A menudo se indica, y con razón, que Unidas Podemos no jugó bien sus cartas en la negociación para configurar el gobierno de coalición con el PSOE. Los socialistas se quedaron casi todo el poder y el presupuesto, y Unidas Podemos tuvo que conformarse con miniministerios sin apenas capacidad para cambiar la vida de las personas, con ínfimo presupuesto y escasas competencias. Igualdad, Consumo, Trabajo (sin Seguridad Social), Universidades (sin Ciencia), ... No son espacios centrales del Gobierno, sino -en casi todos los casos- secretarías de Estado o direcciones generales venidas a más para generar, a lo sumo, titulares de prensa con los que desde los medios conservadores (y prosocialistas) se pueden lanzar, a su vez, terroríficas proclamas que anuncian la llegada del comunismo.
La última de ellas, de probada sonoridad ridícula, el triunfal "menos comunismo, más ganadería" que ha lanzado el PP en las redes sociales, siguiendo el ya histórico lema "Comunismo o libertad" que elevó a los cielos a Isabel Díaz Ayuso en el adelanto electoral madrileño de mayo del año pasado, y donde el enfrentamiento con el comunismo se sustanciaba, sin duda alguna, en defender el derecho a disfrutar de las delicias de una telepizza o unos grasientos calamares envueltos en pan gomoso.
En esta peculiar revisitación de los principios fundacionales del anticomunismo, pocos más genuinamente comunistas que el ministro de Consumo y líder de Izquierda Unida, Alberto Garzón, en su afán por meternos en su infame cheka alimentaria, en la que pretende que comamos menos carne roja y que los niños -¿es que nadie piensa en los niños?- reduzcan su consumo de donuts y similares.
Garzón, ese molesto ministro que periódicamente se hace eco de lo que dicen todos los especialistas en nutrición sobre qué es o no es conveniente comer (y no digamos en lo referente al impacto ambiental de determinadas prácticas de producción alimentaria), es un útil supervillano de la derecha española, siempre dispuesta a atizar al gobierno con lo que tengan a su alcance, aunque sea, como en el caso que nos ha ocupado en los últimos días, empleando torticeramente las declaraciones del ministro en un medio extranjero (el periódico inglés The Guardian), en donde éste se ceñía a criticar el modelo de las macrogranjas y reivindicaba la ganadería extensiva.
La polémica llega en plena precampaña electoral de las elecciones a Castilla y León, convocadas por el actual presidente, Alfonso Fernández Mañueco (PP) en afortunado escorzo: para evitar la, según él, inminente traición de su socio de Gobierno, Ciudadanos, decidió adelantarse en la traición y convocar las elecciones, también emulando a Díaz Ayuso. Una apuesta clara del PP por limpiar el escenario político en la derecha, provocando la desaparición de Ciudadanos y el reparto de sus votantes entre PP y Vox, en una comunidad autónoma que es uno de los principales y más claros graneros electorales conservadores, y donde, además, el perfil del votante (de más edad, más rural y tradicional) quizás se ajuste mejor al PP que a Vox, más capaz de pescar electoralmente en otros caladeros (Madrid, Murcia, Andalucía) entre votantes más jóvenes y más urbanos.
Castilla y León ha sido siempre cantera privilegiada de la política española, y en particular de la derecha española. De ahí salieron, en hibridación con Madrid, tanto José María Aznar como Pablo Casado (Aznar, nacido en Madrid, inició su carrera política ganando la presidencia de Castilla y León en 1987, mientras que Casado, natural de Palencia, hizo toda su carrera en Madrid). De ahí vino también el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, y sobre todo de ahí, en concreto de Ávila, era el primer presidente de la democracia, Adolfo Suárez, premonitoriamente tildado "Chuletón de Ávila" en aquellos nebulosos tiempos de la Transición; supongo que entonces dicho sobrenombre sería visto como un insulto, mientras que ahora, indudablemente, llamar a alguien "Chuletón" sería visto como una rendida alabanza al personaje. Chuletón al punto, imbatible, como diría el presidente Pedro Sánchez.
En este contexto electoral y de oposición al gobierno de coalición, está bastante claro qué busca el PP, aunque realmente no soy capaz de saber cuán populares son las macrogranjas en Castilla y León y cuánta gente vinculará su defensa con la idea de que el malvado ministro Garzón "odia la carne"; pero es para mí un misterio adivinar cuál es el objetivo del PSOE sumándose a la rendida defensa de las macrogranjas, sobre todo por parte de dirigentes (como Emiliano García-Page y el propio Pedro Sánchez) que en el pasado habían criticado el modelo, e incluso han procurado legislar para prohibirlo. Con Garzón, al menos, Unidas Podemos saca la cabeza y se diferencia del PSOE, con la inestimable colaboración de los socialistas, empeñados en confundirse, a su vez, con el PP en la crítica a sus propias políticas, aunque sean sus socios de Gobierno los encargados de defenderlas.