Hablamos con Elisa Levi con motivo de la presentación de su nuevo libro ‘Yo no sé de otras cosas’, un relato sobre la necesidad del desarrollo personal gestado durante el confinamiento
VALÈNCIA. ¿Qué tienen en común el 21 de diciembre del 2012 y del 2019? En ambos momentos creímos que se acababa el mundo, al menos tal y como lo conocíamos. Primero los mayas vaticinaron el “apocalipsis” y 7 años más tarde, durante la tercera semana de diciembre, se detectaron los primeros casos de neumonía en Wuhan; poco más tarde se sabría que se trataba del comienzo de la pandemia. Elisa Levi escribió durante el confinamiento ‘Yo no sé de otras cosas’, un libro que habla sobre la necesidad de huir de lo que se nos queda pequeño, de redescubrirse y de ansiar lo desconocido.
La protagonista de esta historia es Lea: una joven de diecinueve años que, a pesar de que todos en su pueblo crean que el mundo se acaba, desea vivirlo todo y explorar aquello que le rodea. Mientras todos vaticinan un final ella ve el comienzo de su futura nueva vida, y fantasea con escapar lejos de las cuatro calles que la han visto crecer, de su madre y de sus tres amigos del pueblo.
Cuando se le aproxima un forastero, la protagonista aprovecha la oportunidad y decide contarle sobre lo que sabe y ha aprendido sobre la vida “en lo que dura un cigarro con hierba”. Desde Culturplaza conversamos con la autora sobre los enredos de la vida y el fin del mundo desde los ojos de su protagonista.
-Durante todo el libro se habla del fin del mundo, ¿qué supone para ti representar esta situación en la historia?
-Durante el confinamiento estaba muy presente en mí la imagen del fin del mundo. Sentía esa idea universal de “el mundo se va a la mierda, ¿qué hacemos?”, pero por otra parte había una parte de mí a la que no le apetecía nada explorar sobre ese “apocalipsis pandémico” provocado por la COVID. Considero que aún no estamos preparados para recibir ficciones sobre la pandemia, y que va a tener que pasar mucho tiempo para hablar de este tema de forma "distinta". Fue entonces cuando pensé: ¿en qué otro momento se ha acabado el mundo?, entonces me situé en el 2012, el año en el que los Mayas pensaban que se acababa todo. Una vez ahí me pregunté a mí misma: ¿qué hubiese pasado si los habitantes de un pueblo muy pequeño y muy aislado creyese realmente que sus vidas terminarían ese año? y sobre todo, ¿qué cosas harían y cuales no harían?
-También provocas que el lector se plantee esas preguntas, yo personalmente he disfrutado tu libro pero diría que también me ha “angustiado”
-Esta angustia que tiene el libro entra en contraste con cómo lo vive todo Lea, la protagonista. Lo percibe con un poco de desdén, con esta cosa de: “estos locos dicen que se acaba el mundo, pero en realidad el fin del mundo es otra cosa, no es que dejemos de existir sino que igual el fin del mundo simplemente significa que cambia algo de tu vida, y tu vida no es la que era”.
-¿Dirías que esta protagonista tiene trazas de ti?
-Yo creo que es todo ficticio. He intentado crear un personaje de cero, que estuviese muy alejado de mí, y que a mi también me sirviese un poco para alejarme de la realidad de este momento. He intentado crear una ficción de cero. Ha sido terapéutico y ha supuesto un crecimiento muy grande, he aprendido esto de que “al final el autor siempre pone cosas de sí mismo en las novelas”. Creo que el hecho de haberme enfrentado a una ficción y haber querido apartarlo de mí misma, de Elisa Levi y de su mundo, ha sido una forma terapéutica de canalizar las decisiones que estaba tomando yo en mi vida en ese momento.
-¿Quién te conoce de verdad podría reconocerte en Lea? Aunque solo sea un poco…
-Al final me he visto poniendo cosas de mi vida a través de metáforas y pequeños detalles, pero solamente alguien que haya vivido conmigo los últimos años de mi vida puede “adivinar” qué cosas hay de Elisa Levi realmente en este libro.
-En el libro conviven diversos lenguajes ya sea a través de la edad adulta y la edad joven o a través de forasteros y personas del pueblo… ¿Dirías que en algún momento llegan a converger todas las conversaciones?
-Diría que la clave está en cómo Lea expone sus misterios y convicciones sobre la vida. El cómo se plantea que es la muerte, el amor, el futuro. Tiene 19 años pero su sabiduría y su lenguaje se asemejan más a los de un adulto. Cuando se encuentra al forastero, que tiene unos 60 años, este decide callar y escucharla… o bueno, más bien ella le calla a él porque no deja de hablar.
-Le calla también con un cigarro de marihuana. ¿Qué simboliza?
-Los jóvenes que viven en el pueblo no pueden salir de este por sus propias vías, viven en lo que está “hecho para ellos”. La marihuana me parecía un elemento fantástico para simbolizar las proyecciones frustradas que tienen, por ejemplo la de la protagonista que es hacer realidad sus sueños de futuro. La forma que tiene Lea de compartir “su hierba” con el señor forastero es como ponerle un lente para hacerle ver el futuro que ella quiere proyectar.
-¿Y llegan a conectar entre ambas generaciones?
-Sí, e incluso diría que Lea le acaba dando una lección al forastero. La protagonista es capaz de expresar pensamientos que requieren más experiencia en la vida a través de cosas muy simples que ella ha percibido, y gracias a metáforas que son muy bien llevadas a tierra. El aprendizaje que ha tenido ella a lo largo de su vida es la forma que tiene de conectar con ese mundo de adultos con el que se encuentra. Ella dice todo con mucho descaro y seguridad. También es como que se justifica frente al señor de fuera del pueblo tipo: “no me mires por encima del hombro que yo sé muchas cosas”. Además hace que el lector no tenga lugar a duda de que ella sabe de lo que habla, es como que te habla con tal convencimiento que no te plantea dudas.
-Por ejemplo con la frase “de aquí se huye y no se vuelve”
-Exacto, ella lleva mucho tiempo madurando la idea de irse y le ha costado mucho tomar la decisión, y pensar en las consecuencias. Creo que Lea está muy orgullosa de lo que ha aprendido en el pueblo, pero también tiene ese punto de madurar y asumir grandes cambios en la vida. También es verdad que en las edades jóvenes hay una mayor incertidumbre sobre el futuro, y se pone el foco en pensar ¿qué puedo hacer? ¿dónde lo puedo hacer?... En respuesta a estas dudas la protagonista ve que el pueblo se le ha quedado pequeño para sus ambiciones. Al final el lector se siente representado porque todos hemos llegado al punto de querer huir de una situación. Es una experiencia que el ser humano experimenta constantemente, el hecho de querer abandonar todo lo que conoces para buscar algo nuevo. Lea se marca retos muy importantes en su vida, quiere irse a la ciudad grande en busca de estímulos, tantos que no sepa qué hacer con todos ellos, cambios que le hagan replantearse todo lo que sabe.
-¿Se podría reimaginar esta novela en una ciudad?
-No tendría sentido. Al estar en una ciudad estás tan expuesto a estímulos que el aprendizaje se recibe de otra manera, incluso llegando a creer que lo que has aprendido es "lo definitivo”. Las personas que viven en lugares más pequeños están más convencidas de lo que saben, hasta sin estar al tanto de tantas cosas, porque tienen un conocimiento más profundo de estas. También me interesaba hablar de una chica que se sintiera “recluida”, y que quisiera huir a otro lugar, al igual que me pasaba a mí durante el confinamiento. La única manera que tenía de expresar esa angustia que sentíamos todos era proyectando mis ansias de libertad en una persona encerrada.
-¿Hacía dónde hubieras huido en ese momento?
-¿Durante el confinamiento? De repente sentí que ansiaba ir al campo, y ver verde a mi alrededor. A día de hoy observo esta misma situación en mi entorno, hay mucha gente de mi generación que quiere volver al campo. Lo ven como un lugar pequeño donde todo es más barato y donde tienen la oportunidad de ser más ecológicos. Pero claro, también ¡aguanta tú el campo!, ponte a vivir aislado en un sitio pequeño, con la misma gente todo el rato… La romantización a veces es una mentira muy piadosa. Yo en el confinamiento tenía esa necesidad de echar a correr sin que nada me parase, así que en ese aspecto se podría decir que también terminé idealizando el campo, cuando realmente no sería capaz ni de “aguantarlo” ni de trabajarlo.