VALÈNCIA. Para que la tierra sea fértil es importante ponerla en “barbecho”, dejarla descansar entre cultivo y cultivo para que el año siguiente la cosecha sea más próspera. Ahora bien, hay campesinos que se pueden malacostumbrar a este descanso y dejar las tierras descuidadas. Ese peligro, el del olvido, es el que sucede también con los pueblos de la España vaciada, aquellos que quedan lejos del punto de mira de otras ciudades y de las grandes capitales y que podría parecer que están en un “barbecho” eterno, abandonados.
Con motivo de reflejar la historia de la España vaciada, el turolense David Sancho dibuja Barbecho, un cómic -junto a Salamandra Graphic- en el que, entre viñetas y sobre papel gouache, cuenta la historia de Emilio, el último habitante de un pequeño pueblo turolense.
Su realidad, y su triste historia, se refleja entre las páginas de Barbecho, un fiel y crudo testimonio gráfico del último siglo de la España rural que le ha valido a Sancho para alzarse con el XVI Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic, y que le sirve como altavoz para contar la realidad de sus pueblos vecinos.
Basándose, en parte, en su propia historia desde Pancrudo, la de sus conocidos y las que lee en los periódicos, escribe un relato lleno de melancolía -y a ratos esperanza- en el que acompaña a Emilio por el pueblo. “Me interesa contar la historia del pueblo y de su cotidianidad. Hablo de quienes viajan en ese espacio, quienes se van y quienes se quedan mientras me centro en cómo cambia el territorio con el paso del tiempo”.
Viajando entre los territorios físicos y emocionales, Sancho se apoya en el bastón de Emilio para escribir sobre la despoblación y la “pescadilla que se muerde la cola” en los pueblos abandonados: la gente se va porque no hay servicios, los servicios no funcionan porque no hay gente y vuelta a empezar.
“Es un conflicto interno y social sobre el que vivimos constantemente, la gente se acaba yendo del pueblo porque no tienen nada que hacer allí y porque hay más oportunidades en la ciudad. Es una situación muy triste e indignante que no ha cambiado prácticamente nada en los últimos cincuenta años”, apunta el autor. Con motivo de dotar de poética a su indignación, divide Barbecho en las fases del cultivo de la tierra, haciendo así una interesante analogía sobre el terreno que no se cuida, quienes lo habitan y quienes lo abandonan a su suerte.
“Me centro en una parte política y otra emocional sobre este abandono. Emilio no se quiere ir de su pueblo porque siente que lo abandona, me interesa contar su historia a través de la cosecha y ver como va progresando poco a poco”. Trabajando sobre originales, y con una gama cromática que varía entre capítulos y que habla por sí sola a Sancho, no le hacen falta casi palabras para contar la historia de una España vaciada y “abandonada a su suerte”.
Con motivo de escribir un relato certero y que tenga un sentido histórico, se apoya también en la hemeroteca El Diario de Teruel para apuntar algunas fechas claves para el pueblo, como el día que les visitó la tele: “Intento escribir una historia que tenga sentido histórico mientras hablo de la parte emocional. Lo que sale en Barbecho no es un relato inventado, aunque tenga pequeños toques de ficción”.
Con las pocas palabras que tiene el libro, una de las páginas encapsula, impasible al paso del tiempo, la realidad de estos territorios a través de una queja de Emilio, quien ve que a pesar de las manifestaciones nunca les pondrán un buen transporte o un enlace del tren. “Si para Franco no hemos “esistido” en los últimos cuarenta años, no sé por qué habría de cambiar la cosa ahora. En Madrid les trae al pairo lo que pase aquí”. Una verdad camuflada a modo de queja en la que Emilio dice “esistido”, con “s” en lugar de la “x”, porque para Sancho también es importante reflejar la realidad del territorio en el habla. Y porque Emilio puede expresarse como quiera, porque él es el que nunca se va, el guardián del pueblo y el único que trabajará realmente la próxima cosecha.