Amor —la palabra amor— es una palabra que últimamente aparece bastante en los textos que escribo. Pienso en verano y me sale amor. Pienso en alguien preparando comida y me sale amor. Pienso en el pueblo, en un pueblo, el que sea, y me sale amor; basta con que tenga río, que tenga bares en la plaza, que tenga a quien pastoree un rebaño de ovejas, cooperativa donde llevas las olivas y te devuelven aceite, bancales donde cada uno planta sus hortalizas. Pienso en una familia y…
El día (en el pueblo) suele comenzar pronto. Las noches son frescas y uno ha descansado bien. Comienza con un café, con un vaso de zumo, con un tomate abierto, sal y aceite “Lágrima”, el de aquí. Milagros Moncholí Díaz (Milagrín, la de Víctor) se levanta la primera, eso creo. Cuando tienes 84 años el sueño es secundario. Milagros es una mujer paciente, tranquila. De esto uno se da cuenta enseguida, no hay más que dejarla que hable un minuto y te mire. Le gusta pintar, asomarse por la ventana y contemplar el paisaje, cualquier tonalidad verde desde sus ojos azules: el croar verde de las ranas, las nueces verdes de las nogueras, el verde estilizado de los cañares, el de las laderas de los montes de Santa Cruz y San Roque. “Del pueblo me gustan todos los verdes. Como pinto, me fijo mucho”. Su afición por la pintura fue temprana. Desde los 15 a los 18 estudió Artes y Oficios en el Carmen. Tiene cuadros por todas las paredes de casa, y eso que ha regalado muchos. Actualmente está enfrascada en una reproducción de ‘El Faro’ de Edward Hopper, que se lo va a regalar a su hijo Javier.
Javi Bisbal es el pequeño de tres hermanos, un pequeño relativo, pues ya son 56 primaveras (¿se sigue diciendo así?). Va y viene, de València a Viver, en una moto blanca y gris, enorme, como las que me imagino que lleva la policía de Islandia, y cuyas letras de la matrícula coinciden con las iniciales de su nombre y apellidos. Los primeros momentos de las mañanas los dedica a la huerta, si toca regar; o se acerca hasta el paraje del Sargal, a bañarse en cualquiera de las pozas del Palància. “Mira, bajo de aquella peña, la Escavia, nace el río”. Eso es en Bejís y allí el agua es pura y fría, “tanto que te metes y te dan calambres en los dedos de los pies”.