VALÈNCIA. Nunca se me dio bien el ajedrez. Era un niño hiperactivo y no soportaba estar sentado en la mesa sin poder moverme ni correr. Solo una vez, en una especie de juegos deportivos que organizó el colegio con todo tipo de actividades, me apunté a todos los deportes y eso me obligó a sentarme frente a un rival durante unos minutos. Gané la primera partida ante un niño que, si era peor que yo, no debía haber movido un peón en su vida. Y en la segunda me pasó algo muy gracioso. En una de las últimas jugadas, casi en un mano a mano entre dos reyes torpes, vi que mi contrincante hacía un movimiento que me iba a derrotar y entonces, cuando iba a tumbar mi rey, el juez me djo la victoria. Me callé como una rata, le estreché la mano al otro chico y me fui. No sé qué pasó, como tampoco recuerdo si me retiré invicto -ya tendría guasa- porque iban a empezar los deportes que a mí me gustaban más, o si luego vino alguien que me derrotó y lo he borrado de mi memoria.
Pero siempre me ha gustado leer las historia de Leontxo García sobre grandes ajedrecistas. La mayoría encierran vidas complejas, muy interesantes. También tuve la suerte de entrevistar a Anatoly Karpov y a Boris Spassky, dos leyendas de los tableros. Acudí acomplejado por su inteligencia, pero lo cierto es que, cada uno en su momento, fueron bastante simpáticos conmigo. Al día siguiente de publicar la entrevista con Spassky, Rafa Marí vino a mi mesa y me felicitó.
Rafa Marí era un tótem en la sección de Cultura del periódico que me había contado que se le daba muy bien el ajedrez. Esta semana, muchos años después de aquello, llamé a Basilio López porque le había leído a Leontxo que había un chico en València, Diego Macías, que es un fenómeno. Basilio, una enciclopedia, me lo confirmó. Así que yo le pregunté si podía convertirse en el mejor tablero valenciano de todos los tiempos y, de paso, quién pensaba él que había sido el mejor. Basilio contestó que el mejor, por números, es Julen Arizmendi -valenciano nacido en Estados Unidos-, y también destacó a un jugador de Vilamarxant llamado Ramón Oltra, pero rápidamente añadió que en el deporte no todo son números y que a él quien más le había impresionado por su talento era, y aquí se cierra el círculo, Rafa Marí. Volví a apretarle a Basilio sobre Diego Macías, y fue rotundo. “Aún no es el mejor, pero lo será dentro de nada, Y no por una decadencia de Julen, sino porque Diego cada día es mejor y acabará superándole”.
Es importante añadir que Diego Macías es un adolescente. Este jugador tiene sólo 16 años. Pero ya ha tenido tiempo para llegar a ser subcampeón de Europa sub16 en Rumanía y séptimo en el Mundial de su categoría. Y, más importante aún, este año se ha coronado como Maestro Internacional tras alcanzar los 2400 puntos ELO y ya tiene la primera de las tres normas que necesita para llegar a la cumbre y convertirse en Gran Maestro.
“Yo calculo que lo conseguirá el año que viene”, augura Joaquín Ballester, que es el presidente de su equipo, el Club Ajedrez Andreu Paterna, que actualmente está disputando la Copa de Europa de Clubes en Albania con Diego como primer tablero. El Club Ajedrez Paterna es un histórico que se fundó en 1959 en el café y. Casino La Plaza con el nombre de Club de Ajedrez Dr. Lafora (en 1960 ya adoptó la denominación actual). Ballester destaca de él que es un “ganador” y que, cuando está frente al tablero, tiene “una mirada asesina”. También que está muy centrado y que ama profundamente el ajedrez.
Durante varios años, entre los 10 y los 16, lo ha llevado de la mano Quique Llobell, un jugador de más de treinta años que vivió una ascensión parecida a la suya, con triunfos desde muy joven, pero que al terminar en el instituto prefirió decantarse por las carreras de Derecho y ADE que por el ajedrez profesional. El problema es que Diego Macías ya es mejor que Llobell, así que la federación valenciana y la española han añadido un par de entrenadores: Julen Arizmendi y el catalán Daniel Alsina.
A la madre del chaval le entra la risa cuando recibe la llamada del periodista que no para de hacer preguntas absurdas. Katia lo atiende con mucha paciencia por el cariño que tiene por su único hijo. Esta mujer cuenta que Diego empezó a jugar por accidente. “Siempre se le dieron muy bien los juegos de mesa y desde muy pequeño jugaba bien al dominó. Un día decidí enseñarle a jugar a las damas, pero entonces vio las piezas del ajedrez y me dijo que quería jugar a eso. Ni su padre ni yo jugamos al ajedrez, así que lo apuntamos a una actividad extraescolar para que aprendiera porque era lo único que nos había pedido en años. Pero días después nos llamó su monitor para decirnos que a Diego le gustaba muchísimo el ajedrez y que, si nos parecía bien, lo podíamos mandar a un club”.
Aquellos padres no sabían qué hacer. Diego tenía cinco o seis años y lo veían muy pequeño para empezar a competir. “Yo sólo quería que tuviera una afición. Nuestro objetivo nunca fue tener un campeón en casa, sino un niño que se divirtiera. Lo que pasa es que se divierte y es un campeón. Porque esto es como la Barbie. Tú te compras sólo la muñeca pero luego tienes que ir comprándole complementos. Pues aquí pasó lo mismo. Diego empezó a apuntarse a torneos y, como los iba ganando, siempre venía otro superior detrás”.
Katia a veces hace una pausa en la conversación telefónica y se ríe. Le hace gracia escucharse hablar de su hijo, aún un chico esmirriado e imberbe, y sus proezas. Pero es que no deja de sorprenderse. “Este año ha batido muchas cosas que yo desconozco. Logra las tres normas de Maestro Internacional y nos enteramos por un tuit que nadie lo había conseguido en España tan pronto. Mi hijo, si el verano digamos que tiene dos meses y medio, ha pasado fuera de casa uno y medio. Tiene varios entrenadores y, salvo con Quique Llobell, con todos trabaja ‘online’. Lo bueno es que cada uno le potencia una cosa, pero también he aprendido que no es lo mismo mirar el tablero plano en la pantalla de un ordenador que la visión de un tablero real. Pero hay plataformas muy potentes y le abren la posibilidad de entrar en programas internacionales en los que sigue aprendiendo”.
Sus padres se han visto obligados a cambiarlo de colegio. En el anterior no tenían sensibilidad con un chico que es un portento del ajedrez. Así que cuando volvía de un torneo en el extranjero, los profesores, con muy mala baba, le soltaban que si quería saber por dónde iban, que le preguntara a los compañeros, que ellos ya lo habían explicado en clase. Así que se lo han llevado al IES Conselleria, donde hay un programa, y una sensibilidad especial, con los deportistas de alto rendimiento. Y Diego, a pesar de las exigencias deportivas y las horas que dedica a los 64 escaques, acaba de empezar primero de Bachiller. Es la hora de responder de verdad a la pregunta que los chavales llevan escuchando desde niños: ¿Qué quieres ser de mayor? Diego lo tiene claro: ajedrecista profesional. “¿Lo conseguirá?”, se pregunta su madre. “No lo sé, pero sí sé que lo está peleando y que está consiguiendo cosas que se salen de la norma. Mi hijo tiene cinco minutos libres y los dedica al ajedrez. No sale por ahí con sus amigos, pero es que él vive otro tipo de experiencias y cuando está en un torneo y no tiene partida, está con otros chicos como él haciendo lo que les gusta”.
Su cuarto, dice Katia, es como el cuarto de cualquier otro adolescente. Una cama, una mesa con un ordenador, una estantería con algunos libros (fundamentalmente de ajedrez) y, eso sí, en lugar de pósters de futbolistas o reguetoneros, carteles de los torneos que ha disputado y una estantería repleta de trofeos.
Rafa Marí, a quien me encontré el otro día debajo de mi casa, ya ha oído hablar de él, claro. “Dicen que es muy bueno”, me dijo en cuanto le pregunté debajo de mi casa por Diego Macías, un joven de 16 años que apunta a Gran Maestro y que quiere hacer historia en el ajedrez español.