Tras el suicidio de Verónica, el debate está en el aire porque el machismo también está en el aire. Porque una sociedad no puede ser indolente a la humillación, a los abusos y a la violencia que sufren las mujeres.
Verónica no ha sido la única mujer que ha sentido tanta humillación pública como para quitarse la vida. Cada persona puede ser determinante si decide no convertirse en un testigo mudo, equidistante e indolente. ¿Dónde está la ética, la empatía o la compasión en una sociedad que actúa en la creencia de que es lícito humillar a las mujeres? Son algunas reflexiones que compartía hace unos días la feminista y exministra Carmen Montón en su blog del Huffington Post, relacionando machismo, humillación y suicidio en la muerte de Verónica tras la difusión de un video de contenido sexual. La humillación es un ataque directo a la autoestima. La vejación destruye y estigmatiza. Es una emoción que se siente con mayor intensidad que la felicidad, dejando cicatrices internas difíciles de superar. Y cada persona, cada uno de nosotros, puede convertirse en cómplice miserable cuando se difunden estos abusos tan normalizados por la sociedad.
El debate está en el aire porque el machismo también está en el aire. Porque un señor televisivo llamado Fran Rivera dio la puntilla afirmando sin complejos que los hombres "no somos capaces de tener un vídeo así y no enseñarlo". Porque este tipo de declaraciones surgen con la espontaneidad de quien se sabe defensor del orden natural de las cosas. Porque desde el pensamiento machista dominante la mujer siempre debe ser y sentirse culpable. Por otra parte, estaría bien que la televisión pública no diera tanto pábulo en algunos programas a este tipo de personajes. Los medios de comunicación tienen su cuota de responsabilidad, son fundamentales en la lucha contra el machismo y la violencia de género, juegan un importante papel en la transmisión de valores, en la promoción de la igualdad, de valores solidarios, justos, compasivos. Desde el mundo de la comunicación, de la publicidad, en las tertulias, en las series televisivas, se siguen construyendo roles y estereotipos que marcan a hierro a las mujeres.
Frente a los imparables asesinatos machistas no parece que exista una contundente reacción política y social. Los distintos gobiernos deberían decretar la situación de emergencia, priorizando recursos y combatiendo el terrorismo machista desde la raíz, desde la educación, la igualdad, cultura, comunicación y con medidas de prevención determinantes. Las malditas cifras no cesan y con ellas se va perdiendo la vida de demasiadas mujeres. El contexto en el que se mueve plácidamente el machismo está sembrado de retroceso, de una involución manifiesta, como una consigna extendida, compartida, que va calando peligrosamente. El machismo es ambiental, es un goteo permanente y expansivo en todas las capas sociales.
En las salas de espera de los centros de salud mental hay demasiadas mujeres. Hay demasiados gestos perdidos y puedes quedar atrapada por miradas infinitamente tristes
Las cifras de víctimas de la violencia machista son alarmantes. El número de víctimas de violencia de género en la Comunitat Valenciana aumentó hasta las 4.794 en 2018, un 14,3% más que en 2017, según la Estadística de Violencia Doméstica y Violencia de Género publicada este martes 28 de mayo por el Instituto Nacional de Estadística. Estos datos fijan la urgente necesidad de reaccionar y actuar. Frente a las estadísticas hay una insoportable realidad, los centenares de suicidios que se producen y que son invisibles en los datos oficiales. Mujeres que deciden escapar de la violencia física y, sobre todo, de los malos tratos psicológicos, acabando con su vida. Y también aquellas mujeres que sobreviven con graves secuelas de la violencia machista y que tampoco son reconocidas. El derecho de las mujeres a tener derechos debe ser una prioridad para las agendas institucionales y políticas. La defensa de la igualdad y de la vida de las mujeres, su bienestar y felicidad, es urgente para una democracia que es incompleta si no lucha por más del cincuenta por ciento de su población.
En la sala de espera de cualquier centro de salud mental las mujeres son una doliente mayoría. En ese espacio comunitario de la sanidad publica, la espera para consulta, para la visita periódica a psiquiatría o psicología, compone un paisaje de desolación y de tristeza insoportable. La primavera dispara las enfermedades mentales, los síntomas que delatan las depresiones y la masiva asistencia a estos centros especializados. Las terapias transcurren entre meses, sin la posibilidad de que la asistencia profesional fuera la deseada y necesaria. En la sala de espera de estos centros desaparece la luz y el aire puede llegar a ser asfixiante. Hay demasiados gestos perdidos y puedes quedar atrapada por miradas infinitamente tristes. Hay sobredosis de soledad entre las cuatro paredes de las salas previas a una consulta.
Hay demasiadas mujeres, de todas las edades pero predominando las mayores, las residentes en esas franjas devastadoras del tiempo, en esos años donde la vida produce un mayor vértigo, un oscuro vacío. Residentes de la ansiedad y de los abismos. Mujeres de múltiples características y de sintomatologías comunes. Sentadas en las filas de sillas hay también muchas personas jóvenes que delatan frustración, desesperanza. Duele sentir su pesadumbre, la melancolía que llevan encima. En esas salas de espera conviven soledades, tristezas, humillaciones y dolor. Y también el estrés que determina la falta de recursos, la pobreza, la sobrecarga de responsabilidades. Son antesalas para el desaliento a pesar de excelentes profesionales que se entregan cada día, dibujando los mapas que recorremos en la búsqueda de la felicidad.
Somos el primer mundo pero nos movemos torpemente, con pasos cortos y pesados, con el desencanto y el miedo a cuestas. Los niveles de inseguridad económica, laboral, personal, son altamente nocivos, perjudiciales para el desarrollo de los sueños
Somos el primer mundo pero nos movemos torpemente, con pasos cortos y pesados, con el desencanto y el miedo a cuestas. Los niveles de inseguridades económicas, laborales, personales, son altamente nocivos, perjudiciales para el desarrollo de los sueños. Noam Chomsky advertía en una reciente entrevista que la gente se percibe menos representada y lleva una vida precaria con trabajos cada vez peores, una situación que provoca enfado, miedo, escapismo, desconfianza y descrédito de las instituciones. Ya no se confía en la realidad, ni en los hechos, ni en el entorno. Las últimas estadísticas del INE indican que el País Valencià, teniendo una tasa de paro del 14,11%, sitúa su tasa de riesgo de pobreza por encima del 31%, superando las marcas nacionales. También somos un territorio con más población con problemas para finalizar el mes (12,42%) que la media y más personas sin terminar la educación secundaria (43,4%). Los datos alertan sobre una sociedad que parece caminar con pies de barro sobre un sistema que no resuelve ni gestiona correctamente la felicidad de las personas.
Mientras, centenares de buitres se dan un festín con la carga de animales muertos de un camión accidentado en una carretera de Morella, según contaba hace unos días Javier Ortí en el periódico Mediterráneo. El vehículo transportaba los cadáveres destinados al depósito de este tipo de residuos animales. El accidente provocó que la caja del camión se precipitara por un barranco. Y, súbitamente, aparecieron centenares de aves carroñeras que se lanzaron a engullir los cadáveres. Un paisaje metafórico de las realidades que vivimos. Esperando a ser engullidos, engañados, manipuladas, humilladas. Como aquellos miles de buitres callados que van desplegando sus alas, aquellas notas de la canción de Luis Eduardo Aute, aquellos presentimientos de que el día que se avecina viene con hambre atrasada, de que tras la noche vendrá la noche más larga. Parece que adivinaran.