VALÈNCIA. Además del de Berlanga, este año 2021 se conmemora el centenario del nacimiento de una de las figuras más relevantes de la cultura española del siglo XX: Fernando Fernán Gómez. Actor, escritor, dramaturgo, guionista y director de cine, tal vez esta última es la faceta que ha quedado más opacada por las otras, a pesar de que es uno de los más grandes cineastas de nuestra historia, con obras maestras como El mundo sigue (1963), El extraño viaje (1964) o El viaje a ninguna parte (1986).
No se preocupe si no conoce las dos primeras, no es culpa suya, ambas chocaron con la censura, tuvieron infinidad de problemas para estrenarse y lo hicieron, de tapadillo, años después: siete en el caso de El extraño viaje y dos en el de El mundo sigue, con el agravante esta última de que durante muchísimos años no se emitió por televisión. Y no es que las haya visto y no las recuerde: son imposibles de olvidar, créame. Es que fueron títulos casi invisibles y se convirtieron en películas malditas (nuestro cine está, desgraciadamente, lleno de ellas). Ahora, además, son obras de culto justificadísimo.
El reconocimiento como director le llegó a Fernán Gómez con El viaje a ninguna parte, ganadora de la primera edición de los Goya. Ya tenía en ese momento a sus espaldas 20 títulos como director y aún añadiría después algunos más. Un total de 27 películas conforman su filmografía, además de dos obras para televisión: el magnífico mediometraje Juan Soldado (1973) y la serie El pícaro (1974).
La cámara se pasea por el expositor de un quiosco y, mientras salen los títulos de crédito, vemos las portadas de revistas y periódicos: El caso, La codorniz, Life, El Alcázar, Pueblo, Franco, la boda de Juan Carlos y Sofía, Liz Taylor, Sofía Loren, esquí acuático, paisajes de sol y playa, alta costura, crónica negra, toros, París. El plano se detiene en una pared en blanco e irrumpe una mano que empuña un corsé. La inconfundible voz de María Luisa Ponte dice: “Como este, era igualito que este. Me han robado un corsé”. La escena continúa mostrando la plaza de un pueblo castellano de la España profunda y el Círculo Recreativo “El Progreso”, donde se está celebrando el baile semanal: en las paredes, fotos publicitarias de Coca Cola, Torremolinos, refrescos, cervezas, bañadores y productos y lugares de moda, cuya modernidad choca con los cuerpos y rostros de la gente del pueblo que baila una melodía al son de la orquesta Los Guacamayos.
Este es el insuperable inicio de esa película extraordinaria e inclasificable que es El extraño viaje. Un arranque que es, quizá, el mejor retrato de la España de los sesenta y la visualización más acertada de la batalla entre modernidad y tradición que se libraba en ella. Por cierto, el argumento es una idea de Berlanga, luego convertido en guion por Manuel Ruiz Castillo y Pedro Beltrán. Y qué gran idea ese corsé, emblema exacto de la batalla: símbolo de opresión, pero también erótico. Porque de eso va El extraño viaje: de la ausencia de libertad de esa España del desarrollismo, de la miseria moral de una época sumida en una dictadura nacional católica, de cómo la represión del deseo produce monstruos y de la falta de horizonte vital. El pueblo sería algo así como el envés de ese entrañable Villar del Río de Bienvenido Mr. Marshall (1952) o, más bien, su doble siniestro. Y no les cuento más, ya que la película está llena de sorpresas.
Si El extraño viaje es una comedia negra, muy negra y también una película de terror y un thriller y una película costumbrista (es que es muchas cosas, todas buenas), El mundo sigue es una tragedia descarnada sin ambages, casi un drama desaforado. Se trata de un retrato de la miseria ya no solo moral, también social y económica del Madrid de la época. No, lo he dicho mal, es un retrato de la miseria económica, la base que hace aparecer otras miserias. Es la historia de la historia de dos hermanas enfrentadas de un modo brutal, miembros de una familia pobre. Una (Lina Canalejas) cumple con el papel que se espera de la mujer como ama de casa, esposa y madre abnegada, y la otra (Gemma Cuervo) desprecia esa vida y busca el dinero mediante sus relaciones con hombres ricos, como única posible salvación de la pobreza.
El film tiene un tono desconcertante, feroz, a mitad de camino entre el realismo, hasta el punto de que, a ratos, parece un documental, y el expresionismo, con unas interpretaciones deliberadamente desgarradas e histriónicas, elipsis abruptas, montaje agresivo, exageración emocional. Vista hoy en día, como pasa con otros títulos de Fernán Gómez, resulta asombrosamente moderna, por sus recursos narrativos y estéticos, por sus juegos de montaje, por el tono desconcertante que les comentaba.
El cine de Fernando Fernán Gómez es de una de gran modernidad: la mezcla de géneros y tonos, la autoconsciencia, la experimentación formal, la ruptura de convenciones narrativas. Pueden elegir. La vida por delante (1958) y La vida alrededor (1959), títulos imprescindibles del cine español, cuentan las penurias de una pareja joven en la España del momento, mezclando realismo, costumbrismo, humor negro e ironía y experimentando con el punto de vista. Con Mi hija Hildegart (1933) recuerda la asombrosa historia real de la Aurora Rodríguez Carballeira, que convirtió a su hija en el modelo de la mujer del futuro para, tras conseguirlo, acabar matándola a los 18 años. Y con Mambrú se fue a la guerra (1986), la historia de los topos que permanecieron escondidos en el domicilio familiar durante los años del franquismo.
La descacharrante adaptación de La venganza de Don Mendo (1961), el famoso astracán de Pedro Muñoz Seca, está hecha con cuatro duros y es una exhibición de esa máxima (más bien terrible, si se piensa) de “el hambre aguza el ingenio”, ya que la penuria es utilizada a favor de la farsa: decorados muy estilizados o fondos pintados, a veces como de dibujos animados, donde el fuego es celofán rojo y los anacronismos campan a sus anchas, como en una película de los Monty Python. ¡Bruja más que bruja! (1971) adopta la forma de una zarzuela extravagante, mitad drama, mitad musical, para realizar una sátira de los estereotipos de la España negra. Fue poco comprendida en su momento y ha acabado siendo otro de sus films malditos y de culto, reivindicado hoy en día por su originalidad.
¿Le han entrado ganas de ver las películas? Si es así, misión cumplida, esa era la intención de este artículo: reivindicar en su centenario al director, un poco olvidado tras el escritor y el grandísimo actor que siempre fue. Nada mejor para conmemorar su figura que arrojar luz y dar a su obra la visibilidad que, en su momento, le fue negada.
En la cartelera de 1981 se pudo ver El Príncipe de la ciudad, El camino de Cutter, Fuego en el cuerpo y Ladrón. Cuatro películas en un solo año que tenían los mismos temas en común: una sociedad con el trabajo degradado tras las crisis del petróleo, policía corrupta campando por sus respetos y gente que intenta salir adelante delinquiendo que justifica sus actos con razonamientos éticos: se puede ser injusto con el injusto