeño, Pepe, en la cabina del coche y Roberto y yo íbamos detrás, entre bidones. Nos llevaron a Zaragoza, pasamos cerca de Belchite viendo los cañonazos desde la carretera, allí estaba el frente. Desde Zaragoza en tren fuimos a Miranda y de ahí a Vitoria. Allí estuvimos hasta que se serenó el tema, mi madre tenía que volver.
"La Iglesia habrá de apoyarse con más fuerza en el conocimiento del hombre para defender al ser humano, que es hombre y es mujer. Si quiere tener futuro, la Iglesia debe defender eso bien"
- ¿Volvieron más veces por Vitoria?
- Todos los años íbamos a a ver a mis tíos. Allí nos dispersábamos entre los familiares y a mí me mandaron a una aldea de 15 vecinos a cuatro kilómetros de Vitoria: Matauco. Allí había una pariente próxima y pensaron que estaría más a gusto. Y allí aprendí todo lo que se puede aprender en una casa de campo: a montar a caballo, a guardar los campos, a segar… la maquinaria, todo. Tengo un recuerdo excepcional porque eso hizo que yo no fuera solo un chico de ciudad. Y ya en el seminario, siempre decía a mi madre que en verano quería ir a Matauco, era espectacular para mí aquello, además rodeado de primos y primas. Y allí conocí además al cura del pueblo.
- Eso nos lleva a la siguiente pregunta: ¿cómo surge su vocación sacerdotal?
- Ese es el misterio más grande de mi vida. Estábamos en la guerra y yo era un niño a quien le gustaba por ejemplo el fútbol muchísimo. Bueno, yo en Castellón iba a misa entonces en la Trinidad, que estaba cerca de mi casa, y al volver, jugaba a fútbol… y después, un día sin más, recuerdo que me fui a mi madre. No recuerdo grandes reflexiones mías en ese momento. Pero le dije a mi madre “yo quiero ser sacerdote”. Y mi madre me sentó y me dijo “mira, los sacerdotes tienen que estudiar mucho, así que vamos a hacer una cosa: este verano te pones a estudiar y te preparas el examen de septiembre para el ingreso en Bachiller; y si te aceptan estudias primer curso de Bachiller y ya veremos”. Y así fue.
- Y así, ver cómo iba madurando la idea.
- Exactamente. Me acuerdo hasta de lo que me preguntaron en el examen. Y aprobé y empecé primer curso en el instituto Ribalta. También te digo una cosa: me expulsaron dos veces de clase.
- ¿En serio?
- Totalmente: la primera por un gran profesor de Matemáticas, don José Sanz de Bremond, que fue director del instituto. Estaba en su clase un día y llamó al listo de la clase, que salió a la pizarra y no respondió bien; contrariado, llamó al segundo y tampoco se enteraba. Se puso nervioso, éramos 56 niños y como yo me había examinado de los últimos, estaba en la parte de atrás. Entonces se pone a explicar las tangentes y hace una circunferencia y le sale mal, estaba nervioso. Y aquello me causó una hilaridad impresionante. Y en los días siguientes, llamaba a algún compañero y yo reproducía los gestos del profesor y la clase se echaba a reír. Y una de las veces, se levantó y dijo “Señor Pérez de Heredia, ¿sabe usted lo que ha hecho?". Y respondí "sí señor". Y dijo él: "salga usted de la clase”. Y yo iba a casa y me sentaba en la escalera a esperar que llegara mi madre.
- ¿Y la segunda vez?
- Fue con Luis Querol, de Geografía, el vicedirector. Era el hermano del pianista Leopoldo Querol. Me voy a mi sitio al final de la clase y ahí había un avioncito de papel. ¡Qué tentación! Y lo lanzo y mira por dónde, toma vuelo, xa. ¡Mira que era difícil eso con una hoja de calendario, que no vuelan nunca! Y fue a parar delante de la mesa del profesor. Él empezaba la clase preguntando a algún alumno, y el resto lo seguíamos aburridísimos. Por eso lancé el avión.
- Además de esas travesuras, dicen que usted fue muy futbolero.
- Pues sí, de niño recuerdo que todos los domingos iba a misa de ocho y luego me cambiaba y me iba a Huerto Sogueros… todavía había pinos en la parte donde está el antiguo edificio de Hacienda [hoy Menador]… y al otro lado de la actual plaza había aún menaors de los sogueros. Y allí conocí a Soria, a Badenes, a Doménech [jugadores del CD Castellón de la época]. Doménech me decía tú i jo pa’ tots. Eran mayores que yo. Años más tarde, de visita al seminario de Tortosa, donde había sido superior siete años, comí con los superiores y había una tribuna grande y los seminaristas de primer curso me preguntaban: “vostè era el qui jugava a fútbol?”. No me preguntaban otras cosas, fíjate. Pero claro, es que cuando yo fui al seminario por primera vez, el fútbol estaba prohibido. Decían que era “un joc de brutos”. Y nosotros insistimos mucho, toda la clase, hasta conseguir que nos dejaran. Éramos 50 seminaristas, y era tanta nuestra insistencia que al final el rector nos hizo hacer un partido de fútbol… íbamos de paseo con sotana y me viene uno y me dice que me quedara atrás en el paseo. Y así me quedé en el sitio de portero para jugar los de Latín contra los de Filosofía. Y yo pensando en qué diría mi madre si me viera con la sotana tirándome a por un balón, con lo que costaba aquello. Acabamos teniendo un partido clásico que era de Teología contra Filosofía, y jugábamos en el estadio de Tortosa, ante todas las niñas de todos los colegios de monjas. Y ojo, yo jugué algún partido en el Sequiol.
- Esa sí que no me la esperaba.
- Jugábamos el primer curso de Bachiller contra el tercero; la liga del instituto. Y como espectador y socio infantil del club, veía medio partido en una grada y luego me ponía detrás de una portería y sabía cómo se tiraban Acuña [Deportivo de la Coruña], Ramallets [FC Barcelona], Marzá [Atlético de Aviación y antes del Castellón]… todos. Yo era portero, claro.

- Ignacio Pérez de Heredia, segundo por la izquierda, en una imagen familiar
- Dígame: ¿queda algo del joven que se ordenó sacerdote el 26 de octubre de 1952 en Tortosa?
- Nada de nada. Mi temperamento y mi forma de ser, y todo lo que tengo en la cabeza, que se me van algunas cosas, especialmente los nombres. El impulso sí queda, y esa inquietud por lo que está pasando en la sociedad. Y el trabajo que he realizado, por supuesto, creo que he trabajado mucho.
- En 1959 aterriza en la entonces Arciprestal de Santa María, que al año siguiente se convierte en Concatedral con la creación de la Diócesis de Segorbe-Castellón.
- Así es, estoy de coadjutor en Santa María y es cuando traemos al CEU -o mejor, a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACDNP)- a Castellón: hacemos dos cosas importantísimas, el conservatorio de música y la escuela de idiomas, y montamos el CEU. Con Gabriel Durbán, el director del CEU, yo soy el capellán y acudo a reuniones a Madrid de la Asociación Católica de Propagandistas. Alquilamos el Colegio de la Consolación de la calle Antonio Maura y allí estuvimos al principio. Y en la misma etapa fundé la HOAC, que me creaba muchos problemas por cuestiones políticas. Y fui también consiliario de la Acción Católica de las chicas, que tenía mucha potencia. Fueron dos años con muchas cosas pero claro, yo sí conocía bien Castellón.
- Y en ese momento, surge la Diócesis de Segorbe-Castellón y a usted le cambia la vida, pero de una forma inesperada.
- Sí. A Segorbe le habían quitado muchas parroquias de Valencia, de Teruel… y había quedado una diócesis pequeñita, de 20.000 y pico habitantes, y de repente al obispo Pont i Gol le dan 400.000 habitantes y 200 curas. Y para él, ¿qué es Castellón? Una cosa extraña. Y tiene que buscar la manera de entrar. Y en Castellón estaba el arcipreste Monseñor Joaquín Balaguer, y no iba a quitarle a él. Y a quien sustituyó fue al coadjutor mayor, que era yo. Me llama un día y me pregunta si quisiera seguir estudiando y le digo que yo haré lo que me pida la Iglesia, sin duda ninguna. Y me anuncia que ya estoy matriculado en la Universidad Lateranense, en Roma, para estudiar Derecho Canónico. Allí estoy en el antiguo Colegio Español Palacio Altems, al lado de la plaza Navona, y conocí a mucha gente especial porque iban mucho más jóvenes que yo.
- Pero solo pasa un curso en Roma.
- Al final de curso, pensaba ir a Inglaterra a aprender inglés, y hablo con unos compañeros entre los cuales estaba Lluís Martínez Sistach [futuro arzobispo de Barcelona y cardenal]. Ellos me animan a ir a Inglaterra con ellos. Me cuentan que los ingleses ya no cogen para el verano a curas que no sepan inglés, una tradición que después de la II Guerra Mundial se había instalado, para cubrir las vacaciones de los curas ingleses. Y mis compañeros escriben al vicario general de Manchester y me aceptan, y cuando por carta se lo comunico al obispo, me responde a vuelta de correo con una carta, diciendo que le parece bien la idea pero que el 1 de agosto estaré en Múnich. Yo entonces me vine a España y era la víspera de San Pedro. Le digo al obispo que quiero hablar con él y me dice que se va de vacaciones pero que al día siguiente estaría en la celebración del Grao, y allí estaba con Carlos Fabra, el alcalde Pepe Ferrer, todas las autoridades, y yo junto al obispo, de sotana. Nos subimos a la barca y allí mismo, le digo que no tengo nada contra Alemania pero le pido que me deje un año más en Roma: “le garantizo que me sacaré la licenciatura y aprenderé alemán”. Y añado que si me voy perdería lo hecho ese año porque los estudios en Alemania serían distintos. Él me dice que lo pensaría y que me daría la respuesta esa noche. Saludé a todos y me fui. Y al volver a casa le dije a mi hermana Juana que me preparase y comprase camisetas de invierno, que me iba a Alemania. Y ella susurró: “¿cómo vas a ir a otro sitio ahora?”. Y luego, llega la carta del obispo. Efectivamente, acertaba.
- ¿Cómo fue su llegada allí, sin tener nociones de alemán?
- El 1 de agosto de 1962 estaba en Alemania. Me puse a aprender alemán a lo bestia, así de claro. El 22 de diciembre me examiné del 4º curso de alemán y me matriculé en la Universidad. Un buen amigo me matriculó al principio en las clases de lengua pero no había plazas en agosto, con lo que realmente fui a clase desde septiembre. Al principio es extraño: no sabes la lengua, no conoces las costumbres, es una nación como un monstruo de grande y tuvo una guerra fatal. Ves gente como tú pero no puedes comunicarte. Yo no sabía una palabra de alemán al llegar. Ese primer momento es el de un forastero muy ilusionado, porque Alemania era como pionera de la ciencia teológica. Y había en los 60 una floración espectacular de talento.
- Los años del Concilio Vaticano II (del 62 al 65) le encuentran en Múnich. ¿Cómo recuerda esa etapa?
- Pues es interesante para mí porque el profesor más importante y director del Instituto de Derecho Canónico de Múnich es miembro del Concilio, con lo cual venía y nos lo contaba todo, era un informador fenomenal. Pero en esos años yo tenía puesta toda mi atención en el estudio. Y ahí mi mejor profesor era de Procesal y Matrimonial, al que veía como mi padre, era Audomar Scheuermann, que además era vicepresidente del Senado de Baviera y miembro del tribunal eclesiástico de segunda y tercera instancia de Múnich. De una categoría humana espectacular. Y por ahí me decanté más por el Derecho Matrimonial, aunque mi tesis -en alemán- la hice sobre Procesal, sobre la recusación del juez.
- En el curso 1973-1974 regresa a España.
- Sí, al final vuelvo. Pero anteriormente hubo un regreso decisivo el año 1968, el año en que me licencié en Derercho Canónico y en Castellón entonces había una crisis muy grande tras el Concilio: el seminario se había diezmado mucho. Los teólogos iban a Valencia, y quedaban los de Filosofía. El obispo Cases creó entonces una especie de seminario de Filosofía en el nuevo Seminario Mater Dei con los alumnos, que apenas llegarían a 10, para no enviarlos a Valencia. Y me nombró rector de aquel grupo; y por ello empiezo a organizar el curso siguiente. Mi idea era que esos seminaristas no estuvieran en el seminario sino que fueran a vivir a casas de curas o una casa que montaría yo en Castellón ex profeso, y solo acudirían a clases y reuniones. No íbamos a montar un seminario solo por ellos aquí.
- Pero entonces sucede algo que lo cambia todo de nuevo.
- Sí: entonces viene mi nombramiento de asistente de la Cátedra de Historia del Derecho Canónico de Múnich. Pero el obispo me dice que me tengo que quedar. Y mis amigos laicos y clérigos me dicen que eso no puede ser, que me tengo que regresar a Alemania a terminar los estudios, que cómo es posible que me quieran retener aquí. El tema es que a Eugenio Corecco, buen amigo y más tarde cabeza de una corriente apostólica en Suiza y Francia, lo habían nombrado profesor en Friburgo y cuando en Múnich le piden consejo sobre quién puede reemplazarle, da mi nombre. Estuve hablando varias veces con el obispo, pidiéndole que lo pensara bien y la última le comenté que dos sacerdotes estaban dispuestos a suplirme. Y él, que si fuera así, él mismo buscaría al sustituto. Son las formas de la Iglesia. Pero al final estuvo de acuerdo en que me fuera. Ahí influyeron los consejeros que tenía Cases: Perarnau y Deig, quien luego fue obispo de Solsona.
- ¿Cómo es ese regreso a Alemania?
- Muy diferente a la primera vez, claro. Por cierto, que hasta mi licenciatura viví en una parroquia, y luego al hacerme asistente me fui a una residencia de monjas y compartí la convivencia con otros cuatro canonistas, Corecco entre ellos. Ahí estuvieron antes Antonio Mª Rouco Varela y Olegario González, profesor de teología de Salamanca.
"El 1 de agosto de 1962 estaba en Alemania. Me puse a aprender alemán a lo bestia, así de claro. El 22 de diciembre me examiné del 4º curso de alemán"
- ¿Qué ha supuesto en su vida la Mare de Déu del Lledó?
- Ante todo, para mí fue una novedad impresionante cuando al venir de Alemania me pidió el obispo José María Cases que me hiciera cargo de la Cofradía, en septiembre de 1973, cuando acababa de llegar de Múnich y estaba impartiendo un curso en Valencia. Al año siguiente iba a ser el cincuentenario de la Coronación y me dicen que el prior Don Manuel Herrero está enfermo… y faltaban seis meses para las fiestas. Recuerdo que el abogado Vicente Falomir era el presidente de la Cofradía. Así pues, me puse a estudiar bien la historia de Lledó, y vi que tenía una vida muy lánguida, que se había hecho el sexto centenario de la Troballa [1966] pero que después de ello apenas había cada año una modesta fiesta, una estampa que hacía el Perot y se acabó. E hice una reforma de Estatutos para que cada dos años cambiara media Junta y tuvieran responsabilidad solo dos años y así se le pudo dar un mayor desarrollo, una gran viveza. Y las camareras también dieron un cambio notable, y lo cuidé. Le di mucho valor a la novedad de la Junta Rectora, ellos elegían, a los dos meses ya tienen que elegir al futuro presidente… y para muchos, esa ilusión y esa renovación permanente han hecho que el último medio siglo haya sido el más brillante de la historia de Lledó. Muchos años después, en 1995, el obispo Cases me hizo prior cuando me jubilé de la Facultad y del CEU y había fallecido Vicente Pascual, a quien yo había tenido en el seminario de Tortosa. Era muy buen latinista. A partir de 1974 la Virgen de Lledó y la Real Cofradía serán un punto referente decisivo en mi vida.
- Desde luego, 1973 es crucial en su vida, porque es también cuando le piden un informe sobre la posibilidad de que el Centro Superior de Estudios Teológicos de Valencia pasase a ser una Facultad de Teología.
- Sí, me lo piden para la Conferencia de Obispos Valentinos. Yo no conocía a nadie en Valencia, ni ellos me conocían a mí: era tortosino. Elaboré un informe completo sobre la capacidad de una Facultad, cuáles podrían ser los espacios, sus posibilidades… fue muy exigente y al final se decidió hacer la Facultad a principios de 1974. Ese año yo empiezo a dar clases allí. Por otra parte, el director del CEU, José María Espinosa, me pide que vaya a dar el curso de Derecho Canónico, y así lo hice hasta la jubilación en 1995: primero me jubilo de la Facultad y después del CEU. En Moncada me satisfizo la enseñanza: empezamos con un curso de 80 alumnos y terminamos con dos turnos. Puntualmente, fui un año a Salamanca, como profesor invitado, para dar Derecho Matrimonial.
- Mientras tanto, en 1987 asume otra tarea adicional como es la asesoría jurídica de la Conferencia Episcopal Española.
- Sí, ¡estuve 30 años yendo una vez al mes a la Conferencia! En el 87 me nombraron asesor jurídico de la Conferencia Episcopal Española, desde 1987; durante 30 años, hasta 2017. Acababa de llegar a la presidencia el cardenal Angel Suquía.
- Y a mediados de los 90, tras una breve etapa como prior de Lledó, vive un nuevo cambio de rumbo y vuelve a Roma como profesor y luego decano de la Facultad de Derecho Canónico de la Lateranense. ¿Cómo emprende esa nueva etapa a los 66 años cumplidos?
- Bueno, yo iba normalmente a Roma uno o dos meses al año porque hacía investigaciones históricas. Vivía en la Casa de España y visitaba los archivos vaticanos. Y el rector de la Casa de España, la Iglesia de Santiago y Santa María de Montserrat, me dice un día que el rector de la Lateranense le ha pedido que vaya a saludarle. Y me presento allí y veo a Angelo Scola, a quien yo conocía porque cuando estaba en Múnich, venía a ver a su amigo Corecco, con quien yo vivía. Y le digo “¿qué haces aquí?”. Y él: “¡soy el rector!” (risas). Lo habían nombrado el año anterior y era también obispo de una diócesis costera italiana [Grosseto]. Y él me pide que vuelva a Roma para dar clases de Derecho Canónico, y cuando le digo que estoy jubilado me suelta “mejor para mí, me viene de perlas”. La verdad es que es una muy buena Universidad y en Derecho, la mejor de la Iglesia. Allí nunca me sentaba para dar clase, nunca me ha gustado. Y los alumnos que yo tenía -daba clase en italiano y tenía más de 200- eran ya al menos licenciados en Teología, más tarde incluso el actual Papa León XIV fue a estudiar allí Derecho Canónico a Roma, al Angelico.
- En esa etapa recibe dos títulos honoríficos por parte de Juan Pablo II.
- Sí, bueno: lo de monseñor es porque quienes trabajan como profesores en la Lateranense suelen ser monseñores: cuando le dije a Scola que no me interesaba, él me respondió “pero a nosotros sí”. Y luego, lo de prelado de honor del Papa fue distinto, debido a mi condición de asesor jurídico de la Conferencia Episcopal. Martínez Sistach propuso el nombramiento para mí y otro asesor de la Conferencia. Son títulos honoríficos que te permiten participar en lugar preferente en las ceremonias que oficia el Papa.
- Podría pensarse que cuando se jubila en Roma en el año 2000, a los 70 años, sería el momento de su retiro. Pero tampoco.
- En Roma la jubilación era a los 70 y yo ahí me atuve a las normas. Y por entonces, en mi último año, el arzobispo de Valencia, García Gasco, escribe a Scola diciéndole que quería hacer una Facultad de Derecho Canónico en Valencia. Y Scola me dice que responda yo a la carta. Y mi respuesta dice que la Universidad no crea facultades, sino que lo oportuno es que haga alguna estructura el propio arzobispo y luego pida que eso se convierta en Facultad. Le envío unos estatutos sencillos y un plan de estudios. Vuelvo a España y el 25 de enero, festividad de la Conversión de San Pablo, acudo a la inauguración del Año Judicial. Y al acabar, García Gasco me entrega las llaves del nuevo Instituto Diocesano de Estudios Canónicos (IDEC). Y a partir de ahí trabajé en ello hasta jubilarme en 2007, cuando ya estaba encarrilada la futura Facultad.

- Lúcido y muy activo a sus 95 años, Pérez de Heredia ha recibido con alegría su nombramiento
- Con un bagaje de casi 75 años como sacerdote, ¿qué ingredientes considera que debe tener una buena homilía?
- Una homilía debe ser sencilla y plantearse desde el corazón del sacerdote que habla. Debe comunicar, no transmitir el saber. Que la gente al oírte piense que dices lo que tienes dentro. Debe ser fiel a las enseñanzas del Evangelio, sobre todo eso, y con referencias a la fe de la Humanidad como tal, al Antiguo Testamento, que son objetivos de fe muy fundamentales del ser humano. No sistematizarlos y hacer un tratado, sino explicar cosas básicas desde dentro. Saber explicarlas así, sin hacerlo pedagógico sino comunicativo.
- Es muy importante que el mensaje llegue.
- Y si no lo dices desde dentro, no llega porque no existe. Porque es un discurso. Por eso cuando algunos leen, la gente se inhibe un poco, salvo casos justificados. En la homilía, todos están haciendo la celebración y el que preside tiene la posibilidad de hablar porque ha estudiado más, de comunicar una verdad, un sentimiento del espíritu de la persona que es asequible a la gente que te oye, y debes hacer que comprendan y puedan asimilarlo. Sin asimilación, eso de “qué bien ha hablado este hombre” no sirve para nada.
- Don Ignacio, ¿qué es el perdón?
- El perdón es olvidarlo todo. Si no se es creyente, no se puede entender nada. Y en este punto, te digo que cuando cualquiera quiere hablar conmigo por cuestiones de pensamiento y tal, les pregunto si son creyentes. Y si no creen en Dios, les digo “mire, no discutamos de nada porque habrá un momento en que no nos vamos a entender, no perdamos el tiempo”. Discutamos de filosofía y de lo que quieran, no me da miedo nada en absoluto. Pero el perdón en esencia es eso, y además es mandato del Señor: si no perdonáis, no os perdonarán. Porque somos limitados, no tenemos capacidad de hacerlo todo bien, y nos ofendemos entre nosotros. Eso es connatural al ser humano, por eso es importantísimo el perdón. Y es la esencia del amor: sin perdón no hay amor. No nos hagamos ilusiones: si no perdonas, no puedes decir que amas. Es una condición sine qua non.
- En estos días, tras su designación como Hijo Adoptivo de Castellón, se ha destacado mucho su vertiente intelectual. ¿Qué papel tiene en su opinión un intelectual en el mundo de hoy?
- Creo que el intelectual tiene que ser muy modesto, porque todo lo que sabe es de lo de su parte, de su especialidad, y no lo sabe todo. Quienes tienen la ciencia política creen que dominan el mundo y no es verdad. Los de la parte económica se creen que pueden hacer también todo lo que quieran. Lo mismo los de la parte filosófica, y los teólogos no digamos. Tenemos que tener mucha humildad porque la teología es una ciencia de Dios, no de los hombres. Ya hubo uno que lo dijo todo muy bien, que fue Santo Tomás, y lo demás son repeticiones. Hemos perdido mucha modestia intelectual, especialmente los hombres más grandes, de dinero, que se creen que lo pueden todo. Y lo creen porque pueden comprar todo, pagar todo, porque pueden manejarlo todo.
- ¿Y qué podemos hacer ante esas intenciones?
- Mira, todo lo que es verdad, es verdad. Lo que no podemos hacer es cambiar la realidad. Lo que sí se puede cambiar es la inteligencia de la realidad, su comprensión. ¿Cómo hemos entendido nosotros, tan tontos, la vida, la economía, etcétera? Pues imbécilmente. Y eso llega un momento que debe cambiar. El problema es que las tendencias de hoy van por la idea de conseguir un dominio absoluto de la realidad del hombre: se dicen “vamos a buscar unos algoritmos o lo que sea, que nos permitan decir que esto no es así, que es de otra manera”.
- Es decir, usando la mentira.
- Sí, sí. “Esta manera de entenderse el hombre, tan limitada, vamos a cambiarla. Vamos a hacer un hombre que ya no tendrá que pensar en eso, sino que ya lo habrán pensado otros por él”. Y eso es, en unos, una hegemonía de pensamiento y en otros, una hegemonía de dinero. Y esos son los grupos tremendos que están conformando las ideologías hoy. ¿Por qué una ideología que quiera imponerse totalmente al pensamiento de todos los hombres y todas las mujeres? ¿Por qué? Por ejemplo, el tema LGTBI, del que nada tengo que decir en el fondo: que una persona sea así o asá, eso no importa, porque la libertad le permite desarrollar su realidad humana como quiera. Pero de ahí a que eso sea un sistema de derechos y tal; es decir, una confusión creciente y una realidad evidente: el don más grande del ser humano, la transmisión de la vida, con sus consecuencias, es de dos: mujer y hombre u hombre y mujer: el ser humano inteligente, libre, la Humanidad.
"Una homilía debe ser sencilla y comunicar, para que pueda ser asimilada. Que la gente al oírte piense que dices lo que tienes dentro"
- Entonces, ¿cree que se va demasiado lejos en algunos aspectos?
- Hoy hay una creencia enorme en que las personas pueden cambiarlo todo: la Inteligencia Artificial no hará nunca nada que las personas no le hayan facultado para poder hacer. Y los que lo ponen son quienes mandarán de lo que suceda. Y se pueden equivocar radicalmente. Esa ingeniería social ya está en novelas famosas. Y la Iglesia tiene un problema grande, porque tiene la misión de decirle a la persona, hombre o mujer, que es persona: tiene una realidad concreta, una capacidad de conocerse a sí mismo, y de transmitir la vida y que la transmisión de la vida no puede ser una cosa de juego, sino del ser racional. Y esa debería ser la preocupación mayor para la educación de las gentes, para no romper la hermandad que hay, que nadie es superior a los demás… claro, ese conocimiento del hombre es fundamental y en él habrá de apoyarse la Iglesia con más fuerza para defender al ser humano, que es hombre y es mujer. Si quiere tener futuro la Iglesia debe defender eso bien. Traerá muchos problemas, porque todos los que quieren dominar el mundo se opondrán.
- ¿Es ese el mayor problema que tenemos hoy en nuestra sociedad, a su juicio?
- Es posible, porque es la negación de Dios. El problema más grande es la negación de Dios, porque el ser humano se dignifica si Dios es creador. Sin eso, el hombre no es nada. Un animal muy listo, tan listo que no sabe lo que es. Es como cuando un amigo mío me dijo que era nietzscheano, y yo le decía: “¿pero cómo es posible que te hayas hecho eso?”. La negación de Dios llega a la negación de la historia, porque el influjo de las cosas humanas es limitado. Nos querían convencer de ello y siempre que hay la negación de una verdad suprema que es la creación -no como un cuento bonito- por el ser supremo que es Dios, que piense por qué está existiendo, ¿cuál es la razón de su existencia? Y cuando piensa un poco tiene un miedo a la muerte enorme. ¡Pero si tú no eres nada!
- ¿Cómo recoge el Derecho Canónico los cambios en nuestra sociedad? Y ¿con qué ritmo debe acompasarse a ellos?
- Debe hacerlo y lo hace. Pero los cambios estructurales en la Iglesia se producen cuando la sociedad ha cambiado de tal manera que hay una gran disonancia con la sociedad. Pero los principios fundamentales no pueden cambiar.
- La actual es una sociedad muy distinta de la de 1952 en todos los sentidos. ¿Qué más puede hacer la Iglesia hoy?
- Muy poquito, como pudo hacer muy poco cuando cayó el Imperio Romano. Las hordas bárbaras lo arrollaron todo y quienes se cristianizaron empezaron a crecer poco a poco, quitando animaladas, suprimiendo la esclavitud de muchos, empezando por la de la mujer, vinieron los señores feudales, las monarquías… y luego fueron también cayendo y así se fue creando la civilización occidental. Y fíjate, tenemos la Reforma, la Contrarreforma, el Renacimiento, la Revolución Francesa, la Restauración, al Siglo de las luces, el Liberalismo y la Revolución industrial, la Revolución social, las grandes guerras mundiales, el Positivismo, el Negativismo, la Revolución del 68... ¿y adónde hemos llegado? A los progresistas, como si todos los demás fuéramos pobres imbéciles. ¿Y toda la cultura que tienes tú de dónde te viene? Habrá un nuevo giro de la Historia, dentro de un decenio, o más, pero no tardará. Porque o sucede eso o la Humanidad se suicidará.
- ¿Cuál ha sido la mayor satisfacción de su vida? ¿Y la mayor pesadumbre?
- Bueno, sin duda la peor pesadumbre fue la muerte de mi madre. Estaba yo en el seminario, dando clase de 3º de Latín, creo, y me dijeron que me llamaron de Castellón. Me dijeron que estaba enferma, me vine y apenas la pude ver dos minutos. No me dejaron más. Estaba en la cama tapadita, tenía unos ojos que no olvido. Murió poco después y fue una suerte para mí poderla ver viva todavía. Tenía una ilusión enorme de verme en el seminario y ver que tenía mi vida encarrilada. Porque claro, mi hermana Juana, la primogénita, era la lista, la superclase, luego Roberto que era el primer chico y yo, el tercero, no era un estorbo pero sí uno más. Y después al nacer mi hermano Pepe era a quien había que cuidar. Y la mayor satisfacción ha sido haber cantado misa, después de todo [la primera vez, el 1 de noviembre de 1952 en Santa María]. Porque lo demás queda marcado por un principio de mi vida: cuando dejas una cosa, la dejas absolutamente. Hay que cerrar del todo cada etapa de la vida. Una vez pasadas, para mí es como si no hubieran existido.
- Una última curiosidad: ¿había concedido alguna entrevista con anterioridad?
- No que yo recuerde.