VALÈNCIA. "Si expulsan a Ayuso del partido votaré a Vox". "Casado no me gusta pero Ayuso no puede hacer lo que ha hecho". Son dos reflexiones textuales extraídas de grupos de Whatsapp en los que conviven ex altos cargos, militantes y simpatizantes de la formación popular. Unos pensamientos que evidencian el grado de malestar e indignación que se vive entre los que entregan habitualmente su voto a la histórica fuerza de la 'gaviota'.
El problema central no resulta fácil de explicar, pero es menos aún sencillo de resolver. La huida hacia ninguna parte de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y también del líder del PP, Pablo Casado, conduce a una crisis de dimensiones bíblicas en el único partido que, a priori, es (o era) capaz de descabalgar al socialista Pedro Sánchez de La Moncloa. Este último, precisamente, es quien se frota las manos -a corto plazo- con el duelo al sol entre los populares. El otro 'disfrutón' de la guerra civil es, obviamente, el partido de Santiago Abascal, Vox. La ultraderecha está al acecho y ya se relame con los votos de la hasta ahora derecha ordenada.
¿Cuál es la solución para el PP? La dirección nacional del partido tiene la potestad para expulsar a Ayuso -los estatutos son claros sobre esto- a tenor de las declaraciones realizadas contra la cúpula. De momento, hay abierto un expediente informativo sobre la presunta comisión percibida por el hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid por la compra de mascarillas por 1,5 millones de euros. El propio Pablo Casado hablaba este viernes de 286.000 euros de beneficio para el familiar de Isabel Díaz Ayuso, aunque ella lo 'rebajaba' a 55.000 euros y por otro concepto.
Más allá de esta cuestión, que no es baladí y deberá resolver en todo caso la justicia, el conflicto viene de largo y parece enquistado de tal forma que se antoja difícil que pueda solucionarse por la vía del diálogo. El secretario general del PP, Teodoro García Egea, mano derecha de Casado, ha aplicado desde hace tiempo una estrategia de acoso y derribo a la presidenta de la Comunidad de Madrid frente a los deseos de esta de liderar el partido en su territorio. Algunos ven torpeza en no facilitar a una referente electoral el paso en el ámbito orgánico: consideran que el miedo y la inseguridad de potenciar a una hipotética competidora muestra la debilidad propia.
Por otro lado, la intervención de Díaz Ayuso el jueves rompe, para muchos dirigentes, cualquier norma de comportamiento y lealtad dentro de la historia y parámetros del PP. Una presidenta autonómica, por muy presidenta que sea, debe guardar un mínimo respeto por el líder nacional del partido, más aún en uno tan jerarquizado como el popular. Sus acusaciones directas hacia Pablo Casado fueron un pulso ante el que la respuesta debía de ser contundente: nadie está por encima de las siglas del PP.
De hecho, en todo este proceso es clave lo que piensen u opinen otros referentes del partido. Y en esto no cuentan tanto el líder valenciano, Carlos Mazón, o su número dos, María José Catalá, que ocupan sus puestos gracias principalmente a Casado y a García Egea, sino precisamente los que no tienen especial sintonía con el presidente nacional, como el responsable autonómico gallego, Alberto Núñez Feijóo, o el andaluz, Juanma Moreno Bonilla, además del tótem José María Aznar. Aunque Casado no sea el líder soñado y García Egea sea un elemento prescindible, ¿quieren estos dirigentes que lidere el PP Díaz Ayuso? Es decir, como reflexionaba este mismo viernes en privado un alto cargo del partido consultado por este diario, si la presidenta de la Comunidad de Madrid puede salir públicamente y acusar al jefe nacional del partido de esa manera... ¿qué no hará con ellos si es la líder suprema?
Ahora bien, Casado ha errado el tiro. Está por demostrar si las posibles irregularidades en las contrataciones vinculadas al hermano de Ayuso son ciertas pero, en cualquier caso, el manejo de la información desde Génova ha sido demasiado alegre, como poco. García Egea no ha sido, probablemente, demasiado hábil en este episodio y, la filtración, ha estallado de forma violenta y sangrienta. ¿Implosionada por Génova o quizá por Ayuso y su jefe de Gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, para golpear primero ante una amenaza? Tal vez ya no importe, porque ahora el problema lo tiene todo el PP.
Un problema cuya solución no es sencilla. Quizá un intercambio de piezas, la caída de García Egea por el lado 'casadista' y la salida de Rodríguez por el 'ayusista'. Una teoría tan difícil de articular como la creencia de que el asunto pueda ir apagándose con el paso de los días, puesto que este mismo viernes cada bando elevaba la apuesta de manera sustancial. Y no era fácil. Un punto de no retorno para el líder del PP, dado que cualquier concesión se traducirá públicamente como una derrota, y cualquier decisión tajante como la expulsión o suspensión de Ayuso, puede significar un linchamiento de la opinión pública o, cuando menos, un motín dentro del partido.
Un conflicto este que recalca la decadencia de los valores orgánicos de un partido histórico como el PP. Una transgresión de la llamada 'cultura de partido' o, más llanamente, las reglas del juego: Díaz Ayuso es una dirigente que ha encarnado a la perfección el 'populismo' de moda que han practicado líderes de partidos emergentes como Albert Rivera en Ciudadanos, Pablo Iglesias en Podemos o Santiago Abascal en Vox. Todo se resume en la creencia -o quizá la certeza- de que el voto del ciudadano pasará por encima de las estructuras o esencia de los propios partidos, que parecen perder importancia.
Un dilema que también cruzó el PSOE hace relativamente poco con Pedro Sánchez, cuya vuelta como líder vía primarias arrojó un mensaje épico, cuando la realidad es que él mismo fue víctima de su propio 'autogolpe' autoritario que tenía como objetivo controlar la formación socialista con la menor oposición posible. Algo de los que pocos se acuerdan cuando relatan el resurgir al puro estilo ave fénix del ahora presidente del Gobierno.
Por otro lado, el disgusto para el líder del PPCV, Carlos Mazón, no es baladí. Con una magnífica relación con García Egea y con Casado, atraviesa un doble problema difícil de resolver en la estrategia de crecimiento y notoriedad que había comenzado a experimentar con una interesante velocidad de crucero.
En primer lugar, los problemas del líder nacional y su mano derecha pueden derivar en dificultades para su propio liderazgo. Desde su continuidad, si hay un cambio en la presidencia del PP a corto plazo -teóricamente el congreso nacional debería ser antes del verano-, hasta las dificultades que tendría para intentar un segundo asalto a la Generalitat si continúa en el puesto pero falla el primer tiro.
En segundo lugar, la crisis del PP daña la imagen de la marca y lastra sus posibilidades en las futuras elecciones autonómicas si las cosas no se arreglan. El crecimiento de Vox ya es un hecho, pero su techo es una incógnita si los populares no arreglan 'su casa', por lo que este conflicto es una piedra de notables dimensiones en el camino de Mazón de cara a los futuros comicios.