Su peregrinación a un municipio de menos de 3.000 habitantes, que no llega a ser ni de interior ni de costa y en Castelló, no es más que por el gran trabajo de Miguel Barrera y Ángela Ribes en Cal Paradís. Y con esto sería suficiente para responder a todas esas personas que me preguntan: ¿Merece la pena ir?
Rotundamente, sí. Por muchos motivos alejados de las guías. Son muchos años de evolución continua, sin aparentemente ruido, como adaptación a un contexto que incorpora algunas tendencias justas para no perder esencia. Miguel Barrera cocina mucho vegetal, que es el entorno de los campos regados con norias como herencia árabe, de los olivos de secano por los romanos y de la tomata de colgar como costumbre popular. La Plana de l’Arc, donde confluyeron tantos caminos como la Vía Augusta: es el nombre del menú más corto y la base de la cual parten todos los demás y el íntegro vegetal. El caldo de mar y huerta; la calabaza al horno con un curry de calabaza y hongos de temporada escabechados; el puerro con toffee –reducción con mantequilla- de cebolla y chufa; kéfir de remolacha con flor remolacha rellena de membrillo y aire de fermento de membrillo. El truco es elaborar fondos muy reducidos de verduras, como una demiglace vegetal. La diferencia con los otros dos menús es la cantidad de platos que se añaden y en el caso del Gastromercat que incorpora productos como la gamba roja de Dénia o caviar. En todo caso, el ejemplo de la cocina de Cal Paradís son las verduras con curry verde que cambia en función de la temporada –espárragos silvestres, tirabeques, guisante lágrima o lo que dicte la huerta-.


Ha llegado el momento que Miguel esperaba, se premia la ruralidad y ahí, brilla. Demasiado desapercibida pasó la Estrella Verde Michelín que luce en su restaurante desde la pasada edición de la guía roja. Y con todo esto y que ¡Acaba de incorporar carta! La Vall d’Alba ya pilla algo más cerca.