Planeta ochentero / OPINIÓN

Doce goles sin piedad

La histórica goleada a Malta (12-1) clasificó a España para la Eurocopa de Francia, en la que sería finalista. ¿Jugaron dopados nuestros jugadores?  

29/09/2023 - 

Hubo un tiempo en que fútbol era fútbol, sin adimentos ni colorantes ideológicos. Veintidós hombres vestidos de corto y sin depilar, dándole patadas a un balón en presencia de un señor de negro que pitaba cuando no veía las cosas claras en el campo. Hoy los señores de negro visten de colorines, como en un desfile de Galliano

Si Miguel Muñoz te convocaba para jugar con la selección nacional, besabas el suelo  patrio después de cuadrarte ante la bandera. Porque era un orgullo representar a tu país. Muy pocos jugadores alcanzaban ese honor. Desde luego, ni por asomo se te ocurría quedarte en casa, negándote a vestir los colores de tu país, porque el conserje de la Real Federación Española de Fútbol te había mirado mal.  

Muñoz fue, junto con sus muchachos, el artífice de una de las victorias más memorables de la selección nacional. Hablamos del 12 a 1 a la humillada Malta. “¿Qué hemos hecho para merecer esto?”, se debieron de preguntar los jugadores malteses al final del partido disputado en el Benito Villamarín el 21 de diciembre de 1983. A España le tocó el Gordo uno día antes del sorteo de Navidad. 

Nadie —y mucho menos los perspicaces periodistas deportivos— daba un chavo por la selección capitaneada por el viril Camacho. A falta de una jornada para terminar la fase de clasificación para la Eurocopa de 1984, España contaba con dos puntos menos que Holanda, líder del grupo VII. No nos bastaba ganar a Malta; había que hacerlo por once o más goles de diferencia. Parecía misión imposible para un equipo incapaz de golear al contrario. 

El pueblo llano creyó en la heroica

Sin embargo, el pueblo llano, al que le cantan los poetas desde lo más profundo de su ser, creyó en la heroica. Necesitaba resarcirse del gatillazo del Mundial del 82. Sólo conservábamos el buen recuerdo de Naranjito. Y a Sevilla fue una selección aguerrida, heredera de la furia de los setenta, que jugaba también al toque. 

Miguel Muñoz puso una alineación de gala. Leed conmigo estos nombres: Buyo, sustituto de un Arconada lesionado, en la portería; Camacho, Maceda, Gordillo y Goikoetxea en la defensa; Señor, ‘Lobo’ Carrasco y Víctor Muñoz en la media, y Santillana, Manu Sarabia y Poli Rincón en la delantera.  

Si existían dudas de que se obrase el milagro, estas se disiparon al descanso. El primer tiempo acabó con un discreto 3-1. Señor falló un penalti en los minutos iniciales. Santillana abrió la lata con un soberbio cabezazo, pero Malta no tardó en empatar. Un disparo de Demanuele tropezó en Maceda despistando a Buyo, que no pudo detener el balón. Santillana marcó otros dos tantos antes de acabar la primera parte. Algo debió de ocurrir en el descanso; quizá a los jugadores se les apareciese la Virgen del Rocío, prometiéndoles la victoria a cambio de su fe, o tal vez fuese algo más humano lo que explicase que saliesen como motos al terreno de juego. 

Y comenzó a llover una catarata de goles: Rincón en los minutos 47 y 57; Maceda en el 62 y 63; otra vez el Poli en el 75; Santillana mojó de nuevo en el 76; Rincón, una vez más, en el 78, y Manu Sanabria en el 80. Faltaba un golito para el milagro. Y llegó en el minuto 85 del pie de Juan Señor. Aquello fue el acabose. Miguel Muñoz entró en el campo al grito de “Vamos a hacer otros tres más”. La afición sevillana enloqueció. El portero maltés, gran amigo de España, John Bonello, pensó en pedir asilo político. Hasta Gordillo metió el decimotercero pero el árbitro turco, pensando que aquella crueldad era excesiva, se lo anuló. Cuando el colegiado otomano pitó el final del encuentro, miles de aficionados invadieron el campo, sin reparar en que la Federación se exponía a una grave sanción por la UEFA.  

El fatídico error de Arconada en la Eurocopa del 84

Es cierto que los españoles, en términos futbolísticos, nos conformábamos con poco. El gol de Marcelino a la Unión Soviética, gracias al cual ganamos la primera Eurocopa en 1964, quedaba muy lejos. Clasificarnos para la Eurocopa de Francia, en la que quedamos subcampeones, era como conquistar un Mundial. Y se le pudo ganar a Platini y los suyos si no hubiera sido por el inolvidable error de Arconada —el portero de las medias blancas— al colársele, por debajo del cuerpo, un balón lanzado en falta directa por el mismo Platini.  

Treinta y cinco años después del partido, los malteses denunciaron un supuesto dopaje de nuestros futbolistas. El autor del gol maltés, Silvio Demanuele, aseguró en 2018: “A los jugadores españoles les salía espuma blanca por la boca, y eso lo provocan los esteroides”. Pero hubo más: los malteses recordaron que en el descanso “un señor bajito vestido de blanco” se presentó en el vestuario, ofreciéndoles limones cortados. “Cuando chupé esos limones me sentí borracho, como si hubiera estado toda la noche de fiesta”, añadió Demanuele. Sus compañeros, tras probarlos, comenzaron a sentirse mal. Si los creemos, la victoria épica del 12-1 tuvo gato encerrado, lo cual carece de importancia. En el fútbol, como en la guerra y en el amor, el fin justifica los medios. Que se lo pregunten al Barça de Negreira.    

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