CASTELLÓ. Lluís Homar regresa a Castelló para dirigir la que considera una de las obras magnas de nuestra literatura, 'El gran teatro del mundo' de Calderón de la Barca. Pese a ser un actor mediático que ha trabajado bajo las órdenes de directores como Pedro Almodóvar, Mario Camus o Pilar Miró, se define a sí mismo como un hombre de teatro. Este fin de semana, en función de sábado y domingo, sube a las tablas del Teatro Principal esta obra sacramental que zarandea al espectador de hoy porque todo cuanto se narra está vigente en nuestra sociedad. De hecho, el catalán considera que no existe la diferencia entre teatro clásico y teatro actual, “puesto que todo es teatro contemporáneo”.
Repasar la filmografía y los premios recibidos en interminable, es un listado que conforma su biografía y que avala la maestría con la que trabaja cada encargo teatral. Asegura que tiene muchas ganas de volver a Castelló, parada casi obligatoria cada temporada que presenta título, para reencontrarse con un público que siempre le ha aplaudido su buen oficio.
-¿Qué va a encontrar el público de Castellón cuando se enfrente a este auto sacramental del Siglo de Oro?
-El público de Castelló se va a encontrar este fin de semana con una obra maestra. 'El gran teatro del mundo' es una obra magna que ha pasado a la historia y no por casualidad. Es uno de los grandes títulos como lo es 'Hamlet' o, dentro de nuestro repertorio, 'La vida es sueño'. Recuerdo que cuando yo estudiaba, Calderón de la Barca eran tres títulos, 'El alcalde de Zalamea', 'La vida es sueño' y esta obra. Pues bien, ahora tenemos la oportunidad de comprobar en el Teatro Principal por qué es un título tan relevante dentro de Calderón y dentro de nuestro teatro. Se trata de un auto sacramental y, por tanto, su esencia era el teatro de calle y estaba escrito para ser representado el día del Corpus Christi. Hay un momento en el que Calderón solo escribe autos sacramentales, y esta obra maravillosa forma parte de los inicios de esa etapa. Es un trabajo filosófico-espiritual. Hay otros autos sacramentales suyos que son más teológicos y religiosos, pero este tiene un sentido de universalidad que nos atañe a todos y su sentido de profundidad y de sencillez lo hace grande.
-¿Cuál es la trama de lo que nos vais a contar?
-La anécdota es muy sencilla. El autor, que es Dios, decide encarnarse y venir a la tierra para estar con las criaturas humanas, que dentro de su creación es de lo que él se siente más orgulloso. Como lo que le gusta es el teatro, le encarga una representación a aquel en el que personifica al mundo. Es él quien escoge la pieza, que es 'Obrar bien, que Dios es Dios', y quien se encarga de repartir los personajes. Entonces entran en juego los actores, que son seres humanos todavía no encarnados puesto que no lo están hasta el momento en el que les va diciendo quién es el labrador, el pobre, el rico, la religiosa o la hermosa. Los seres humanos entonces le preguntan cuestiones como de qué va la representación, cómo tienen que ensayar o cuáles son los diálogos. Y entonces, en lugar de responderles, les explica que cuando no sepan qué hacer ya aparecerá alguien que les irá apuntando. Pero cada vez que eso ocurre, lo único que les apunta es: obrad bien, que la gracia es Dios. A partir de ese momento de la obra hay un sentido de paralelismo de lo que es la vida, con el añadido de que les avisa que al final de la representación habrá premio para el que lo haya hecho bien. Eso genera nerviosismo entre ellos, porque no saben cómo deben actuar.
-¿Y eso cómo casa a día de hoy?
-Lo cierto es que la corrección que les va haciendo ese Dios a unos y otros es algo que nos resuena a todos mucho puesto que piensas en lo que ocurriría si nosotros en lugar de estar en el yo estuviéramos en el 'we', en el nosotros. Y solo haciendo algunos ajustes al final se salvan todos, salvo uno. No me gusta hacer espóiler pero esto es una alegoría y lo cierto es que el único que no se salva es el rico, ya que no está dispuesto a poner lo espiritual por delante de lo material, que es el mundo en el que vivimos ahora.

-¿Cómo está siendo la acogida de la obra por el público?
-La estrenamos en Almagro, luego estuvimos dos meses en Madrid, viajó a Barcelona tres semanas y de ahí a Valencia, Gijón, Logroño y Córdoba. Ha sido recibida de tal manera que creo que el trabajo que el equipo artístico hizo en su día fue muy importante porque son materiales (en alusión al texto de Calderón) que no son fáciles porque, ¿cómo cuentas esto ahora y aquí para que no se vea como teatro del pasado? De todos modos, yo digo siempre que el teatro solo puede ser contemporáneo. Insisto, la labor del equipo que me acompaña es muy buena, desde la escenografía de Elisa Sanz hasta el vestuario de Deborah Macías pasando por la música de Xavier Albertí, el movimiento escénico de Pau Aran, la iluminación de Pedro Yagüe o la voz del maestro de la palabra Vicente Fuentes. El espectáculo dura una hora y veinte minutos y se hace muy digerible, ameno y sorprendente para el espectador precisamente por el trabajo en equipo de todos los citados.
-Es inevitable preguntar por la actualidad de obras como 'El gran teatro del mundo'.
-Hay gente que dice que estas obras son muy actuales, pero yo voy más allá. Es que estos autores 400 años después, no es que nos hablen, es que nos gritan, nos sacuden, nos zarandean. Mi trabajo, de la mano de este equipo, es zambullirnos para transmitir de qué habla la obra. Toda mi vida he hecho teatro clásico, y en estos últimos cinco años como director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico he estado más centrado en el clásico español, pero yo no entiendo que haya dos teatros, el clásico y el contemporáneo. El teatro solo es contemporáneo, y lo puedes hacer con textos clásicos o con textos de ahora. Pero cuando Calderón, Lope o Shakespeare escribían teatro no hacían clásico, hacían teatro. Y si subimos a escena estas obras o si existe una compañía nacional de clásico es porque este teatro que llamamos clásico está vivo y tiene sentido. Ya dijo Adolfo Marsillach cuando creó la compañía que ese organismo no iba a ser un museo, porque el teatro tiene otra condición, que por cierto es la que lo hace tan apasionante. En todo esto juegan un papel fundamental las actrices y los actores, y por eso dedicamos con ellos mucho tiempo a reflexionar, compartir y releer el texto con el significado que tiene para nosotros aquí y ahora. Porque no es cierto que sea del pasado pese a que aborde temas espirituales o religiosos, y no tiene que echarnos para atrás esa temática. No hace tanto que todos creíamos en un mundo paralelo y alternativo que nos venía impuesto, y que pensábamos que era mucho mejor. Y ahora ese pensamiento nadie se lo plantea porque nos parece arcaico y del siglo pasado. Pero creo que todos los seres humanos estamos ávidos de encontrar ese lugar que resignifique un poco la existencia desde un sitio universal y no excluyente; donde nos podamos encontrar todos. Pienso que estamos llamados a esa gran cena que propone en esta obra el autor y para ello hay que dejar de lado los prejuicios. Desde esa conciencia lo que hecho es, junto a mi equipo, intentar que eso se haga tangible dentro de la propuesta que luego el espectador verá en el patio de butacas.

-¿Entiendes el respeto que le puede producir al espectador ir al teatro a ver un auto sacramental del Siglo de Oro?
-Totalmente. Nuestro trabajo es derribar o cambiar ese prejuicio. Y creo que lo hemos conseguido, visto lo visto en las muchas representaciones que llevamos de 'El gran teatro del mundo'. Me gusta pensar que trabajo para el público. Pero es que además esto que subimos a escena es nuestro, es nuestro patrimonio. No sé lo que harían los franceses, los ingleses o los alemanes si tuvieran este patrimonio que tenemos nosotros. Este fenómeno de contar con tantos autores increíbles juntos es inigualable, y lo único que hacemos aquí es quejarnos y pensar bah Calderón de la Barca, bah un auto sacramental, bah esto está pasado y caducado… Es fuerte que en alguna ocasión nos hayan tenido que recordar los alemanes o los rusos a Calderón. ¿Por qué valoramos tan poco lo nuestro? Habría que estudiarlo. Pero en esta ocasión creo que hemos conseguido algo y, con humildad lo digo, la obra llega al espectador.
-Has protagonizado películas y series que forman parte de la historia del cine y la televisión en España, pero ¿es el teatro donde mejor te encuentras?
-Para mí, el teatro es casa. Yo empecé a los seis años en la parroquia y a los 19 ya era miembro fundador del Teatro Lliure de Barcelona, donde estuve dos décadas. Luego durante una época de seis o siete años paré un poco y estuve más dedicado al cine, que fue cuando rodé las películas con Pedro Almodóvar. También tuve una época en televisión. Pero en cualquier caso, para mí, casa es el teatro.
-¿Cómo ves la salud del teatro?
-Soy positivo y optimista. Los teatros están llenos. Va muchísima gente. Nos rodea tanto mundo virtual que tenemos una necesidad muy grande del directo, algo que se ve también en los conciertos. Eso no significa que hagas lo que hagas el público irá a verte, porque afortunadamente, la gente es inteligente y elige. Pero el teatro es un espacio donde se responde a una necesidad de búsqueda de lo auténtico y en el escenario sí que se puede ofrecer esa autenticidad. Aunque, ojo, luego los profesionales tenemos que ponernos las pilas. En el teatro no basta con hacer las cosas bien, porque el público, de manera más o menos consciente, busca algo distinto, algo verdadero. Y está en nuestra mano dar respuesta. Con mucho amor y mucho trabajo, desde el escenario tenemos que estar a la altura.
-A lo largo de tu carrera has visitado frecuentemente los teatros de nuestra provincia. ¿Hay ganas de reencontrarte con el público de Castelló?
-Recuerdo perfectamente las dos últimas veces que he actuado en Castelló. Fue con 'La nieta del Señor Linh' y con 'Alma y palabra'. Estuve a punto de volver para representar 'El templo vacío', pero al final no pudo ser. Recuerdo especialmente las visitas al teatro de Benicàssim. Tengo mucho cariño a Castelló y, afortunadamente, por proximidad he podido ir mucho por vuestra provincia, al igual que a Valencia y Alicante.