CASTELLÓ. Agentes del FBI deteniendo sospechosos, entrando a patadas en casas ajenas, persiguiendo coches a toda velocidad, interrogando duramente a un testigo… en París, Belgrado, Barcelona o Atenas. Bienvenidos a FBI Internacional, spin off de la serie FBI, donde hacen esto mismo y más, pero en territorio nacional, algo que estamos bien acostumbrados a ver. Hasta ahora, y gracias al cine y la televisión, sabíamos que el FBI interviene en casos que afectan a varios estados o a la seguridad nacional pero solo en su territorio y que lo de fuera, o sea, el resto del mundo, es cosa de la CIA. Pero he aquí que no basta con la agencia de inteligencia para mantener el orden y la ley allende fronteras, así que tenemos al FBI enseñando a los cuerpos policiales y de seguridad europeos cómo se combate el crimen porque, según repiten varias veces a lo largo de la serie, “vamos donde nos necesitan”.
Además de las series de moda en las plataformas y de las que todo el mundo habla, conviene de vez en cuando pasarse por otro tipo de series de las cadenas generalistas que nunca han dejado de existir ni de tener éxito. Son esos procedimentales, generalmente thrillers de acción, que muestran la abnegada labor de los servidores de la ley, sean policías de calle, agentes del FBI, de la DEA, del SWAT, de la NSA o del NCIS, que hasta que llegó la exitosísima serie que durante años ha sido la más vista en EEUU, y sus múltiples secuelas, nadie sabía que existía. Quién iba a decir que algo tan específico como el Servicio de Investigación Criminal Naval de los Estados Unidos iba a reventarlo con una serie de veinte temporadas, por ahora, más tres series derivadas que también gozan de una gran audiencia. La mayoría de ellas, por cierta, producciones del todopoderoso Dick Wolf, a quien eso de conjugar el alfabeto y titular con anagramas le ha salido tremendamente rentable: las franquicias NCIS, CSI y FBI, además de Ley y orden.
Que Estados Unidos interviene mucho más allá de sus fronteras no vamos a descubrirlo aquí, que esto es una columna que va de cine y series y no de política internacional. Pero es que el cine y las series bien que se encargan de recordarlo, sea para denunciar esa intervención o para jalearla. Lo cierto es que no deja de ser asombrosa la gran cantidad de relatos audiovisuales que cuentan y denuncian los desmanes, tejemanejes, corruptelas y trapos sucios de esas agencias y de los gobiernos USA dentro y fuera de su país. He dicho asombrosa, porque desde España no podemos menos que admirarlo, teniendo en cuenta la falta de ficciones que cuenten esas cosas aquí. Claro que todas ellas conviven con series y películas que son panegíricos de la acción del gobierno y sus agencias fuera de sus fronteras, como este FBI Internacional.
La serie sigue a un grupo de agentes del FBI, con sede en Budapest, que actúa por toda Europa cuando está involucrado o en peligro algún ciudadano estadounidense. Con esta excusa acuden a la ciudad correspondiente, donde no les queda más remedio que actuar por su cuenta porque los diversos departamentos de policía de esos países son una de estas tres cosas o varias a la vez: anticuados en sus métodos, ineptos o corruptos. Con matices, claro: no es lo mismo actuar en París o Berlín, que aquí el retrato de la policía local es bastante positivo, que en alguna capital de los antiguos países del telón de acero, donde predomina la corrupción, o del Mediterráneo, en cuyo caso se trata de ineficacia, mezclada con cierta corruptela, además de sol y playa.
Por eso, al muy eficiente y honesto equipo del FBI no le queda otra que, fluctuando entre la condescendencia, la prepotencia y el desprecio evidente, tirar por la calle de en medio y comportarse como si estuvieran en Utah o en Washington, aunque eso suponga actuar con una palmaria falta de respeto por las leyes y la cultura ajenas. Si los agentes locales son ineptos o anticuados les enseñan, que para eso son los que más saben y más gadgets tienen, mientras reciben con modestia su agradecimiento infinito por haber librado al país de alguna banda criminal; si son corruptos les denuncian y detienen.
No sé si vista en Estados Unidos por cualquiera de sus ocho millones de espectadores semanales habrá quien sienta que igual ese no es modo de estar fuera de tu país, pero viendo cualquier capítulo desde Europa, asombra la impunidad con la que actúa el equipo fuera de sus fronteras sin dar explicaciones. Todo en nombre de la justicia y la libertad que solo ellos parecen encarnar.
Esa idea, central en su política, de que Estados Unidos es el sheriff del mundo, el país que impone el orden y las normas, queda perfectamente reflejada aquí. La excusa del suspense por descubrir al culpable y la acción y la aventura (persecuciones, tiroteos, carreras) sirve para reflejar toda una concepción del mundo que explica muchas cosas que suceden en la realidad. Y es que Hollywood ha sido y sigue siendo una gran arma de dominación y colonización para Estados Unidos, una forma de penetrar en otras culturas y países tremendamente eficaz.
De la presentación de los países europeos no vamos a decir nada porque de todo hay. No ponen mariachis en Barcelona, como tantas veces hemos visto, y tampoco es como aquel mítico sexto capítulo de la primera temporada de MacGyver que transcurría en el País Vasco, pero priman el maniqueísmo, una mirada interesada en función del lugar que cada país ocupa en la política internacional de Estados Unidos y una visión del mundo a la que le importan poco los matices y menos la realidad.
Antes de FBI Internacional hubo otras, claro, desde aquella recordada y temprana Misión imposible (1966-1973) que transcurría en plena Guerra Fría y que ha devenido en una franquicia cinematográfica ultramillonaria en espectadores y dinero, hasta una Mentes criminales sin fronteras (2016-2017), que el título se las trae, donde un equipo de la BAU, la famosa Unidad de Análisis de Conducta, se dedicaba a perseguir por el mundo a asesinos en serie. Los métodos del equipo de investigadores y el retrato de las fuerzas del orden local coinciden punto por punto. Todas ellas y muchas más ilustran bien cómo el nacionalismo estadounidense considera al resto del mundo: un espacio maniqueo en el que se puede, o mejor, se debe intervenir sin pedir permiso, porque para eso está el sheriff. Ya saben: “vamos donde nos necesitan”, por supuesto que sí.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame