CASTELLÓ. La ciudad amaneció ayer en calma, transparente, con un cielo de rotundo azul, con un sol ardiente. La noche del sábado se desató un vendaval increíble, la furia del viento parecía anunciar el fin del mundo. Las terrazas de las calles de Castelló tuvieron que desmontar súbitamente porque volaban sillas y se movían las mesas con vida propia. Los tres patios interiores de mi casa aumentaban la fuerza del aire, emitiendo un constante silbido durante toda la noche. Pancho odia el viento y sus aullidos. Parece un chimpancé saltando sobre mi cuerpo, sin dejarme dormir, pidiendo que lo arrope, abrace, que calme esa angustia que le provocan los fenómenos extremos del clima.
Ayer, a primera hora de la mañana, Castelló estaba bellísima. Una ciudad todavía dormitando, silenciosa. La luz era insultante, nuestro Parque Ribalta se desemperezaba tras la noche infernal, dejando el rastro de ramas caídas de los árboles, de las infinitas hojas caídas del cielo, arremolinándose en los distintos pasillos y paseos del parque. Pancho gozó jugando con las hojas en movimiento.
No puede ser que le dijera a mi vecina, hace ya unos días, que añoraba profundamente una sopa morellana, una olla, unos buñuelos de sopa, unes pilotes de Nadal. No puede ser tan mágica esta realidad que compartimos en nuestras viviendas. No puede ser, pero ha sido. Ayer me preparó un buen caldo, una buena sopa morellana con sus buñuelos que, -me dijo-, había encargado a una amiga cuyo hijo trabaja como ingeniero en la comarca de Els Ports. Tremendo. Además, yo conservaba en el congelador les pilotes de Nadal más buenas de Morella, mi muy querida M. me guardó esas pelotas magnificas que solo sabe hacer con tal maestría su madre.
Cuando se consumó la confluencia del caldo con les pilotes de Nadal, los buñuelos pasaron a ser teloneros de la gran fiesta que nos dedicamos ayer. Mi vecina, además, venía con su andador de un acto electoral, la presentación de la candidata y alcaldesa de Castelló Amparo Marco para las próximas elecciones del 28M.
Venía contenta porque pudo pasear con tranquilidad, -ella siempre llega a los sitios con media hora de antelación-, por la nueva Avinguda de Lledó hasta llegar al “alucinante” Parque de Rafalafena. A mi vecina le gusta Amparo Marco, pero también le gusta mucho Patxi López, portavoz del Grupo Socialista en el Congreso. Dice que es un tipo atractivo. Acudió al acto con dos sobrinas suyas que cargaron, por si acaso, con su silla de ruedas, “porque ahora podemos recorrer este gran paseo sin obstáculos ni desniveles, es totalmente accesible”.
Ella, que tiene todo el tiempo del mundo para hacer lo que desea, me dice que sigue mirando la televisión pero que ya no soporta el ruido en exceso, ni las broncas, las insolencias, gritos, insultos y, sobre todo, las mentiras y los postureos. Un día le expliqué que el periodismo no son esos espectáculos que protagonizan presentadoras y presentadores, animadoras de las mañanas y animadores de las noches. El periodismo, le dije, es algo mucho más serio y riguroso. Y no hace falta gritar para contar lo qué esta pasando.
Ayer nos dedicamos a degustar ese tremendo mega caldo que ella preparó, con los complementos morellanos que se añadieron. Como segundo plato aporté unas sardinas en escabeche que, en Madrid, en mi infancia, eran un plato de lujo para los pobres. Disfrutamos hasta el infinito.
Comentamos las locuras de personajes como Feijóo que ha visitado en Alicante, en el MARQ, una exposición china de los Guerreros de Xian y no se le ocurre otra ocurrencia que recriminar la falta de interés del presidente del Gobierno por no estar en Alicante. “Claro, -dice mi vecina-, pero si Pedro Sánchez estaba en la misma China conchinchina”. Y nos reímos hasta atragantarnos.
La extensa familia de mi vecina es un grato ejemplo de convivencia y múltiples ideologías, entre hermanas, primos y primas, sobrinas y sobrinos, hijos y nietos. Además, dice también que la historia de su vida es la historia de la vieja carretera N-III que une Madrid y València, pasando por Cuenca, en aquellos tiempos de aquel Puerto de Contreras de grandes curvas, pendientes y vías estrechas para llegar a València y, también, en los mismos tiempos del Puerto de Cabrejas para llegar a Cuenca. Eran los años sesenta y setenta del pasado siglo, con esos coches seiscientos que debían detenerse constantemente por la carga que arrastraban dentro del coche y sobre la baca.
La sobremesa se alargó, como todos los domingos. Además mi vecina había comprado cuatro Pilotes de Frare, de Macián, las mejores de Castelló. Ya nos habíamos tomado las pastillas para el azúcar, así que las degustamos con chupitos de absenta de la destilería Segarra de Xert. Seguimos hablando de nuestras familias, pero la suya es mucho más interesante. Me contó que entre hijos, nietos y sobrinos votan a casi todos los partidos políticos. Unos son socialistas, como yo, otros votan a Compromís, los menos son del PP y de Podemos. Se ríe y comenta que “en mi casa podríamos montar un buen hemiciclo”. Y, añade, que no hay nadie que vote a Vox, afortunadamente.
Me explicó que el acto de Amparo Marco, alcaldesa de Castelló, le gustó mucho porque no era un mitin de esos electorales, fue una charla entre ella y Patxi López. Estaba contenta porque se sintió en su salsa, tal como me dijo, y porque valoraba mucho que fuera un acto sencillo, humilde y cercano. Y, coño, que es la alcaldesa y solo contó verdades que puede certificarlas porque han cambiado la ciudad de Castello.
Pero ella también se suma a otros actos, y cuando hablamos de esto, me dice que le gusta Yolanda Díaz, que algunos de sus sobrinos de Podemos apoyan a la vicepresidenta segunda del Gobierno, cansados de tanta tontería y cierta prepotencia en las filas moradas. Puedo ir a alguna convocatoria de Compromís, claro, pero no a las del PP que está mostrando demasiada impertinencia, y también gritan.
Nos despedimos, pero ella insiste en que sigamos, porque quería preguntarme sobre la pastora esa evangelista dominicana que tanto aleluya dedicó al Almeida, Díaz Ayuso y al Feijóo. Quería saber, sobre todo, porque yo estuve viviendo unos meses, en el 2012, en República Dominicana, trabajando en la campaña electoral presidencial de aquel año, en el equipo de Luis Abinader, ahora presidente de Dominicana.
Nos entró, una vez más, una risa contagiosa. Le he contado en varias ocasiones mi experiencia en Dominicana, en Santo Domingo y el resto del país. Aquel 2012 era, para muchos evangelistas el fin del mundo, en octubre, Jesús Viene y nos iba a liberar. Le expliqué a mi vecina que muchos grupos evangelistas dominicanos y en otros países latinos son auténticas sectas, y son peligrosas.
Y no pude cerrar la boca al comentar mi cabreo por las declaraciones de Feijóo y de González Pons -el mismo eurodiputado que vino a Castelló a denunciar las obras de la Avenida de Lledó, realizadas gracias a los Fondos Europeos-. Se atrevieron a criticar la reciente Cumbre Iberoamericana celebrada en República Dominicana mofándose del Rey, del Presidente del Gobierno y hasta del gobierno dominicano por “compartir con dictadores”. Humillante. Surrealista.
El país anfitrión de esta Cumbre está trabajando duro por salir de mil y unas crisis provocadas, desde hace muchos años, por la desigualdad, la corrupción y las injusticias, por abandonar esa lacra que les marca como país caribeño y hasta bananero. Igual sucede con otros países latinos. Hay que vivirlo de cerca para entender que son diferentes y no tenemos derecho a juzgarles ni sentenciarlos. Por eso, tanto Feijóo como González Pons han sobrepasado todas las lineas. Así que más vale que se encomienden a su pastora evangelista y que les siga dando sus bendiciones.
Mi vecina vaticinó que la pastora dominicana en Madrid les echó mal de ojo a los dirigentes del PP. Y volvimos a atragantarnos de la risa.