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el joven turco / OPINIÓN

Derecho al largo plazo

Foto: JENS KALAENE / DPA-ZENTRALBBILD / DP
6/06/2022 - 

Entre todas las personas que nos han pensado hay que volver siempre a Arendt. La defensora del pluralismo, la misma que fue apátrida durante más de una década por no encajar en la definición unitaria de la barbarie ultranacionalista, alertó en el siglo XX cómo el ser humano evolucionaba hacia el animal laborans. Argumentaba que estábamos renunciando a nuestra propia individualidad insertándonos en el modelo de desarrollo. Hoy el filósofo surcoreano Byung-Chul Han apunta que no sólo hemos hecho esa renuncia, sino que nos azota una insana obsesión por el rendimiento en un mundo en el que nada es constante y duradero. El nerviosismo, la necesidad de una actividad frenética, la sociedad del cansancio.

Todas las personas que han nacido con posterioridad a 1990, hace ya 32 años, han vivido desde su mayoría de edad en crisis. Hipotecas subprime, Lehman Brothers, prima de riesgo, deuda soberana, ‘troika’, austeridad, pandemia, restricciones, guerra e inflación. Serían los títulos que podrían darse a los capítulos de la novela que narrara una o varias generaciones. Palabras que ahondando en lo que alertaran estos filósofos suponen la perdida del largo plazo, especialmente para quienes han venido al mundo en este período. La perdida del largo plazo como la no capacidad de tomar decisiones que vayan más allá de la inmediatez. La adopción de la incertidumbre que, aunque se empeñen en emplear como una definición general de esta época, la define mejor para unos que para otros.

De hecho, el otro día Future Policy Labs publicó un informe para derribar la fe en la meritocracia. Aportó datos de una realidad conocida pero no digerida. La vida a lo que más se parece es a una tómbola, en la que no todos tenemos los mismos números. Es cierto que existen hechos improbables para bien y para mal, son como ese jabalí que salió de la playa de Alfás del Pi para morder a una mujer que estaba por allí, noticiables, pero excepcionales. La realidad es que nacer en una familia que pertenece al 1% más rico te convierte automáticamente en candidato a engrosar ese selecto grupo cuando seas adulto. Decía, también este estudio, que ‘vivir en una sociedad desigual es malo, sobre todo si uno es pobre. Pero peor aún es vivir en una sociedad desigual que no reconoce que la desigualdad es un problema. Una sociedad que, por ejemplo, ha erigido un dique ético-filosófico para justificar las amplias desigualdades que cobija’. La meritocracia es ese dique justificador. Y ayer mismo se publicaba una encuesta de 40db sobre nuestras opiniones ante el amor y, pese a que (afortunadamente) habían cambiado actitudes, la diferencia entre quienes más valoran el amor y quienes imaginan que es mejor no convivir con su pareja respecto a la media se da en dos colectivos, a menudo coincidentes; quienes tienen menos recursos y los más jóvenes. No es una cuestión, o no lo es exclusivamente, de apetencias. Es la imposibilidad de pensarse más allá del momento actual lo que marca hoy las diferentes actitudes vitales.

Foto: IVAN SAMKOV/PEXELS

Cuando busquen el ‘porqué’ de muchos fenómenos no corran a culpabilizar con la condescendencia de quien observa a la generación de cristal, porque nada es gratis y la factura que más cara nos está saliendo es la de la desigualdad. Especialmente una que se menciona poco, la generacional. Porque hasta cuando no puedes pensarte más allá de lo que viene inmediatamente, hay diferencias. Hay quien puede refugiarse en el error de la nostalgia, ha vivido lo suficiente para ello, tratando de idealizar tiempos pasados y hay quienes sólo le puede quedar rebelarse, hasta de forma contraproducente a sus propios intereses futuros.

Por eso, para mi lo más relevante que ha ocurrido cerca se concentra en un dato. En 2015 en la Comunitat Valenciana había 1.648.367 personas trabajando y hoy hay 2.038.839. Y, además, entre esas personas que en gran número son jóvenes, hay menos temporalidad y se han multiplicado los contratos indefinidos. A lo mejor soy un materialista (me acuso) pero en esta batalla constante por el relato las 390.472 historias de estas personas son las que me gustaría leer. Son el mejor argumento contra el pesimismo vital, la bronca continua y un ambiente crispado. Contra quienes quieren buscar señalar los problemas para aumentar el interés propio.

Esas casi 400.000 personas habrán tenido la oportunidad de emanciparse, permitirse vivir y no sólo sobrevivir, poder irse de vacaciones… serán más libres. Porque de eso trata la libertad de recuperar la individualidad que sólo se logra con éxitos colectivos, como lo han sido la subida del salario mínimo y la reforma laboral.

La libertad, la que defendía Arendt, es tener derecho al largo plazo. Y, lograrlo, aunque sea a pasos como estos, sería la gran revolución de nuestro tiempo.

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