Entrevista

CULTURA

Sol Picó: "La danza debe abordar lo que pasa en el mundo porque es una herramienta para expresar injusticias"

La artista y bailarina actúa este viernes 28 en el Paranimf de la UJI

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CASTELLÓ. La coreógrafa y bailarina Sol Picó regresa a la Universitat Jaume I este viernes para presentar La cordero y su ejército, un espectáculo que, como ella misma explica, es "una catarsis" donde se exploran conflictos internos que todos en algún momento hemos o vamos a vivir. A las puertas de cumplir seis décadas, Picó se encuentra en un momento de transición creativa y vital en el que revisa su relación con la energía, la presencia escénica y la manera en que su cuerpo continúa transformándose.

En esta conversación, la artista reflexiona sobre ese ajuste de fuerzas, sobre el reto de aprender a dosificar lo que antes brotaba de forma desbordante y sobre la importancia del acompañamiento. De hecho, La cordero y su ejército se presenta con sus particulares soldados. Las bailarinas Ana F. Melero, Marta Santacatalina, Mireia Varón Gallofré y Julia Kayser acompañan a Picó durante toda la función "protegiéndola". La de este viernes es una oportunidad que nos brinda el responsable de la programación cultural de la UJI para ver prácticamente en estreno el último espectáculo de una de las mejores coreógrafas de las últimas décadas.

—Ya se han podido ver algunos pases del nuevo espectáculo que presentas en la UJI. ¿Está yendo todo como esperabas?

—Mira, el superestreno es en marzo en la sala grande del Teatro Nacional de Barcelona. Hemos hecho distintos preestrenos y el espectáculo ha ido caminando. Un espectáculo está totalmente cerrado cuando hemos hecho tres o cuatro bolos, y yo estoy muy contenta porque a mí me gusta este espectáculo. Me parece interesante y además estoy en un momento y en un lugar vital en el que me apetece contar lo que estoy viviendo. Por eso estoy tan contenta. En cualquier caso, yo no tengo fin. Me refiero a que cuando me preguntan si estoy contenta la respuesta es sí, pero soy consciente de que el espectáculo va acabándose de cuajar con cada función que hacemos.

—¿Qué vamos a ver en este espectáculo?

—Creo que vais a ver una catarsis. Es un espectáculo-catarsis, un espectáculo-delirio, donde se pone encima de la mesa un conflicto interno. Es una especie de batalla interna que todos, o gran parte de la población, tendrá en algún momento de su vida. Es justo cuando empiezas a ver las orejas al lobo. Y ante la pregunta de cómo compartes eso con el resto del equipo yo respondo que es con mi equipo con el que yo decido no rendirme y luchar. Estoy con cuatro maravillosas bailarinas, que son soldados, mis ángeles, mis demonios, mis competidoras, mis cómplices, mi apoyo. Comparten conmigo en escena toda la pieza y me protegen. Y si me han de cuestionar lo hacen. Para mí es muy importante esta relación con ellas.

—¿Cómo se mide la potencia física en escena frente a la vulnerabilidad emocional que planteas?

—La potencia está al máximo, siempre. Pero claro, depende mucho del momento vital en el que estés. Ahora mismo me estoy rebelando porque estoy llena de rabia, porque toda esa energía que tengo o tenía tiene ahora que medirse mucho más. Es una de las grandes batallas. Toda tu vida has hecho una cosa al 200% y ahora tengo que hacerlo al 100%.

—¿Y cómo lo gestionas dentro del espectáculo?

—Es difícil medirlo. Menos mal que estoy rodeada de cuatro grandes intérpretes, que son bailarinas que sí pueden trabajar al 200%, que es donde a mí me gusta estar. Ellas me acompañan, comparten ese esfuerzo. Es como si me dijeran: "No te preocupes, tú da la potencia que puedas; nosotras cubrimos el resto". Es uno de los conceptos o ideas que sobrevuela todo el espectáculo.

—El otro día, Sara Baras nos hablaba de que, pese al cansancio físico y mental que supone dirigir y actuar, no veía el momento de dar un paso al lado. ¿Te pasa algo parecido a ti que también diriges tu propia compañía?

—Sí, así es. Llevo muchos espectáculos dirigiendo sin estar en escena, incluso siendo más joven. Por ejemplo, en "Amor Diesel", un espectáculo de calle con tres excavadoras, tres bailarinas y tres actores, yo no estaba dentro; solo dirigía desde fuera. Hay montajes en los que tienes que medir tu fuerza, porque estar dentro y fuera a la vez es devastador.

—Entonces, ¿cómo decides si formar parte o no del elenco?

—Suelo tomar la decisión antes de empezar. Depende de lo que quiera contar y de si necesito hacerlo desde mi cuerpo o solo a través del cuerpo de los demás. A veces, a mitad del proceso, si siento que mi presencia física también debe estar en escena, como soy la directora, me hago un cameo y estoy contenta y tranquila. Pero ya hace tiempo que he dejado de estar siempre en el escenario y hago el trabajo a partir del cuerpo de los demás.

—¿Te cuesta renunciar al escenario?

—Muchísimo. Lo he hecho toda mi vida y es una de las cosas que más me gustan. Renunciar a estar en escena siempre cuesta.

—Han pasado ya 25 años desde "Bésame el cactus". ¿Ha ido todo como pensabas?

—Pues mira, no lo digo desde la ambición, pero ha ido muy bien. Y solo puedo dar gracias, de verdad. Me giro y lo único que pienso es agradecer a toda la gente que me ha acompañado y a todo lo que he vivido con la danza. Pero también siento que me quedan muchas cosas por hacer, cosas que aún no han pasado y que estaban dentro de mis ideas y mis aspiraciones. En esto nunca hay un final.

—¿Te imaginas cómo evolucionarán tu cuerpo y tu danza en los próximos años?

—Intento no pensarlo demasiado y no ofuscarme, aunque claro que me lo imagino. Ya he hecho una transición importante porque estoy muy cerca de los 60. Ojo, que a mí me vienen bien todavía los pantalones que llevaba cuando tenía 20. Cuando tu cuerpo ha tenido un entrenamiento tan intenso durante tantos años, guarda una memoria física muy profunda e interiorizada. Creo que las células tienen ya un patrón, están casi determinadas. Claro que cambiaré, pero ese gran cambio podría haber llegado ya... y de momento no ha ocurrido.

—En tu danza siempre ha habido una reivindicación clara de la igualdad de género. ¿Crees que la danza tiene realmente capacidad para cuestionar estos temas sociales?

—Yo creo que cualquier manifestación artística debe tener un punto de reivindicación sobre lo que pasa en el mundo. Es la manera que tenemos de expresar cosas desde otro lugar, no desde lo político, sino desde algo más abstracto pero profundamente evocador. El arte puede movilizar cabezas a partir de una idea o una reivindicación concreta. Y la danza, por supuesto, está preparadísima para hacerlo y debe hacerlo. No digo que todos los espectáculos tengan que hablar de eso, pero para mí el arte es la mejor manera de expresar las injusticias y todo aquello que está mal en este mundo. Por lo que la danza debe abordar lo que pasa en el mundo porque es una herramienta para expresar injusticias.

—Y para alguien que no haya visto danza antes, ¿cómo debería acercarse este viernes a tu espectáculo?

—Yo diría que con ganas de vivir una experiencia diferente. Y sabiendo que saldrá del espectáculo con ganas de bailar y de moverse. Sobre todo quienes no están acostumbrados a hacerlo: creo que este espectáculo te toca por dentro, te invita a moverte, a ver que la vida puede ser muy expansiva. Que los problemas que tengamos se pueden combatir, que no hace falta quedarse sentado en la silla. Que podemos reivindicar y compartir lo que nos pasa, porque compartir es muy poderoso. Mucha gente viene después de la función a decirme que se ha sentido muy identificada o identificado con lo que ha visto y eso me parece precioso. Es maravilloso poder compartir juntos esas ideas y esos conceptos.

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