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el interior de las cosas / OPINIÓN

La vida de las palabras

23/09/2019 - 

 La planta baja de aquel edificio del periódico Mediterráneo de la Avenida del Mar tenía la penumbra diurna de los espacios que cobran vida por la noche. Era una planta baja llena de la vida de las máquina, del olor penetrante de la tinta, del plomo. Al atardecer bullía el movimiento y se preparaba una nueva edición del periódico. Las linotipias esperaban pacientes las cajas de textos con sus caracteres ordenados en líneas. Los linotipistas se apuraban en la hora del cierre. Después, el plomo fundido se vertía sobre la matriz y, al enfriarse, daba lugar a una forma curvada llamada teja. Aquel paso era mágico y emocionante. Ahí se plasmaba en negativo cada página del diario y se adaptaba a los cilindros de la enorme rotativa. El 15 junio de 1981 salió a la calle la última tirada del formato sábana, al día siguiente vio la luz el primer periódico en offset. A partir de esos momentos la tinta se quedó adherida en la piel, permanecí unida a Castellón y al periódico, con idas y venidas, con ilusiones y frustraciones. Cambiaron las máquinas de escribir por los primeros ordenadores, avanzaron hasta cambiar de sede, saliendo del corazón de la ciudad hacia la periferia. Éramos jóvenes periodistas ante una carrera profesional y vocacional que nos ataría toda la vida, sin saber entonces que el oficio más hermoso del mundo, como bien titula el libro de José Martí Gómez, quedaría atrapado a través de las empresas propietarias, en una sucesión de obstáculos y engulléndose a sí mismo.

Al atardecer bullía el movimiento y se preparaba una nueva edición del periódico. Las linotipias esperaban pacientes las cajas de textos con sus caracteres ordenados en líneas. Los linotipistas se apuraban en la hora del cierre.

En aquellos tiempos el periodismo vivía los primeros años democráticos con una efervescencia prodigiosa. Las cuotas de libertad eran casi ilimitadas, contar lo que pasaba era, sin duda, una tarea maravillosa. Poner voz a los más vulnerables, encender las luces de tantos y tantos espacios oscuros, sociales, políticos, visibilizar a quienes sufrieron el miedo, la represión, el dolor. Escribir y sentir, redactar y denunciar. El periodismo era precisamente esto. Es, precisamente, esto. Y recuerdas aquellas miradas de personas mayores arrinconadas en los viejos asilos, la tristeza de las niñas encerradas en el orfanato, los niños entregados sin hogar, la Iglesia abductora e inductora, aquellos enfermos que eran presos del hospital psiquiátrico. Y recuerdas la luz que desplegaba la sonrisa de las mujeres que han ido empoderándose, rompiendo cadenas, construyendo y tejiendo redes para la sororidad. Las primeras mujeres diputada, alcaldesa, médica, magistrada. La política que ocupaba la oscuridad de las cloacas, los políticos que nacían brillantes en tiempos de progreso, el descontrolado desarrollo urbanístico. El periodismo caminaba junto a la sociedad, brindaba cada día nuevas buenas, era testigo que observaba y delataba irregularidades, injusticias, desigualdades, socializaba los valores plurales de la democracia. Era todo aquello, debe ser todo esto.

Periodismo politizado y política mediatizada provocan una realidad perversa que hiere gravemente la credibilidad. Y el descrédito de ambos camina unido, teniendo en cuenta que el poder habita más que nunca en los medios.

El pasado viernes À Punt comenzaba la nueva temporada del programa La Qüestió, dedicado a los medios de comunicación y su relación con el poder, la proliferación de noticias falsas, la influencia de las redes sociales y la maldita crisis económica, laboral, deontológica que ha ido generando medios que miden la objetividad según su solvencia. El nuevo orden periodístico se presenta incierto, en pleno movimiento por recuperar el papel protagonista que le correspondería en estos tiempos difíciles. Las redacciones prescinden del capital humano, la precariedad laboral se impone en una profesión que precisa profesionalidad, experiencia y sabiduría. El sentido de servicio público se ha ido perdiendo y la prensa requiere regenerarse, regresar a su esencia, recuperar ética y rigor. La debilidad de los medios se percibe en el escenario de convulsión social, política y económica. El periodismo debería ser una necesidad ciudadana, el sagrado derecho a la información parece tambalearse en momentos de demanda del mejor periodismo, de más información y rigor, de una mayor defensa de los valores democráticos. Pero la dieta mediática que ingiere la sociedad está siendo tóxica y peligrosa. Información tejida desde la censura, la autocensura, desde gabinetes de prensa institucionales,  políticos, bancarios, noticias manipuladas, falsas, repetidas hasta la saciedad, hasta convertirse en verídicas, bulos que crecen en una lucha continua por desmentirlos, que nacen, mueren y vuelven a reproducirse.

Menos mal que aún quedan medios y profesionales capaces de seguir ilusionando, de seguir escribiendo y contando la realidad, descubriendo cada día la intensa vida de las palabras

La periodista Rosa María Calaf  advertía en este programa sobre la dependencia de las empresas mediáticas al capital que las sostiene, la banca como gran propietaria de los medios, el gran poder como amo de la información. El que fuera director de El Mundo, David Jiménez, autor del libro El Director, retrató el desolador panorama de unos medios sectarios y partidistas, denunciando mafias, corrupción y cloacas institucionales y mediáticas. Periodismo politizado y política mediatizada provocan una realidad perversa que hiere gravemente la credibilidad. Y el descrédito de ambos camina unido, teniendo en cuenta que el poder habita más que nunca en las direcciones y redacciones de los medios, que subvenciones y ayudas dan calor a las arcas maltrechas de los medios. Es preciso un renacimiento de los medios de comunicación, porque entre la crisis económica y la revolución digital el sector periodístico está enfermando, está noqueando una profesión cada vez más desprestigiada, y los tiempos no son los mejores para arrastrar una mala reputación. Mientras, las facultades de periodismo lanzan promociones de miles de jóvenes esperanzados con una profesión que languidece, siendo merecedores de otro periodismo. Menos mal que aún quedan medios y profesionales capaces de seguir ilusionando, de seguir escribiendo y contando la realidad, descubriendo cada día la intensa vida de las palabras.

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