A finales de la década de los años 60 del siglo pasado era yo un estudiante y activista anónimo dentro de una inmensa minoría de españoles que peleábamos contra la dictadura del general Franco. Las manifestaciones y huelgas obreras, de estudiantes, de muchas gentes, mujeres y hombres a favor de una Utopía: la democracia y la libertad, eran casi a diario. Al igual que las represiones, los acosos y detenciones policiales. Vivíamos en una sociedad con una doctrina nacionalcatólica impuesta, controlada, y con la ausencia de lo que hoy conocemos como derechos democráticos. Era una sociedad gris, sin estímulos, e insoportable. Pero todavía en esa época la situación para las mujeres era mucho más injusta y triste. La dictadura no les concedía el derecho a abrirse una cuenta bancaria sin la firma del marido o padre, ni un crédito, no podían inscribirse solas en un hotel o viajar, estaban prohibidos los anticonceptivos, los abandonos del hogar o adulterios eran penados con años de cárcel. Eran las criadas de maridos, padres e hijos. Entrar en un bar era sospechoso de marimacho y los ojos varoniles las atravesaban. Vivían sometidas a unas normas morales muy rígidas impuestas por una sociedad machista, y vigiladas por la Iglesia. Pocas tenían el privilegio de estudiar…
Si miráramos hacia atrás en la Historia con una visión crítica, tendríamos que reconocer que las mujeres han padecido, salvo excepciones, una interminable injusticia social con toda clase de humillaciones, marginaciones, infanticidios… Los entendidos en el tema consideran que esta interminable desigualdad comenzó a partir de la época de hacernos sedentarios y la aparición de la agricultura. Ellas, se dedicaron más a la agricultura, alimentación y cocina. Ellos, más a guerrear, al mando y la política. Tras este importante cambio se desarrolla, de forma gradual, la época patriarcal.
Tras muchos milenios, las generaciones hemos heredado y hemos sido educados en este sistema como seres superiores, con fuerza y dominio, los hombres. Sumisas y al servicio obediente, las mujeres. Y esta injusticia o desigualdad se ha ido asumiendo como si fuera el orden natural en la vida diaria. Era la tradición. Siempre ha sido así. Ni se pensaba. Es como estar tan habituados a respirar una atmósfera intoxicada que ya no se percibe lo tóxico. Qué necesaria es la educación desde los colegios y en las familias para crecer desde niños en el respeto, la justicia, la igualdad, y eliminar tanto tóxico.
Cuando por fin acabó la dictadura de Franco en 1975, numerosas mujeres, que ya habían tomado conciencia de su humillante situación, inteligentes y prácticas, se lanzaron decididas a salir de la marginación en la que habían vivido. Iniciaron con notable éxito su propia Utopía de liberación, como anteriormente lo intentó aquella legión de mujeres jóvenes y decididas de la Segunda República que lucharon por la emancipación femenina pero que la Guerra Civil y la dictadura paralizó.
Si fuéramos sinceros y justos tendríamos que aplaudirles, admirar el formidable éxito conseguido en tan poco espacio de tiempo, solo unas décadas, por el Movimiento Feminista en España. Ha influido de tal manera en la sociedad que millones de mujeres españolas, no afiliadas a Movimientos Feministas, han recibido el necesario estímulo para sentirse dignas como mujeres en su vida diaria, gozar de autoestima, considerarse autónomas, capaces, iguales en derechos y obligaciones que los hombres, como así reconoce la escritora Nuria Varela. Razón tenía el socialista francés Charles Fourier (1772-1837) cuando dijo “los progresos sociales y los cambios de período se realizan por el progreso de las mujeres hacia la libertad”.
El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer. En vísperas de esta celebración sería muy beneficioso para los esforzados varones comprender que toca ahora despertar, escuchar atentamente a nuestras compañeras. Ellas llevan ventaja y los hombres seguimos acomodados todavía en la falsa superioridad. Qué podríamos hacer para reparar, aliviar una situación histórica tan injusta con ellas?
Las mujeres llevan mal una amarga queja que a veces expresan los días 25 de cada mes en sus concentraciones protesta por las compañeras asesinadas por hombres por ser mujeres. Para ellas, ese acto de protesta significa el amargo sentimiento de desigualdad entre mujeres y hombres. Dicen: “si en vez de mujeres las asesinadas fueran hombres los asesinados, esta tragedia ya habría terminado”.
Reivindican de los hombres que lavemos nuestro cerebro, como decía Clara Campoamor en 1933, “con la mejor marca de lejía para borrar las estupideces varoniles”: las creencias de superioridad, más competentes, fuertes, guaperas… que impiden comprender nuestra modesta realidad: ni mejores ni peores que ellas. Piden que entendamos de una vez que su cuerpo y sexualidad les pertenece a ellas. Que también tienen su vida y derechos, y pueden ser autónomas, libres, profesionales, valoradas. Reclaman abandonar los privilegios de comodidad de macho ibérico en los que seguimos instalados y arrimar el hombro, pues todos somos iguales…
Las mujeres, ni son santas, ni los hombres, demonios, pero ellas están demostrando su capacidad de liberación y han conseguido numerosos espacios en la sociedad, mientras la mayoría de los hombres permanecemos cómodos y remisos. Es esta una época de vertiginosos cambios. Nos toca, es la hora de cambiar, de pelear conjuntamente por una Utopía de justicia e igualdad que interpela a toda la sociedad, hombres y mujeres. Es la hora de cooperar todos para abrir juntos un camino en el que saber vivir y convivir más felices, más iguales, en mejor armonía, haciendo desaparecer, poco a poco, aquellas ficticias barreras históricas que tanto sufrimiento han provocado y todavía provocan.
* Venciste, mujer, venciste, con no dejarte vencer es una frase de Calderón de la Barca