Llegamos a esta historia con los vinos de Celler Carlón, nueve socios fundadores y ninguno viticultor, ni enólogo que decidieron plantar viñedo en 2013 para rescatar la memoria de esta zona histórica. Revivir el vino Carlón, es la historia de un colectivo de estos benicarlandos que firmaron un compromiso con su tierra para labrar un legado que dejar a su descendencia. Sus vinos cumplen diez ediciones y el enólogo Rafael Bordalàs, originario de Gratallops, los cata con una sonrisa en los ojos como quien empieza a saborear el trabajo de tantos años.
El Carlón era tal que financió la travesía de Cristobal Colón, o eso podemos suponer si tenemos en cuenta la documentación histórica. Si Carlos Gardel dedicaba La última copa al champagne, desafinaba con vino Carlón y más tarde, Edmundo Rivero bebía con “pucherito de gallinita seca con una buena jarra de vino Carlón”. Tiramos del hilo y seguimos al enólogo que aterrizó a Celler del Vino Carló de Benicarló por su frikismo por la historia vitivinícola.
De los nueve socios, un coupage de perfiles de los que ninguno tenía nociones vinícolas, son siete los que se mantuvieron en el proyecto Domingo Roca; Eduardo Arin; Jose Manuel Galán; Alberto Grau; Jose Antonio Simo; Sergio Galán y Juanma Urquizu. Rafael Bordalàs llega a la historia de estos siete siguiendo la pista del tango de Gardel, parte de la segunda mitad del Carlón, el que viajó. “Entré al proyecto con la idea de recuperar esta zona histórica” comenta el que con 18 años fue el enólogo más joven en conseguir 95 puntos Parker. Ha trabjado en Napa Valley, Ribera del Duero, en la Rioja, Priorato, así hasta con trece bodegas hasta que decidió encaminar la bodega familiar B.G. como proyecto personal que combina con algunos proyectos como el de Renaixença.
La dimensión del Carlón era tal que salían 17 millones de litros entre el 1878 y el 80, pero “lo fuerte es que llegué y no quedaba ni una gota, ni una cepa vieja porque todo se arrancó para huerta”, Bordalàs se asombró al no tener ni una gota donde aferrarse. Hace siete años comenzó este camino a ciegas siguiendo las pistas documentales para descifrar lo que era este vino que antes de hacer las Américas conquistó paladares franceses.
Hacia el 1300, cuando la conquista de Jaume I se regalaron tierras de entre Peñíscola y Vinaròs a veinte de sus soldados; el libro de peajes recoge que los Templarios sacaban del puerto de Benicarló miel, aceite y vino del Maestrat; y Luís de Santángel, comendador de Benicarló, Peñíscola y Vinaròs le deja 1.140.000 maravedís procedentes del comercio a los Reyes Católicos para hacer la primera travesía a América. Y aunque no está documentado, la gente mayor afirma de toda la vida que el vino que se bebía en la Niña, la Pinta y la Santa María era Carlón. Las galeras de la guerra de Flandes también llevaban vino Carlón. Y el auge en la exportación supuso una ruptura en cómo se conocía y bebía este vino.
A finales del siglo XVII, firmas inglesas establecidas en Burdeos y creadoras del primer gran vino de mesa, el “New French Claret”, descubrieron las cualidades de los vinos del Baix Maestrat como excelente coupage para dar fuerza y color a los vinos de Burdeos, según Historie de la vigne du vin (Enjalbert, Henri. Paris, 1975).
Por su lado, Abdón Cifuentes Espinosa, abogado, docente, escritor y político del Partido Conservador, senador en tres periodos, entre 1888 y 1912: escribía: “Tampoco los vinos que se vendían en Chile con etiqueta de reputados Chateaux franceses, eran lo que pretendían ser. Durante mi viaje a Europa en 1870 visité una bodega en Montpellier con un poco de vino de Carlón de Cataluña, que es un vino grueso, otro tanto de agua, un poco de agua de campeche y no se que otro ingrediente se fabricaba toda clase de vinos franceses: chateau lafite, chateau larose, chateau margot etc. En presencia de tales fabricaciones pregunte si se expendían esos vinos en Francia, no me contestaron, sont pur les Ameriques”.