Opinión

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WOMEN TALKS: APRENDIENDO DE ELLAS / CÁTEDRA MUJER EMPRESARIA Y DIRECTIVA

Cuando confundes tu identidad con tu trabajo

"cuando confundimos quiénes somos con lo que hacemos, todo se tambalea"

Publicado: 16/11/2025 ·06:00
Actualizado: 16/11/2025 · 06:00
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Durante años crecimos escuchando que el esfuerzo todo lo consigue. Que lo correcto es avanzar, estudiar, especializarse, llegar más lejos. Ese mantra —tan bienintencionado— ha sido el motor de muchas vidas… pero también la raíz de algunos de nuestros mayores vacíos.

Quise ser trabajadora social desde muy joven. Acompañar, escuchar y aliviar el sufrimiento ajeno me parecía la forma más noble de estar en el mundo. Y lo conseguí: me gradué con la mejor nota de mi promoción, encontré trabajo de inmediato, participé en la creación de un servicio pionero y dediqué cuerpo y alma a mejorar la vida de personas con cáncer y sus familias. Convertí su batalla en la mía.

Lo que entonces no veía era que mi identidad quedó absorbida por mi profesión. No era una persona que ejercía trabajo social: yo era trabajo social. Si no estudiaba más, si no creaba nuevos servicios, si no llegaba a más gente, sentía que no era suficiente. La excelencia dejó de ser motivación para convertirse en obligación.

Y un día, colapsé.

 

La verdadera realización nace de reconocernos valiosos más allá de la productividad"

 

Primero llegó el agotamiento extremo; después la ansiedad; finalmente, la depresión. Una depresión profunda, paralizante, que me dejó sin fuerzas para lo esencial: levantarme, hablar, existir. De repente, todo aquello por lo que había sacrificado tiempo, vínculos, ocio y decisiones personales… se había convertido en un lugar al que ya no podía regresar. No porque no quisiera, sino porque mi cuerpo —y mi mente— no me lo permitían.

Aceptar que no volvería a aquel empleo resultó devastador. Sentía que, sin él, ya no sabía quién era. Si no servía a los demás desde aquella trinchera, ¿qué sentido tenía mi vida? Esa fue la herida más profunda: descubrir que había dedicado tanto a “ser algo” que había olvidado “ser alguien”.

La recuperación no fue lineal. Trabajé en lugares que jamás había imaginado y, aunque sigo construyendo mi camino profesional, hoy lo hago desde un lugar distinto. He aprendido que la vida es más que un oficio; que nuestra identidad no puede depender de un cargo, un área o una institución.

La verdadera realización nace de reconocernos valiosos más allá de la productividad.

Ahora vivo más en paz. Mido mejor mis energías, observo los detalles, escucho la vida sin prisa. He dejado de correr para demostrar y he empezado a caminar para sentir.

Creo que esta experiencia no es individual. Cada vez más profesionales —especialmente mujeres— sienten la presión de demostrar su valía siempre un poco más. Ser las mejores, las más formadas, las más capaces… incluso a costa del propio bienestar. Pero el trabajo, por vocacional que sea, no puede convertirse en la única fuente de identidad.

Porque cuando confundimos quiénes somos con lo que hacemos, todo se tambalea. Y merece la pena recordar que ninguna profesión, por brillante que sea, puede contener la totalidad de nuestra vida.

Si estás leyendo estas líneas, detente un segundo. Respira. Observa lo que hay a tu alrededor. Quizá descubras que lo más valioso que tienes no es lo que haces… sino lo que eres.

 

Marina Costa

Trabajadora Social y Orientadora laboral

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