Acaba de empezar un nuevo año. Y como nos suele pasar con todos los inicios de ciclo, es momento de propósitos, retos e incluso reedición de frustraciones ya antes intentadas, a ver si lo conseguimos por fin. Ponemos de nuevo el contador a ‘cero’ y, combatiendo el desaliento, nos decimos -la verdad, con cierto recelo, porque no es la primera vez que pasamos por este bucle- que hay que volver a proponérselo.
Es también tiempo de esperanza. A pesar de todo. Especialmente de la pesadilla expansiva del coronavirus, que sigue reapareciendo -aunque desde que llegó nunca se ha ido del todo-, bajo diversas versiones, cuando ya queríamos creer, como nos decían, que la habíamos vencido. Pero la esperanza consiste justamente en querer convencerse de que alguna vez será verdad.
Como al comenzar el 2021, busco en la numerología alguna señal. Y leo que el 22 es un guarismo ‘maestro’, biprimo, de los más potentes, para levantarse tras caer y retomar el camino. Veintidós son las creaciones de Dios en el sexto día. Las letras del alfabeto hebreo. Los pares de cromosomas comunes a hombres y mujeres, además del que determina el género (XX o XY). Los aminoácidos esenciales para las proteínas de nuestro organismo. O el número atómico del titanio, metal de gran resistencia y fortaleza.
Además, su número base es el 4, cuadrado de 2: el de los puntos cardinales, las estaciones del año, los símbolos aritméticos (prefiero, claro, los que suman o multiplican, a los que restan o dividen), los elementos de la naturaleza (tierra, agua, fuego y aire), los espacios del pentagrama, los grupos sanguíneos, las cámaras y válvulas de nuestro corazón…
Así que me propongo afrontar el año con optimismo. Aunque ya lo aviso: no el del mal informado, el de las euforias falaces o el de la ineptitud edulcorada. Porque hay que huir de las sombras, sí, siempre, pero no es de recibo que se nos pretenda engañar con sobredosis de propaganda, con manipulaciones en serie o con alborozos fake. Hay que dar la espalda al desánimo, pero al tiempo, también, a quienes parecen vivir instalados en una constante, y ficticia, “operación triunfo”, aunque canten de falsete, sin ritmo y desafinando.
O a los que, prendidos del trilerismo sectario, aseguran que hay quien se alegra o desea que las cosas vayan mal. Como si los virus eligieran equipo y dejaran fuera de peligro a los ‘propios’. Como si la crisis económica que padecemos no afectara a tantos, invadiendo indiscriminadamente todos los rincones.
Porque se puede perdonar la impericia -salvo cuando se convierte en permanente- pero no la mentira o la insidia. Ni los cánticos de victoria cuando, solo en el último mes, tenemos la mayor inflación de los últimos 30 años, un 6,7%. Y eso no es un frío dato estadístico: afecta muy directamente a las familias, a los comercios, a los autónomos, a las pensiones, a las pymes, a la industria, a los salarios, a la cesta de la compra, a los alquileres, al consumo, al empleo.
El encarecimiento de la gasolina, el gas, las materias primas, los impuestos (a diferencia de Alemania o Italia donde los bajan)... O de la Luz, que superará los 300 euros por Megavatio/hora el primer trimestre de 2022, aunque se aseguró que no pasaría. Un nuevo embuste. Sin el menor recato. Lo han vuelto a hacer.
Por eso mi recuerdo hoy, en las primeras rampas del año, quiere ser para lo auténtico y los más afectados por la dura verdad. Para las vidas malogradas este año por cualquier causa y sus familias. Para quienes, varias olas después, aún luchan por esta u otra enfermedad. Para tantos, sobre todo mayores, a quienes la pandemia ha acentuado la soledad. Para quienes sufren secuelas, también psicológicas o emocionales. Para los que han perdido su comercio o trabajo. Para quienes temen perderlo…
Para todos quienes, por una u otra razón, están intentando mantenerse en equilibrio y comparten con los demás sus mejores deseos, a ver si, de verdad, sale por fin un buen 22. Ojalá. Me sumo. Desde la esperanza y la mejor energía. Que así sea.
Exposiciones que no has visitado, conciertos a los que no pudiste ir, piezas escénicas que se te escaparon entre los dedos, libros que querías leer y al final se han quedado en la estantería esperando… ¿Qué hacer cuando el FOMO pasa de temor abstracto a certeza tangible?