VALÈNCIA. Este lunes día 9 de Octubre es la fiesta que, por encima de todo, reivindica un pasado y presente común, convirtiéndose en una suerte de exaltación del carácter y cultura valenciana. “Lo valenciano”, ese concepto complejo, en el que obviamente no voy a entrar, que en ocasiones más que poderlo definir con palabras nos es más fácil ilustrarlo con imágenes. Déjenme que hoy les muestre algunos ejemplos del arte valenciano que contiene imágenes que iconográficamente contienen parte de aquello que identificamos con lo valenciano. Una relación de obras y artistas que se queda en una mera pincelada de un fresco mucho más amplio y complejo.
Floreal (1915), José Pinazo Martínez. No todo el mundo sabe que esta valencianísima, espectacular y excesiva, por manierista, obra de gran formato es propiedad del Museo del Prado, si bien se encuentra depositada en el Bellas Artes de Valencia. Su título no oculta su intención expansiva, alegre, meramente descriptiva y cierta coentor, ese término tan nuestro. Sí que sabemos todos que José Pinazo Martínez es hijo de Ignacio Pinazo Camarlench, un artista, aquel, a reivindicar por no limitarse a ser un epígono de su padre, pintor de genialidad y alargada sombra, con las dificultades que conlleva, adentrándose en la modernidad a lo largo de esas primeras y complicadas décadas del siglo XX. Pinazo padre fue un moderno y el hijo también. Floreal, invade nuestro espacio con una exhuberancia insultante que no se oculta y a pesar de lo dicho tiene una fuerza que nos arrolla. Cuesta apartar la mirada hacia ese grupo de grandes figuras, como estatuas, sin que tenga porqué seducirnos completamente. La obra empieza a tener un regusto a cartelismo Art Decó y al contrario de lo que nos podría parecer hace décadas, está, incluso, comenzando a envejecer bien. Misterios del arte. Complementario a José Pinazo son los óleos de playa de Tomás Murillo Rams, discípulo de Sorolla que sin apartarse de esa temática tan valenciana introduce algunos elementos en el color y en las texturas que le sitúan en unos tiempos más allá del gran maestro. Más monumental en el tratamiento de las figuras es la obra de escenas de pescadores de José Mongrell y en la escultura no podemos pasar por alto la obra del ceramista Antonio Peyró Mezquita, especialmente en el tratamiento de la mujer valenciana.
Virgen de los Desamparados, Tomás Yepes 1644. Saltamos cronológicamente hacia atrás con una obra que se encuentra en el Monasterio de las Descalzas Reales en Madrid y que pretende ser una plasmación en dos dimensiones de la figura original de la Virgen de los Desamparados que por entonces ofrecía un aspecto muy distinto al actual. La obra de Yepes, pintor esencialmente de bodegones, como otras del XVII pretende ser un trampantojo de la realidad ofreciendo toda la verosimilitud posible con la imagen tridimensional de la patrona de Valencia y con la captación de todos los detalles que su ornamentación contiene: relicarios, joyas, colgantes. Abigarramiento y joyerío valenciano. Obras complementarias son la Virgen de los Desamparados de José Camarón en colección particular o de Vicente López ya a caballo entre los siglos XVIII y XIX.
Carrera de Joies, Antonio Fillol Granell. Óleo sobre lienzo que todavía no podemos disfrutar pues ha sido recientemente adquirido por el Ministerio de Cultura para el Museo de Bellas Artes de Valencia y del que todavía estamos pendientes de su presentación. La obra, una de las más costumbristas de su autor, vive en las antípodas de la serie de pinturas de temática social que están situando al artista en el lugar que le corresponde dentro del panorama nacional. La Carrera de Joies con esa paleta de color hedonista, mediterránea no tiene segundas lecturas, no hay elipsis cinematográficas como en las célebres obras de denuncia. Uno de los mejores ejemplos de efecto fotográfico como captación del instante de la arcadia valenciana más desenfadada y si quieren “superficial” de entonces, de idealización sin tapujos y cierta leyenda. Como complemento a esta obra tenemos las obras más costumbristas de Julio Vila Prades o Teodoro Andreu.
José Benavent, el Clavari. Benavent nace en Xátiva en 1858 y muere en plena madurez, desarrollando su arte en el último tercio del siglo XIX y primera década del XX. Su obra se centra en la estética de lo valenciano a través de sus gentes en el contexto doméstico. Pero en sus gentes ataviados con vestidos de gala en un entorno costumbrista, pero de cierta idealización. Una de sus obras que mejor ejemplifican su ideario pictórico es el clavari, en la que el protagonista se está vistiendo para una celebración. Es una mujer, posiblemente su esposa, quien le está abrochando el último botón de la camisa, mientras que otra busca en un arcón posiblemente la chaquetilla con la que completar el traje. Costumbrismo valenciano de precisión casi obsesiva en la plasmación de los detalles de las telas, motivos decorativos de las sedas, colores, brillos. Un tratado visual de indumentaria valenciana. A través de las obras de Benavent se puede escribir un libro de esta temática. A Benavent le mueve el impulso por evocar a los tipos de valencianos y valencianas en ocasiones posando o en otras, como en la que nos ocupa, en el seno de una escena más compleja no exenta de cierta ironía e incluso histrionismo tras el cual podría adivinarse cierta burla inocente. Obras complementarias son las más costumbristas de Joaquín Agrasot, Bernardo Ferrándiz o Nicolau Cotanda.
Pinazo traca valenciana. Es posiblemente sea en este subtema de la pintura de carácter más costumbista del pintor de Godella donde demuestra su precisa, nerviosa, impresionista y genial pincelada sobre las pequeñas tablillas que empleaba. Gustaba el gran pintor esbozar a las gentes moviéndose nerviosas por las calles, alborozadas y festivas por las calles de Valencia o de Godella. En este caso la traca la excusa para iniciar una carrera por delante o detrás de la tira pirotécnica. Sin esa capacidad de síntesis de Pinazo, inédita hasta su llegada en la pintura valenciana (quizás sólo Sorolla llega a esas cotas de maestría) tenemos como complementarios a artistas excelentes como José Navarro Llorens y sus escenas de playa.
Joaquín Michavila “Llac”. Sin duda la clave del éxito del artista nacido en la Alcora y fallecido en 2016 es que pocos artistas como él han sabido aunar el paisaje valenciano, concretamente aquel que circunda el lago de la Albufera con las casas de aperos, casi omnipresente en esta larguísima serie, o de motores, las acequias y los cañaverales con una indisimulada intención de modernidad. No olvidemos que Michavila forma parte del grupo Parpalló. Como complementarios sin la idea de abstracción de Michavila hay que citar la figuración de los muy alicantinos paisajes de los pueblos de sur de Alicante, que se deben a la mano de Emilio Varela, artista que trabaja en la primera mitad del siglo XX y, que magistralmente capta ese mundo de luz cegadora y paisaje de tierra caliza y secano.