Opinión

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LA ENCRUCIJADA

La ambición moral de la Comunitat Valenciana

Publicado: 16/12/2025 ·06:00
Actualizado: 16/12/2025 · 06:00
  • Voluntarios días después de la Dana.
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En este tiempo de pesimismo, confrontación y oportunismo merece recordarse lo conseguido en el pasado. Así lo hace Rutger Breman en su libro “Ambición moral”, relatando diversos logros sociales y políticos alcanzados pese a las inmensas fuerzas que se oponían a su consecución. Son ejemplo de ello, en lo que nos es más cercano, la sanidad y educación gratuitas y universales, el voto de la mujer y su masiva incorporación al mundo del trabajo, la jornada de ocho horas, las pensiones y los nuevos derechos civiles. Avances que suponían utopías en su momento, pero que se lograron con el apoyo de muchos y, en ocasiones, gracias a la constancia de unos pocos que practicaron la intensidad palpitante de quienes renuncian a sí mismos para trabajar por una causa, por un objetivo justo capaz de galvanizar las conciencias.

Es éste un modo de pensamiento que no se conforma con lo pequeño ni con lo que conviene, superando el egocentrismo castrador de la generosidad. Una forma de pensar que evita la religión del pesimismo y elude contemplar a los demás como enemigos que amenazan el bienestar y las ambiciones propias. Un alejamiento de la mediocridad que sabe reconocer las virtudes del otro y asimilar que la cooperación es el gran recurso que la naturaleza y la razón humana han diseñado para trascender el tiempo individual y enlazar éste en un continuo avance hacia la universalización de los fines justos y de la convivencia pacífica.

Como valencianos no somos ajenos a las grandes y nobles ambiciones ni a los fuertes y desalmados intentos que pretenden esterilizarlas. Estamos llamados a decidir qué lado de la Historia preferimos. En otros instantes de nuestra existencia la elección parecía más sencilla que ahora. Un ahora en el que las conciencias de las personas están acechadas por múltiples y estudiadas manipulaciones que empujan el lenguaje, las decisiones y las actitudes hacia el hemisferio oscuro, donde se alimenta el individualismo que no reconoce la existencia del bien común; una exaltación del yo excluyente que se manifiesta partidario del desprecio hacia lo que no se conoce o comprende: el mismo que prefiere la efervescencia de las vísceras frente a la moderación del ánimo sereno y la amistad de la reflexión.

¿Por qué debe preocuparnos el corrimiento hacia el agujero negro que absorbe todo acto edificante de una convivencia pacífica iluminada por las mejores luces de nuestra inteligencia? Tomemos un simple dato: la población de la Comunitat Valenciana camina hacia los seis millones de personas. Una cifra que, de continuar los aumentos experimentados en los últimos años, podría llegar hacia 2030 o, incluso, antes. Como ocurriera en la primera década del actual siglo, una aceleración demográfica veloz, -de las más veloces del territorio español-, que coincidirá con el mayor ritmo de jubilaciones conocido en nuestra cercana historia. Son hitos que, aunque sólo sea por su magnitud, exigen una nueva forma de contemplar nuestro futuro colectivo. Una forma necesariamente constructiva y productiva.

 Y, de ese nuevo patrón deseable para nuestro mañana, forman parte la renuncia a la agresividad política y la pacificación de la palabra. Hemos sido testigos de la mayor catástrofe de nuestro tiempo contemporáneo el 29 O pero, en honor a las víctimas y damnificados, dejemos que sea la Justicia la que fije el paso de la reparación moral y legal, arropemos socialmente a los afectados y acudamos a un trabajo en común para proporcionarles la seguridad de que ninguna otra DANA sembrará de dolor y destrucción masiva el territorio valenciano. Es una exigencia que nace de nuestra condición de personas, ciudadanos y contribuyentes. 

El encono no es materia prima para la reconstrucción, sino que conduce a su esterilización. La eficacia y la eficiencia de las administraciones públicas dependen de un diálogo renovado, -sí, de acerada ambición moral-, que todavía no ha germinado con el mínimo impulso necesario para que se disponga de un mapa integrador de hitos y prioridades que aíslen y neutralicen las consecuencias de la catástrofe.

Hay momentos en los que la política agresiva que distancia y auto-alimenta el desprecio debe frenar su animosidad. Y éste es, sin duda, uno de esos momentos. Lo es porque está en juego nada menos que la seguridad de centenares de miles de personas. Lo es porque cuando la población  de la Comunitat camina al ritmo demográfico que arriba se ha indicado, la permanencia de una financiación insuficiente intensificará aún más la discriminación de los valencianos respecto al resto de España: implicrá, más pronto que tarde y con independencia del voluntarismo de los correspondientes profesionales, ser menos saludables, estar peor educados y ser más dependientes de la caridad, -y menos de la dignidad-, que los ciudadanos de otras Comunidades Autónomas; conllevará continuar sumergidos en un mar de recortes que fosilizan las posibilidades de transformación de la economía valenciana y la consecución de mayores rentas, bienestar social y enriquecimiento cultural.

 Entérense quienes nos gobiernan: la gente no entiende ni quiere entender de competencias porque ése no es su terreno de juego dado que la Constitución insta a la colaboración entre las diversas administraciones públicas. Asuman que la gente, salvo los más hooligans, no aprecia los insultos, las burlas y frases prefabricadas que lapidan al contrario; lo que valora y estima es la buena educación, el respeto, el disenso expresado con rigor.  

No se confunda el discurso de la gobernación civilizada con los chascarrillos y frases altisonantes de los mítines electorales. Y, de igual modo, tengan presente que la Comunitat Valenciana es un territorio frágil en su autoestima e identificación como pueblo con características propias. Constituimos una sociedad tibiamente valencianista y moderadamente regionalista, cuyos iconos cohesionadores son insuficientes y pueden aún serlo menos si el más presente, -la Generalitat-, entra en barrena como desea y persigue la extrema derecha. Y no, no estamos tan lejos de que pueda ocurrir algo así por más que duela sólo pensarlo. La forzada renovación en la presidencia de la Generalitat constituye un síntoma evidente del desprestigio acumulado por nuestra institución autonómica. 

Crucemos, pues, los dedos ante la entrevista del presidente del Gobierno y el president de la Generalitat. Ojalá, impulsados también por la ambición moral, piensen en lo que más interesa al conjunto de la Comunitat Valenciana, -cooperación, colaboración, coordinación y financiación-, y actúen en consecuencia. 

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