Juegos de sillones y tronos. El tórrido calor y sus consecuencias han recluido los pactos en los cuarteles de invierno, en los palacios de hielo y en despachos herméticamente cerrados.
Días de vivir en la oscuridad de una casa blindada para combatir el insoportable calor que ha encendido las alarmas de riesgo para la salud y de incendios forestales. Persianas abajo, puertas selladas, ventiladores a máxima potencia y el ronroneo del viejo aparato de aire acondicionado. Pancho, mi perro, no debe pensar lo mismo y reclama solana en la hora punta. Un corazón tendido al sol al borde de la insolación. Cuatro patas que salen y entran de un balcón que rompe la armonía del frescor interior. Hiperventila, sonríe y se desploma en los rincones más recónditos. Entre la oscuridad obligada por el sofocante calor siento el paso de mi abuela que cada verano obligaba a cerrar a cal y canto la casa de Gavarda, junto al río y el lavadero. Madrugar con la fresca para barrer la casa, el corral, la calle. Porque se barría todo en aquellos veranos amenizados por ranas, sapos y cigarras. Era como exorcizar y bendecir al mismo tiempo todas las estancias. Las abuelas eran visionarias, videntes, adivinas, y hace muchas décadas eran las grandes precursoras de la protección civil. Vivir a oscuras en las horas de calor y no salir a la calle, no sufrir contrastes bruscos en la temperatura corporal, no beber agua helada, no bañarse de golpe. Bebíamos una palometa para combatir el calor, agua fría con unas gotas de cazalla, el mejor remedio, decía mi abuela. Cada día comenzaba con la letanía de no hagas, no puedes, no debes. Cada día tenía una marcada rutina. Regar la entrada, el corral y el paso de piedras redondas de río que atravesaba el interior de la casa. Por la mañana temprano y al anochecer, a poqueta nit que decía mi abuela.
En el preciso instante que el sol desaparecía entre la acequia real y el cauce del río Júcar, el día daba un vuelco. Purificadas con tanto ritual doméstico, aromatizadas con broches que hacíamos cada día con capullos del jazminero del patio, preparábamos las sillas contra persiana y nos acomodábamos en la entrada de una casa por la que no pasaba nadie al no estar en la primera línea de la calle mayor. Eran los momentos de preparar la cena, de remendar, de coser nido de abeja, y de hablar. Mi abuela siempre tenía en el regazo un recipiente de latón donde iba preparando las judías verdes, patatas, desgranando habas o el maíz de las mazorcas. Mientras troceaba hablaba y hablaba, no llegues tarde esta noche que la abuelita está muy cansada, no te pongas esa falda tan corta que la abuelita no puede verla, ten cuidado, no salgáis del pueblo, mante no te olvides de la horquilla con jazmín que te ha preparado la abuelita para la coleta, que estarás fresquita y olorosa. Mientras hablaba, levantaba el cuchillo entre el pulgar y el índice advirtiendo y exhortando. La clave era esa pequeña silla de enea tras una persiana.
Estos días de intenso calor, que darán una pequeña tregua, se hace de noche en los primeros despachos políticos del país grande mesetario y de este pequeño país mediterráneo. Intimidad, oscuridad y alevosía parecen ser las marcas de estos pactos que avanzan sin avance. Pactos que trasladan un baile de sillones azules, rojos, naranjas, morados, verdes, amarillos. Grandes, pequeños, de una, dos, tres, cuatro plazas. Sillones mullidos y acoplados a las posaderas de quienes los mantienen calientes tras décadas de ocupación. Sillones endurecidos por culos apretados de presuntuosidad y arrogancia. Sillones de dos plazas, integrados, cómodos, para quienes conviven compartiendo poder y gloria. Sillones vacíos de ética. Sillones banales para quienes viven alegremente de la política. Sillones incómodos que sientan a buenas personas. Sillones de muelles sueltos para culos de mal asiento. Sillones que cojean sin remedio, aunque se les calce con cualquier pedazo de boletín o diario oficial. Sillones de colores para quienes son aire fresco que llega entre ambientes rancios y espesos. Sillones que irritan sentando a personajes ignominiosos. Sillones hilarantes, triviales. Sillones orejeros que ocupan experiencia, honradez, prudencia. Y hasta algún exclusivo chaise longue multiusos para evadirse de la rutina en la trastienda de los decretos. Juegos de sillones y tronos. El tórrido calor y sus consecuencias ha recluido los pactos en los cuarteles de invierno, en los palacios de hielo y en despachos herméticamente cerrados.
Frente a pactos, sillones y tantos cargos hay una ciudadanía observadora, expectante y crítica con el espectáculo
Frente a los sillones alineados, en hemiciclo, en modo tribunal, en gobiernos de mesa redonda u ovalada, se extienden miles y miles de sillas que sientan a una ciudadanía observadora, expectante y crítica con el espectáculo. Sillas plegables para un mejor manejo de la masa, de plástico para abaratar el asiento, (que habrá que sustituir por materiales reciclables), de madera para conseguir imagen y adeptos. Sillas sin asiento donde se sentaron ilusiones y esperanza. Sillas desencantadas y cansadas de aquello que llaman reparto de sillones, de cargos y de cargas. Sillas cabreadas ante tantos sillones y cargos bien remunerados. Sillas de enea frustradas que se rompieron como se rompen los sueños. Demasiados sillones ocupados frente a más sillas vacías. Una sociedad sin sillas ni asiento, ni aliento.
El espectáculo es aburrido. ¿Recordáis cuando la política nos parecía aburrida? se pregunta Daniel Lyon, el hermano pequeño de la familia protagonista de la serie británica Years and Years. Su monólogo al comienzo de la nueva distopía de la BBC marca el desarrollo de una historia post-brexit tan creíble como desesperanzadora, tal como escribía hace unos días Teresa Díez Recio en CulturPlaza. La política evoluciona en esta serie, entre 2019 y 2034, hacia el populismo destructivo con una perfecta Emma Thompson como la candidata Vivienne Rook, embaucadora promotora del partido Cuatro Estrellas. Decir lo que la gente quiere escuchar, prometer lo que no se cumple ni se puede ejecutar, manipular y mentir hasta la derrota final. Movimientos de personas atormentadas que se pierden en un mundo que está a la vuelta de la esquina. Desengaño y desazón social en una Europa que no supo resolver las situaciones de emergencia que ya apuntaban a principios de este siglo. Políticas y gobiernos que no supieron ver el futuro cercano y acabaron condenados. Trump gana de nuevo, perdiendo, aún más, el rumbo y la cabeza, la información está tomada por las fake-news, el Polo Norte se ha derretido y el mundo se desmorona. Mientras, una adolescente confiesa a sus padres que quiere ser transhumana para poder descargarse el cerebro en la nube y poder imprimir sus pensamientos. Una distopía imagina una sociedad ficticia alineada, y en el caso de esta serie televisiva se mueven vertiginosamente los sillones y las sillas.
Más del 30% de la población valenciana se encuentra en situación de riesgo de pobreza o de exclusión social frente a la medida estatal fijada en el 26%
Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística nos devuelven a la cruda realidad. Más del 30% de la población valenciana se encuentra en situación de riesgo de pobreza o de exclusión social frente a la medida estatal fijada en el 26%. Los datos coinciden con los aportados por la Red Europea de lucha contra la pobreza y la exclusión social (EAPN) que sitúan un 31,3% de la población en riesgo. Según indica este informe con datos de 2017/18 “en términos absolutos, algo más de 1,5 millones de personas residentes en la Comunitat Valenciana están en riesgo de pobreza y/o exclusión social”. Por sexos, el incremento corresponde exclusivamente a la tasa femenina de Alto Riesgo de Pobreza y Exclusión (AROPE) que se ha elevado en dos puntos. Por el contrario, la tasa masculina se ha reducido cuatro décimas. Con estos datos resulta, entonces, que en 2017 hay unas 100.000 mujeres más que hombres en riesgo de pobreza y/o exclusión social. Son los datos de la desigualdad, de la situación actual de este pequeño país mediterráneo.
La realidad nos repliega en una pequeña silla de enea tras la persiana desenrollada, en las puertas de cualquier casa. Navegando entre ficciones utópicas y distópicas. Sin sentir más allá de una dura jornada laboral, saboreando una palomenta, absorbiendo el aroma del jazmín que se abre de noche y viendo pasar los días de reojo. Tras las rendijas de la vieja madera buscamos una sonrisa, un gesto, una voz amable, una esperanza, pero solamente alcanzamos escuchar el trasiego de sillones y algún tropezón en los pasos apresurados de personajes trajeados.
P.D.: Para celebrar estos viajes entre varios mundos no hay nada mejor que visitar Fanzara y gozar con el Museo Inacabado de Arte Urbano, MIAU 2019, de 4 al 7 de julio. Más de 20 artistas y profesionales invitados de Chile, Portugal, Uruguay, Venezuela, Dinamarca, Galicia, Andalucía, Cataluña... Me quedo con los colores, la lucha y la vida del chileno Mono González, integrante de la Brigada Ramona Parra que creaba murales para la campaña presidencial de Salvador Allende. Con el golpe de estado y la dictadura los colores fueron clandestinos y una luz precisa para denunciar la ignominia.