Dice Rousseau que el problema de nuestra sociedad comenzó cuando un humano valló un trozo de tierra y dijo: esto es mío. Según el filósofo, la propiedad privada fue el comienzo de todos los males y acabó con un paraíso comunitario. Poco a poco la idea de crear vallas fue extendiéndose a otros ámbitos como las naciones o las religiones: Esto es mío y estos son los míos.
Finalmente acabó impregnando cada ámbito de la vida con la propiedad intelectual e industrial: los derechos de autor, marcas y patentes, la Denominación de Origen o el patrimonio cultural, por poner algunos ejemplos.
Nuestro mundo es un mundo hecho de vallas visibles e invisibles. Pero por suerte el arte, como los pueblos nómadas, no sabe de fronteras. Intentar limitarlo, encauzarlo o domesticarlo es acabar con él.
Y nadie acabará jamás con él.
El apropiacionismo cultural (puesto de moda últimamente por los enfurecidos críticos de Rosalía) es una práctica artística que consiste en usar obras ajenas para crear la tuya propia. Desde hace varias décadas escuchamos hablar mucho de ello. Lo último es que la mentada Rosalía se ha aprovechado del flamenco (y ahora también del reggeatón) para forrarse, de que el escritor Fernández Mallo fue denunciado por la viuda de Borges por usar algunos fragmentos de su obra en su libro homenaje al autor argentino El hacedor (de Borges), remake o de que diseñadores de moda han usado motivos de culturas indígenas para sus estilismos. Y aunque obviamente hay unos límites éticos, el mundo que viene (no solo el arte) es apropiacionista y tenemos que empezar a hacernos a la idea. Porque la tecnología, que es la que manda en cada época, nos lleva hacia allí. La era electrónica, y ahora más aún el digital, es la era de los filtros.
(Una mariposa, yo me transformo
Makeup de drag queen, yo me transformo
Lluvia de estrellas, yo me transformo)
Y del corta-pega
(Cógela y Córtala)
La era de la transformación, el collage, el sampler y la reutilización de materiales ya existentes. De la parodia en forma de meme o vídeo de Youtube. Del mashup, el cover, los remakes, los fanfic o los efectos. Del retuit o los vídeos basados directamente en la apropiación y la copia (lipsing, trend, challenge...) de Tik Tok.
(Yo me transformo)
Debemos admitir que la creación artística ex nihilo (algo imposible, por eso dice Rosalía en su tema “CUUUUuuuuuute”: que aquí el mayor artista es Dios) tiene cada vez menos importancia. Y está bien que sea así. Porque cada época encuentra su forma de expresarse y esta es tan buena como cualquier otra. Dice Bourrieau que en un mundo tan lleno de cosas tiene sentido dejar de crear nuevas y empezar a reciclar. Incluso en el terreno artístico, por lo que él considera la historia del arte como una caja de herramientas para los artistas futuros. El apropiacionismo maquilla, retuerce, resemantiza, tunea, recontextualiza, hibrida, fragmenta, ironiza, homenajea, moderniza o, resumiendo, usa los materiales que encuentra como punto de partida para sus obras.
(Cuando pones perlas en el collar de Vivienne
Es diferente, ya no son perlas, uh, no)
Y nos guste o no, la tendencia va creciendo y las vallas que tienen que ver con la propiedad intelectual y cultural (y más en un mundo globalizado e interconectado) se van relajando porque el sentir social va cambiando. También la idea de que las obras artísticas deberían poder usarse de la forma que sea va calando.
¿Que te parece mal? Pues muy bien. Lo que te parezca no va a cambiar nada.
Quéjate en redes o en el bar. Desahógate. Pero el futuro siempre llega y esta tendencia parece clara así que mejor intentar entenderla y descubrir las posibilidades artísticas y expresivas (infinitas) que nos ofrece.
¿Fue Van Gogh apropiacionista por inspirarse en estampas japonesas? ¿Lo fue Schopenhauer por usar ideas del budismo para elaborar su filosofía? ¿Es Lorca un aprovechado del flamenco como la malvada Rosalía? ¿Robó el flamenco el cajón peruano que incluso ha acabado conociéndose como cajón flamenco?¿Duchamp pintando bigotes a la Gioconda o Picasso estudiando el arte africano demostraron así que eran unos ladrones caraduras? ¿Es un DJ solamente un aprovechado que gana dinero con las canciones de los demás? ¿El cine no levantará cabeza mientras no dejen de hacerse remakes de Batman?
Es difícil establecer los límites de lo correcto e incorrecto. Principalmente porque el arte no suele tener su esencia en la ética sino en la estética y la expresividad. Pero hay varias obviedades que no debemos olvidar: la primera, que nadie crea de la nada (salvo Dios). Todos estamos influenciados, se nos note esta influencia más o menos. Podemos usar la estructura y tonalidad de una canción para componer otra y no ser acusados de plagio. A pesar de que se hacen canciones con escuadra y cartabón o best sellers o blockbusters con la misma fórmula fija no se le llama plagio. Y después Björk usa una línea de bajo sampleada para crear un tema absolutamente diferente al original que contenía ese bajo y es denunciada…
¿Tiene algún sentido? ¿Arte en cadena sí pero reciclaje no?
Lo segundo es que la apropiación como forma de creación es tan vieja como el mundo. Pensemos en la poesía de la Edad Media española, por ejemplo. Las jarchas eran breves canciones populares que los poetas árabes de Al-Andalus usaban como estribillo de sus composiciones. El motivo temático de la jarcha era desarrollado en las estrofas árabes. A estos poemas se les llamó moaxajas.
¿Querían los poetas árabes aprovecharse de las canciones castellanas o más bien las ponían en valor, las homenajeaban y las usaban como fuente de inspiración para crear sus versos?
Pues es obvio que lo segundo.
Y es obvio también que Rosalía no tenía un plan para aprovecharse del flamenco y hacerse millonaria. Si fuese tan sencillo todos los cantantes flamencos podrían ser millonarios, ¿no? O que Saoko no es una copia del tema original de Daddy Yankee sino un homenaje que usa el original para dialogar con el reggeatón clásico y resemantizarlo desde el feminismo y la sororidad.
He nombrado a Rosalía porque es la artista de moda y es ultraconsciente de lo que hace. Su poética está clara y la reivindica incluso en sus letras, adelantándose a las críticas de sus detractores. Pero podríamos hablar de otros artistas contemporáneos, claro que sí. Es obvio igualmente que C. Tangana usa en sus temas diferentes estilos como la copla, la bossa-nova o la rumba con la misma idea de homenaje que los poetas árabes, llevando estos ritmos a otros lugares muy interesantes. O que los samplers del hip-hop no son robos, sino un reciclaje sonoro. ¿Se aprovecha Eminem de Aerosmith cuando usa un fragmento de su famoso tema Dream On o más bien hace que siga viviendo al transformarlo? ¿No lo revitaliza y lo adapta a los tiempos? Los escritores amateur (millones unidos alrededor de ciertas páginas y grupos) insertan sus historias fan fiction en universos que adoran como Hogwards o la Tierra Media, así como los memes y parodias usan materiales preexistentes para descontextualizarlos porque el humor es a menudo descontextualización. Y simplemente porque el valor del fragmento puede ser diferente al separarlo de la obra a la que pertenece como bien sabían los juglares (volvemos a la Edad Media) cuando comenzaron a recitar los romances, que no eran sino estrofas desgajadas de los poemas épicos. Estrofas que brillaban diferente al ser puestas aparte o cambiadas de contexto. Un acto apropiacionista que creó el Romancero, una de las grandes joyas culturales de la poesía española.
Ahora el concepto de fragmentación y nuevo uso en el que se basan los romances y las moaxajas prolifera en canciones, libros, películas, redes sociales o Youtube para quien quiera verlo.
Todo se ha hecho ya, sí.
Pero nos quejamos como si fuera la primera vez...
La artista valenciana Lola Beltrán da vida a Rosalía en un estilo de lo más manga para una pieza especial e inédita que acompaña a un reportaje sobre la voz que está sacudiendo el mundo. La tinta valenciana da un repaso (no verbal) a la música a través del arte