Najat El Hachimi es una escritora española de origen marroquí (Nador 1979) que vino con 8 años a Cataluña. Es licenciada en Filología Árabe y ha ganado, entre otros, el Premio Nadal y el Ramon Llull. Yo la leo con asiduidad en El País aunque también colabora en otros medios. Con el tiempo se ha convertido en el azote del feminismo woke y de un amplio sector de la izquierda que defiende la libertad de vestimenta en aras a un supuesto respeto a la identidad religiosa: eso es lo que hizo el Gobierno del Botànic presidido por Ximo Puig a través de la Conselleria de Educación, Vicent Marzá (Compromís) . Fue en 2017 y ahí se zanjó cualquier tipo de polémica en un asunto que a mí me parece bastante crucial.
Para Hachimi el velo islámico (en sus distintas modalidades) es uno de los símbolos por excelencia de la opresión hacia las mujeres y por eso aboga, no sin radicalidad, de vetarlo en la enseñanza pública, primaria y secundaria, en aras a la igualdad entre las niñas de origen musulmán y las que no lo son: se refiere tanto al yihab como al nikab (velo integral, el caso más extremo es el burka). Esta tolerancia del feminismo woke (el de Podemos, Izquierda Unida y Sumar, también Compromís) lo traduce nuestra protagonista como “racismo de género”: “Eso consiste en dejarlas a ellas abandonadas a su suerte para no herir las culturas de la dominación masculina fundamentada en principios de dominación religiosa”.
Frente a la empanada de la izquierda, lo transgresor es que las niñas y adolescentes no se cubra la cabeza. Lo retrógrado es apelar a cuestiones tan etéreas como la identidad cultural/religiosa: si seguimos por ese camino podríamos hasta justificar la ablación, una absoluta barbarie que se practica mayoritariamente en el África subsahariana de predominio musulmán (no en los países árabes). La comparación es desmedida. Lo sé. Pero es en todo caso ilustrativa y pedagógica. En Egipto tiene ahora un problema con la ablación por los miles y miles de refugiados que albergan y que huyen de la guerra de Sudán del Norte.
Hace un par de años, aproximadamente, una asociación de chicas universitarias musulmanas ofreció una charla en Elche, en el Casal Jaume I, para explicarnos a los periodistas con todo lujo de detalles qué significaba para ellas el pañuelo en la cabeza y la religión en general. Dos horas. En el coloquio les espeté que en líneas generales los españoles no vamos preguntándonos en la barra del bar, o en las fiestas del barrio, ni adscripciones religiosas, ni la frecuencia con la que vas a misa y todo ese tipo de cosas, al margen de esas hiper-devociones rocieras y macarenas que son puro folclore. Es un asunto absolutamente secundario. Por lo menos en mi caso. Puede surgir el tema, o puede no surgir, que es lo más probable. ¿Por qué para estas chicas musulmanas era tan importante su identidad religiosa? No lo sé. Bueno lo sé pero me da cosa hasta escribirlo: con el devenir del tiempo el Islam se ha convertido en una religión “dura” que regula e invade todos los recovecos del individuo. Lo mismo que los judíos ortodoxos y ultra-ortodoxos.

- Najat El Hachmi, en el Premio Nadal 2021 -
- Foto: PAU VENTEO/ EUROPA PRESS
Francia y Bélgica fueron los primeros países que prohibieron el velo en la escuela allá por 2010. También está prohibido, al menos en Francia, el uso del velo integral en los espacios públicos de la Administración. En España no hemos llegado ni llegaremos: por un mal entendido sentido de la tolerancia y por otros temores. El otro día en La Revuelta Broncano le preguntaba a un monologuista a propósito de la inclusión en su show de unas bromas sobre Jesucristo si haría lo mismo con Mahoma. La respuesta, salpicada por la risa floja, fue taxativa: no. Es el síndrome Charlie Hebdo.
Najat El Hachimi advierte con severidad de la penetración del salafismo: eso sí que es un problemón gordo aunque ella sigue en sus máximas: “La identidad no debe vertebrar nuestra sociedad”. Se lo confesaba hace unos días a Iñaki Ellacuría en El Mundo en una extensa entrevista. Las frase era una coz contra el velo...y contra los ultra-nacionalistas xenófobos de Junts. Yo, personalmente, me echo a temblar cada vez que oigo la palabra identidad, la misma que genera compartimentos sociales estancos y colectivizantes. Me da mucho yuyu bajo la convicción de que la identidad, salvo para los ceporros, es un proceso siempre en construcción. Es de las pocas convicciones que me quedan.
Con mucha pedagogía y mano izquierda yo también estoy a favor de eliminar el uso del velo en la educación pública: el mismo que encarcela a niñas y adolescentes en una especie de dictadura que ellas no han escogido. Hay que darles por tanto oxígeno y un espacio para la libertad y la igualdad. Tampoco estoy a favor de que se imparta religión (sea la que sea) en la educación pública. Para eso está la catequesis en las iglesias o las mezquitas de los barrios (aunque me estremezco ante la posibilidad de imanes talibanes, también de curas pre-conciliares). Si estamos en un Estado laico de verdad habrá que apechugar con todas las consecuencias. Por cierto: en el Corán no se dice en ningún momento que las mujeres deban cubrirse ante los varones. Eso es un bulo. Se matiza que las mujeres no deben hacer ostentación de sus joyas en público.