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Genovés II es la cola del cometa

7/01/2022 - 

VALÈNCIA. Hace unos días, sobre las cenizas de 2021, un lloroso José Cabanes anunciaba que su carrera había llegado a su fin. Que le quedaba despedirse de su deporte, la pilota, de los trinquetes, de los aficionados que le adoran, pero que al acabar el verano se quitaría la faixa y dejaría l’escala i corda.

Genovés II tiene 40 años, pero da la sensación de que ha vivido 60, de todo lo que le ha pasado. Desde ser el hijo de Paco y María Luisa, y lo que eso acarrea, como no poder quitarse nunca en su vida la etiqueta de ser descendiente del mito, el dios Genovés, hasta sufrir un accidente en bicicleta que le destrozó el codo y que llevó a los médicos a decirle que nunca más podría ganarse la vida zurrándole a la pilota de vaqueta. No sabían con quién hablaban, uno de los tipos más tozudos que he conocido, un joven que ama tanto esos ocho triángulos de cuero que jamás se rindió.

No conozco demasiado a fondo su palmarés. Ni me importa. Para mí, Genovés II es otra cosa que una hoja con resultados dispares en finales de torneos de toda ralea. Para mí, José Cabanes es la cola de un cometa, el último pilotari a la vieja usanza. ‘Old school’, que dicen ahora los modernos. Una manera diferente de entender este deporte. Él es de los que todavía llega con tiempo al trinquete y se pasa una hora en el vestuario arreglándose las manos, evitando los naipes con oros por pura superchería, y contándose la vida con el compañero de al lado, otro pelotari que lo mismo podía jugar con él que en contra.

Y ahora miro en retrospectiva y me doy cuenta de que he estado presente en muchos de los momentos estelares de su vida. Como aquella manoseada final del 95, la Partida del Siglo, en la que Genovés, su padre, derrotó de manera heroica a Álvaro en el trinquete de Sagunto. Él tenía 13 años, un adolescente a punto de despertar, y esa mañana tórrida, emocionado y maravillado desde la galería del dau por la demostración de cariño del público hacia su padre, entendió que él quería pasar su vida allí dentro, jugando a pilota sobre las losas de un trinquete. Ese u otros. Eso era lo de menos.

También viví su debut de blanco, en el trinquete de Vilamarxant, cuando aún seguía siendo un adolescente, pues solo tenía 16 años, que soportaba como podía el peso de la historia sobre su espalda. Porque ese día, el 6 de mayo de 1998, José Cabanes no era más que un chaval alto, flaco y narizotas. Pero ya tenía suficiente personalidad para tomar una decisión: no se anunciaría como Genovés II hasta que él se sintiera merecedor del nombre de su pueblo y de su progenitor.

Y ese 2004 fatídico, claro. Esa final que no se puede circunvalar si se habla de Genovés II. Porque aunque a él no le guste, marcó su trayectoria. Ese día jugaba la final del Individual contra Álvaro. Ese día estaba machacando al zurdo: 15-55. Pero ese día se quedó anclado y, sin capacidad para reaccionar, superado por los acontecimientos, ver que se le estaba escapando el título más preciado, se quedó paralizado ante un Álvaro que le dio la vuelta de manera inverosímil a la partida y se acababa imponiendo por 60-55.

Esa es una herida, yo creo, que nunca cicatrizó. Que quedó ahí para siempre, como ese codo en escorzo que te recuerda, más que lo que has sufrido, lo que has superado. Él lo negó durante años, pero yo siento que algo así, en alguien tan apasionado como él, no se olvida jamás. Porque nunca ganó el Individual y creo que ya siempre salía derrotado mentalmente ante Álvaro, aunque sus gritos y sus gestos dijeran otra cosa. José estaba marcado por aquel traspié casi infantil. Y llegaron nuevas derrotas, abundantes derrotas en el Individual ante el resto de Faura.

Pero también hubo alegrías. Muchas. Como aquel primer Bancaixa junto a Sarasol II, su amigo y maestro, y Raúl II. Una final donde resistieron las embestidas del mejor Grau, que es mucho decir. Ese día tuvo uno de esos gestos que demostraban que era diferente, alguien con una sensibilidad especial. Ese día cogió el trofeo y se lo entregó a su abuelo Lluís, el hombre que le había acompañado a tantas y tantas partidas desde niño. Porque Genovés II, además de una figura de l’escala i corda, es un chico tierno. Porque uno es hijo de su padre y de su madre.

La vida no se lo puso fácil. Y eso le curtió. Como la enfermedad rara de su sobrina, la hija de Patxi, su hermano del alma. Una dificultad que hizo más fuerte a la familia Cabanes. O su relación y la boda con Susi Sanchis, que, lo siento, pero para mí no es la mujer de José, ni la hermana de dos pelotaris, para mí es la hija de Sanchis, un notable mitger y punter de Genovés, de la quinta de Oltra, Pigat II y José María, al que vi jugar varios años.

O la enfermedad de su padre. El cáncer que se lo llevó el año pasado y que llenó de lágrimas los trinquetes de toda la Comunitat. El primogénito buscó los mejores médicos, la mejor ayuda y lo cuidó con la devoción del hijo y el fan. Y el triste desenlace. Jamás olvidaré el abrazo sentido que me dio cuando me vio en el tanatorio, agradecido y removido por las líneas tristes que había escrito la tarde anterior con el ánimo encogido. Me admiró su dignidad en ese momento en el que se nubla el entendimiento.

Y ahora, días después de su anuncio, cuando ya estamos en ese 2022 en el que jugará sus últimas partidas por los pueblos de su tierra, miro atrás y veo a un joven que le encantaba jugar a esto. Un chico temperamental y cariñoso, que tenía carácter pero también educación. Pero, sobre todo, veo a alguien que tuvo la grandeza de disfrutar de lo que hizo y, por el camino, de aprender a convivir con ser el hijo de la mayor leyenda de su deporte y de haber sufrido una de las derrotas más dolorosas que se pueden sufrir. Y haciendo un ‘dau’ primoroso, o buscando la careta, o salvando un quinze con la izquierda con la espalda pegada al rebote, acabar siendo él mismo, un resto muy técnico con el suficiente carisma para ganarse el cariño de la gente que le veía jugar.

Hace dos años, impulsado por una intuición, fui a verlo jugar a Sueca los cuartos de final del Individual ante Puchol II, el número 1. Esa mañana de domingo, liberado al fin de sus miedos, sus fantasmas, fue un pilotari libre que disfrutaba del mano a mano. Y ganó. Así que decidí ir unos días después a Vila-real a ver la semifinal, una partida de noche en una grada angosta y claustrofóbica donde se apelotonaba la gente para verle derrotar a José Salvador. Ya no pude ir a la final, donde perdió pero creo que fue feliz. Porque ya hacía tiempo que había aprendido que el deporte, la vida, es mucho más que ganar o perder. Y que su gran victoria, después de años atormentado, era acabar siendo él mismo, Genovés II, el gran Genovés II.

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