a tota virolla

Jorge Dioni: "¿Turismofobia? Veo mucha más vecinofobia"

El autor de La España de las piscinas y ahora de El malestar de las ciudades explica qué está ocurriendo en los lugares en los que vivimos. Por qué un modelo de urbes que expulsan a sus ciudadanos se impone cada vez en más destinos

3/06/2023 - 

VALÈNCIA. Desde la conversación con Jorge Dioni (autor de La España de las piscinas y ahora de El malestar de las ciudades, ambos en la editorial Arpa) puede verse toda la ciudad de Madrid acostada, con sus protuberancias y sus edificios más o menos afilados. A pesar de esa evidencia desde la vista en una terraza, una gran pregunta ronda todo el tiempo en la habitación: ¿es esto una ciudad? Con algunas derivadas: ¿qué hace que una ciudad lo sea?, ¿de quién es una ciudad?, ¿para quién es una ciudad?

Dioni aplica una oleada de casos en infinidades de urbes para explicar un modelo que -con sus divergencias- funciona en Barcelona y en Madrid, en València y en Málaga, en Santiago y en Ibiza. La ciudad a pesar de. La ciudad  de la que se marchan ciudadanos. Que a pesar de ello se ve sobrepasada por nuevos flujos. Que se convierte en una materia prima en sí misma. Que puja a mayor precio por quien transita que por quien reside. Un patrón. Un malestar. 

-Muchas de las ciudades más pujantes pierden habitantes, explicas. 

-Jorge Dioni: Sí, hay ciudades que a diferencia de lo que puedan parecer, pierden población. Madrid pierde población, Cádiz pierde población, Málaga pierde población. Igual que el movimiento fue del campo a las ciudades en los 60 y 70s, este es el momento del desplazamiento a las zonas urbanas. Lo que intento explicar es que no es una cosa voluntaria, no es algo que se decida libremente. Escuchamos sin parar hablar de que eres dueño de tu destino y tienes que forjarte tu futuro… toda esa cháchara de la autoayuda. Pero considero que son las circunstancias sociales y personales las que empujan a esos movimientos. 

-¿Por qué entonces muchos vecinos tienen que marcharse de muchas ciudades?

-Porque es lo más sencillo. La primera razón es el precio de la vivienda, cada vez más inasumible. Y la segunda es la estabilidad. Influye la desaparición de las cajas de ahorro. De hecho creo que parte de la explicación del momento de Málaga tiene que ver con que las conservan. Cada provincia tenía un centro de decisión financiera. No nos hemos hecho una idea de lo que significa no tenerlas. El centro de decisiones estaba más repartido. Ahora casi todos los territorios tienen que pasar por Madrid. Afecta también a lo emocional: ver que donde estaba la caja de ahorros de Salamanca hay un cartel de ‘se vende’… En el caso de València, de repente, ostras, se encuentran sin centros de decisión financiero. Para rematar, se quedan sin su equipo de fútbol. Son entidades de más de un siglo que habían articulado ciudades.

-Una parte de los residentes habituales se marchan, pero llegan otros. 

-Llegan porque, aunque están menos tiempo, son más rentables. Son más rentables porque pagan más y son más rentables porque requieren menos. Apenas necesitan tirar la basura, ni escuelas y probablemente no se pongan enfermos. 

-Hablas de las ciudades como un escenario donde se busca sin parar crear valor para luego monetizar.

-Es el modelo. El modelo nos pide que estemos constantemente realizando ese ejercicio: valorizar, monetizar. ¿Cuánto puedo sacar por esto?, ¿qué rentabilidad se puede sacar si las casas se convierten en hoteles?, ¿y si los coches se convierten en taxis?  

-¿Por qué es un fenómeno relativamente nuevo y por qué no sucedía antes con la misma fuerza?

-Tengo la sensación de que la tecnología produce ese salto. Es decir, claro que existían las casas de huéspedes. Podías meter a gente en casa, pero para eso te tenías que darla de alta. Claro que existían los coches de alquiler. Pero tenías que contratar previamente… Los trámites eran más largos. 

-No se podía escalar de manera tan rápida.

-La tecnología permite que esto se realice de forma casi inmediata. Y permite darle una pátina como de cosa nueva. Con aseo. Colaborativa. ¿Nos saltamos la legislación? No pasa nada. No tenemos por qué darnos de alta como casa de huéspedes. Estamos colaborando. Se habla de libertades, de colaboración, de novedad, de disrupción. El lenguaje lo es todo para construir una nueva realidad.

-Da la impresión de que ese cambio se produce a una velocidad tan rápida que la administración no es capaz de seguirle el ritmo.

-Una única administración no puede. Tendría que venir de varias administraciones. Esa impotencia permite que se rentabilicen elementos de la ciudad que antes estaban fuera del mercado o que, al menos, no se podían rentabilizar tan rápidamente. El Partido Inmobiliario y el Partido Turístico son los grandes vencedores. Podrían decir ‘vamos a calmarnos, ya hemos sacado suficiente’, pero no. Prefieren seguir sacando petróleo de la ciudad y ya se acabará cuando se acabe. ¡Sigamos haciendo barriles de turistas!

-Frente al Partido Inmobiliario y al Partido Turístico, ¿qué alternativa requieren las ciudades?

-El Partido de los Residentes. Oímos hablar de turismofobia pero veo mucha más vecinofobia por parte de algunas administraciones. Un gran deseo de expulsar a cierta gente de ciertos lugares. Porque así se puede sacar mucha rentabilidad. Ves el Cabanyal en València o el Palo, en Málaga, y son golosinas. Son ideales para sacar al mercado porque tienen una capacidad para valorizarse tremenda. 

-En El malestar de las ciudades explicas por qué es esteril la turismofobia.

-Es como ver el camión que venía a recoger a los jornaleros. Los jornaleros se mataban por subir al camión. Miramos a los jornaleros, pero… ¿quién conduce el camión? Además, al que lo conduce, no le interesas. Esta semana leía como una gran cadena de hoteles tenía ya varios proyectos en Albania. Le ponen la Riviera Albanesa, porque si se habla de Albania no es tan atractivo. Les da igual que sea Albania, la cuestión es que es un lugar nuevo donde hay nueva rentabilidad. Estamos defendiendo al patrón y el patrón te va a echar del camión. 

-En paralelo, el turismo se convierte en la principal fuente de autoestima, si no la única, de muchas ciudades. Validar la ciudad a partir de la mirada de quien viene. 

-Es que recuerdo ir a Málaga hace 20, 25 años. No era lo mismo que ahora. Aunque hayan perdido cerca de 20.000 jóvenes en los últimos cinco años, existe la sensación de que va como un tiro, de que es la nueva capital de Andalucía. 

El problema es que las ciudades tienen una capacidad limitada. Siempre pongo el ejemplo de la lengua. En Barcelona se preguntan por qué se habla tan poco catalán en la ciudad. Pero es que el idioma del centro de Praga no es el checo. El idioma del centro de Amsterdam no es el neerlandés. El problema es que si por los residentes se puede sacar una cantidad X, por gente de fuera se puede sacar X3. 

Se hace un destilado de la identidad. Es muy reduccionista. Se traspasa el costumbrismo andaluz como lo español. Blanca Paloma se dice que tiene raíces españolas, ¿pero no las tenían las Tanxuguiras? En ciertos lugares, como València, cuidado, porque tienen una historia rica difícil de destilar, muy relacionada con cosas como la agricultura que ya no están. Cuidado porque esa identidad se pierde y se transforma en ‘la playa de Madrid’. 

-Comparas la búsqueda del ‘turismo de calidad’ con una tentación eugenésica.

-Es que explícame qué quiere decir eso de calidad. ¿Quiere decir que hay personas de calidad y personas sin calidad? ¿Las personas que no son de rentas altas no son de calidad? Cuidado porque eso nos lleva a otro riesgo. Ciudades que no pueden absorber tantos vehículos y que proponen poner un peaje de acceso. Por tanto la movilidad se convierte en un producto para los que pueden pagarlo. 

-¿Los nómadas digitales son parte de ese ‘superhombre’?, ¿encajan con el ‘turismo de calidad’?

-Existe la idea de que si traemos nómadas digitales, entonces nuestro lugar se va a convertir en un centro de creatividad. Estoy de acuerdo con la teoría contraria: la creatividad ya está en las ciudades, ¡dale facilidades! Pero si se expulsa a la gente, si tienen que trabajar 14 horas y después tiene que entregar el 70% de su sueldo a un piso, esa gente jamás podrá ser creativa. 

En Lisboa, tras las condiciones de la troika a Portugal, se decidió favorecer la entrada de capitales. Por tanto se les dio mayores facilidades a gente con gran capital, a los fondos, a las socimis. Y fueron comprando casas. El objetivo se cumplió. El problema es que a cambio se fue expulsando a quien no tenía la misma capacidad de acceso. Ahora se han dado cuenta.  

-Escribes que nuestras ciudades han pasado de querer un Calatrava a tener un (festival) Sonorama.

-Es que un Calatrava es caro, y un festival de música es más asequible. El Calatrava te ponía en el mapa, era un ‘estamos aquí’. Muchas ciudades no tuvieron en cuenta que ya tenían su icono. Burgos y su catedral, Segovia y su acueducto, Santiago y el Obradoiro. Era la búsqueda de un símbolo. Pero si te pones la vacuna sin tener la enfermedad igual no te sale bien. Las cajas también contribuían a poder pagarlos. Una vez ya no se pueden asumir esos costes, se acude a los festivales de música. 

-Sobre el fenómeno del Guggenheim recuerdas el informe previo de Arthur Andersen para Bilbao en 1989 

-Proponían un plan para la revitalización de la ciudad. Una de sus conclusiones era la necesidad de que la regeneración económica se asociara a proyectos emblemáticos de cultura-ocio-consumo. Ese plan ha acabado aplicándose en multitud de destinos. Con la diferencia de que Bilbao dijo que quería inversión, pero no de cualquier manera. No buscaron inversión inmobiliaria porque entendían que se lleva la formación y produce unas tasas de ganancia altísimas para gente que después se marcha.

-¿Por qué las ciudades viven bajo el efecto de la nostalgia?

-Ocurre como con cierta música o cine americano que miraba a los cincuenta. Con el coche, a toda velocidad, escuchábamos buena música, tomábamos una cerveza. El momento previo a la aparición de tantos cadáveres industriales. Interpretan que el pasado es un lugar mucho más reconfortante que el futuro. Leía Más allá de la noche, de Israel Merino, y la mayoría de entrevistados, gente que curra por la noche, coincide en el pavor ante el futuro. 

Los discursos sobre la ciudad demasiadas veces son de resistencia, conservadores, muy defensivos. Las ciudades sitiadas acaban produciendo episodios de canibalismo. 


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