VALÈNCIA. Iba caminando con prisa. Después de la retransmisión y la crónica, tenía que llegar al piso de la calle San Vicente donde íbamos a grabar un podcast con los amigos de la revista ‘Corredor’. Anduve unos metros en paralelo a los corredores. Eran mis favoritos. Los que se van más allá de las cuatro horas. Los más vulnerables. Los más emotivos. Los que te miran a los ojos cuando les dedicas una palabra de aliento. Algunos, a veces, incluso llegan a quebrarse cuando el mensaje les traspasa. Y lloran. Al llegar a la avenida Regne de València, me tuve que desviar. Dejé atrás mi parte favorita del maratón. Allí donde me pasé varias horas esos pocos años en los que no trabajé ese día. Allí donde fui tan feliz disfrutando del maratón desde su intestino.
La gente con la que me muevo es experta en atletismo. Y hablamos durante horas de las marcas, de los que han bajado de 2h10, de 2h30 y las tres horas. Del rendimiento sideral de Alex Yee, un triatleta que es campeón olímpico. De la fiabilidad de Meritxell Soler. De la respuesta excelente de Ester Navarrete. De la liebre de Joyciline Jepkosgei. Del poderío de John Korir. De los debutantes españoles. Sí, a mí me gusta mucho hablar de todo eso, pero no les confieso que yo sería más feliz puesto de pie en un lateral de Jacinto Benavente o Alcalde Reig viendo pasar a los corredores más indefensos, a los más débiles, a los más imperfectos, a los que ya ni siquiera pueden correr y se han puesto a caminar. Me haría más feliz estar ahí sin parar de aplaudirles, saludando a esos conocidos que te ven y se alegran de escucharte.
Allí me conmuevo al verles sufrir, al verles rendirse también. Yo fui uno de los primeros que crearon el efecto Tourmalet. El grupo de espontáneos que elegimos el kilómetro 41 para animar en el esfuerzo final a los corredores. Luego, al ver lo emocionante que era, se fueron sumando más y más cada año. Hasta que la organización, más vale prevenir que curar, decidió vallar también ese tramo. Ya no me da tiempo a disfrutar de esa parte y, la verdad, la echo de menos.
Ando aún con resaca emocional. La energía de esos tres o cuatro días ha sido tremenda. La ciudad ya solo vive algo así en Fallas. Después de la gran fiesta, no hay nada más potente. La feria del corredor, el río durante el sábado por la mañana y algo menos por la tarde, el centro al mediodía y por la tarde… Corredores y más corredores, acompañados por su gente, siendo felices en nuestra ciudad. Miles y miles de extranjeros que pasearon, corrieron, comieron, bebieron y exprimieron València durante dos, tres, cuatro días.
El punto culminante es el domingo por la mañana, claro. Este año vivimos una carrera colosal. Una carrera redonda. Volvió a salir un día luminoso, algo cálido, pero sin viento excesivo. Un día radiante para disfrutar de una carrera que luce como pocas. Vimos cuatro carreras fantásticas. Con el triunfo de John Korir en hombres después de jugar con sus rivales y cruzar la meta dando la sensación de que es un hombre capaz de correr en 2h01 o quizás en algo menos. Con la victoria también de Jepkosgei después de un duelo soberbio con Peres Jepchirchir, la campeona olímpica y mundial. La llegada de Ibra Chakir como primer español después de que se desmoronara Carlos Mayo. Y la de Meritxell Soler, que siempre cumple lo que augura y que se convirtió en la tercera maratoniana española más rápida de la historia.
El público tampoco falló. Nunca lo hace en València. Y la realización de la tele por fin estuvo a la altura de la carrera. Al fin pudimos ver entrar a la primera española. Durante la carrera las cámaras pasaron por varios frentes, nos mostraron lo que estaba pasando.
Aunque ya nada escapa a una cámara. Quizás sí a las de televisión, pero luego, por la noche, cuando llegué rendido a mi casa y me derrumbé sobre el sofá, abrí Instagram y me tiré más de una hora viendo contenido de calidad. Fotógrafos top de todo el mundo habían pasado por València para regalarnos imágenes preciosas. Y cuentas de aquí y de allá montaron reels emotivos, épicos, informativos… Hubo de todo. El arte del reel, una nueva forma de comunicar que es tan potente que la gente está dejando de leer para dejarse embelesar por lo hipnótico de la imagen musicalizada.
Esto es lo que más me impresionó. El Maratón de Valencia es capaz de propiciar emociones de gran calidad en decenas y decenas de creadores de contenido. No estoy hablando del corredor que sube su foto en la llegada, otra con la medalla, otra con su novia y la última delante de una paella o una pizza o una hamburguesa. No, estoy hablando de cuentas con miles de seguidores especializadas en eso que llaman running y que no quisieron perderse la cita con València el primer domingo de diciembre.
Ya no tengo ninguna duda: València atesora un maratón que no tiene nada que envidiarle a ningún otro en el mundo.